Vaticinan crisis mental global sin precedentes tras mitigación de la COVID-19

El Asegurador

 

La pandemia desatada por COVID-19 afectó la salud de las personas, pero también los objetivos personales, la interacción fa­miliar, el rol laboral y la estabilidad eco­nómica. Por consiguiente, el riesgo de que se registre una crisis mental sin precedentes tras la mitigación del virus SARS-CoV-2 cobra cada vez más fuerza, lo que pondría en jaque a los frágiles sistemas sanitarios de los países, ya que la proliferación de trastornos como la depresión, la ansiedad y la esquizofrenia generan efectos duraderos o discapacitantes que desde todo punto de vista condicionan la vida de quienes los sufren y de sus familias.  

La anterior advertencia se desprende del estudio titulado ¿Es la salud mental la pandemia después de la COVID-19?, desarrollada por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGLobal), que apunta asimismo que antes del estallido de la pandemia del nuevo coronavirus, los costos económicos globales asociados a los problemas de salud mental comunes ascendían a 1,000 millones de dólares anuales.

El análisis alerta que de todos los padecimientos mentales, la depre­sión se constituía antes de la irrupción de la COVID-19 como la segunda causa en ocasionar alguna enfermedad crónico-degenerativa a escala global; mientras que el suicido se posicionaba como el segundo flagelo que producía más muertes entre las personas con edades comprendidas entre 15 y 29 años.  

A pesar del dramático panorama descrito, el ISGlobal apunta que los países gastaban, de me­dia, menos de 2 por ciento de sus presupuestos sanitarios en salud mental. Entre tanto, añade, hasta 85 por ciento de las personas con trastornos de la salud mental no recibía tratamiento en los países de ingresos bajos y medios, como México.

Secuelas más peligrosas de lo imaginado  

En otro punto, el diagnóstico sostiene que alrededor de 30 y 60 por ciento de los pacientes que se contagia de COVID-19 sufre de secuelas en el sistema nervioso central y periférico, incluyendo alteraciones de la conciencia o su pérdida.

Y amplía: “A raíz de la infección del virus  SARS-CoV-2, los déficits suelen durar en­tre varios días y alrededor de dos semanas, pero hasta el momento ningún estudio ha informado de daño cerebral transitorio”.

De acuerdo con el ISGLobal, el delirio es el síndrome neuropsiquiátrico agudo más frecuente como consecuencia de la COVID-19, seguido de un estado de desánimo y ansiedad. Además, detalla, una proporción más pequeña de las personas infectadas también presenta psicosis y catatonia.

La investigación refiere que se esti­ma que uno de cada cinco pacientes de COVID-19 sufre síntomas que duran más de cinco semanas, y algunos contagiados con dicha enfermedad in­cluso presentan secuelas transitorias más de seis meses después del inicio de la in­fección. En tal sentido, agrega, los efectos manifestados en los infectados por la peligrosa neumonía atípica consisten en dificultades en la memoria, déficit de atención y trastornos del sueño.

“La existencia de perturbaciones neurológicas subyacentes y un historial anterior de tras­tornos de salud mental aumentan el riesgo de sufrir COVID-19 grave. Por si esto fuera poco, padecer esquizofrenia es el segundo factor de riesgo (después de la edad) de muerte debido a la cepa vírica, con un riesgo de mortalidad 2.7 veces más elevado. Por lo tanto, dichas correlaciones demuestran el estrecho vínculo entre los padecimientos de salud mental y el virus SARS-CoV-2, condición que puede implicar aspectos tanto de comportamiento como neurobiológicos”, señala el diagnóstico.

Por último, el ISGLobal sostiene que el acceso a los sistemas de salud se vio alterado a causa de las modificaciones sanitarias producidas por la COVID-19. De modo que,  puntualiza, la pandemia alteró o interrumpió servicios críticos de salud mental en 93 por ciento de los países del orbe, al tiempo que la demanda de apoyo para enfrentar padecimientos mentales creció significativamente.  

“Todo esto demuestra el daño devastador de la COVID-19 en el acceso a los servicios de salud mental y subraya la necesidad urgente de aumentar los recursos financieros para sortear dicha coyuntura. Así que es imperativo que los países dediquen más esfuerzos a su integración en la atención sanitaria general y a su vez es crucial desarrollar más las iniciativas sanitarias comunitarias, en especial para los grupos de población vulnerables”, cierra el estudio.

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