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Ven, seremos

Charlemos seguros

El asegurador

Para cuando se publique este artículo, se habrá festejado ya el famoso Día del Amor y la Amistad. Y, aunque discrepo de creer que debe existir un día especial para la celebración de este sentimiento, me gustaría reflexionar sobre la manera de implicarnos con los otros, porque de eso se trata el amor y la amistad.

Podría asegurar que en nuestra vida  no han faltado las típicas conversaciones filosóficas con familiares y amigos sobre cuál es la razón de la existencia; y, aunque se puede caer en espirales continuas de intentos buscando la respuesta, quisiera detenerme en la definición etimológica desde el latín, que implica ex-sistire,  es decir, “salir de sí, estar orientado hacia algo o hacia alguien”. Viktor  Frankl señala que ser persona es estar volcado hacia el mundo, siempre en relación. Nos distinguimos de los animales porque somos seres proyectados hacia afuera de nosotros mismos; vivimos en función de los demás.

Para poner en relación  este concepto de existencia con la vida cotidiana,  quiero remarcar tres formas equívocas de vincularnos.

1.      Cuando no se acepta que el otro es diferente.

Esta forma de relación entraña  la incapacidad de distinguirse del  otro. Pudiera parecer obvio, pero no se admite con facilidad la forma de existencia de alguien más. Y se puede notar en diferentes ámbitos de la vida, por ejemplo  cuando se cuestionan belicosamente las decisiones, pensamientos o incluso preferencias de otros individuos. En pocas palabras, tomar una postura controladora sobre otras opiniones.

En medio de la pandemia creo que hemos tenido infinidad de ejemplos: “¿Cómo es posible que hayas decidido no vacunarte? ¿Por qué no consultaste al médico?  Yo lo hubiera hecho distinto…”. “Yo jamás habría tomado  la decisión que tú tomaste…”.

Cuando se antepone el yo, se deja de respetar al otro, ya que el respeto implica tolerancia activa a la diferencia.

Es imposible relacionarse con los demás si no se les reconoce como un legítimo otro. Parece  que encontrar a personas que piensan distinto  es amenazante.

Si se busca colonizar al otro, se eliminan las diferencias  y se desciende al infierno de lo igual.

2.      Confundir la codependencia con la correlación.

Una madre mencionaba en terapia: “Ya no quiero que me afecte lo que hace mi hijo; quiero distanciarme emocionalmente”. Estamos implicados con el otro:  no sentir lo que siente el otro, no vernos afectados  por lo que le afecta al otro  nos deshumanizaría.

Si se tiene tanto miedo a ser un dependiente emocional, la pregunta sería: ¿qué pasa cuando nos alegramos también por el bien de los otros? ¿Se consideraría dependencia emocional? No en balde  en alemán existe la  palabra Mitgefühl, una de cuyas acepciones podría ser “regocijarse con la alegría de los demás” o, más generalmente, “tomar parte en las emociones o sentimientos que afectan a otro”.    

Alguien me dijo una vez: “Me pasan cosas con las cosas que les pasan a los que amo”.

Cuando me implico con alguien desde el amor, abro la puerta irremediablemente para ser también lastimado. Y no es dependencia, es la capacidad de sentir con el otro, es decir, com-pasión.   

Y el último punto, que me parece cruel  pero real:

3.      Relacionarnos con otros por beneficios personales.

Es imposible dejar de mencionar formas de relación acordes con  un interés particular;  y, sobre todo, lo grave de esta situación es que tales formas se disfrazan  de amistad.

Mi descripción apunta hacia personas que teóricamente están cercanas a otro ofreciendo ayuda, pendientes de lo que le ocurre a otra persona  pero que en un futuro esperan exactamente el mismo tipo de respuesta.

Frases típicas son: “Tanto que hice por esa persona, ¡y cómo me responde!”. “Me debe varios favores”. “No está para mí como yo estuve para él   (o para ella). ¡Qué  ingrato es!”. O,  en otro sentido: “Me conviene llevarme bien con él porque es muy poderoso”.

Estas personas se  convierten en verdugos disfrazados de ángeles auxiliadores, y viven la relación desde un enfoque financiero-utilitario: “Esto   tiene que redituar”.

Yo lo he bautizado como “fondo de inversión moral”, es decir, “hoy te doy, para que mañana me pagues”. Luego entonces, afirmo que esa persona nunca dio, ya que desde el principio pidió; y, finalmente, se siente con derecho de exigir. Son espejismos de amistad.

No siempre recibes lo que das, pero lo que das  representa lo que eres.

Concluyo señalando que esta época nos ha bombardeado con una concepción extremadamente cruda  del individualismo que fomenta la creencia de que sólo importa lo que somos nosotros mismos, lo que nos lleva a mirarnos de forma continua el ombligo y creer que conocernos es lo único verdaderamente relevante.

¿Cuántos problemas podrían resolverse si hiciéramos un esfuerzo por dejar de pensar sólo en nosotros mismos! Si se pudiera privilegiar el encuentro por encima del ensimismamiento, nuestros vínculos adquirirían una calidad distinta porque nos implicaríamos de forma trascendente.El encuentro con uno mismo se da fuera, no dentro. Si te quedas sólo contigo, te enajenas. Paul Ricoeur dijo:  “El ego no puede comprenderse a sí  mismo por medio  de la introspección; requiere a  los otros”.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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