Todos somos temporales

Charlemos seguros

El asegurador

 

Existen dos cosas al menos que son irrefutables con respecto a nuestra existencia:

  1. Somos temporales (vivimos sólo un instante) y   
  2.   La vida,  tal como la conocemos,  va a seguir su curso sin nosotros, independientemente de lo  que suceda con nuestro espíritu  al dejar este plano.

No me voy a meter con lo que pasará después con nosotros en otro plano; ni  siquiera plantearé si tal plano existe o no. Me   voy a concentrar en este mundo terreno  y trataré  de hacer una reflexión sobre algo en lo que no nos gusta pensar  pero que va a suceder inexorablemente  como un hecho indefectible:   vamos a morir.        

Por ello quiero concentrarme en el instante en que vivimos.

Si vivimos concentrados en el pasado, viviremos  deprimidos; si vivimos concentrados en el futuro, viviremos ansiosos, angustiados, con zozobra. Sólo hay una manera de vivir, y ésta  es concentrarse en   el presente a plenitud.

¿Qué hacer con el pasado? Pues archivarlo bien, sin atormentarnos por él;  pero, sobre todo, aprovechar la experiencia y enseñanzas que   nos aportó. Eso  para mí es lo más valioso. Hay  una frase que dice: “Yo siempre gano  porque,  cuando gano, pues gano;  pero, cuando pierdo, aprendo”.

Yo pienso que hay mucha gente que se sigue culpando y atormentando a sí misma  por los errores del pasado,  y esto  no nos aporta nada. Lo   mejor que podemos hacer es perdonar, y el mejor perdón es aquel que nos concedemos a nosotros mismos; sin embargo, no debemos olvidar que  la forma de perdonarnos es aprendiendo de nuestros errores, sin martirizarnos  pero teniéndolos muy en cuenta para no repetirlos.

Kennedy decía: “Perdona a tus enemigos, a aquellos que te han hecho daño… pero recuerda muy bien sus nombres”. Y  con esto no se refería precisamente a guardar rencores;  se refería a ser cautelosos, a cuidarse de nuevos ataques.

Si debemos perdonar a cualquiera, en lo que respecta a nosotros mismos    tenemos que ser aún más indulgentes; sin embargo, debemos aprender y aprovechar pragmáticamente esos yerros.

Por eso, la gente que vive lamentándose de los errores pasados,  o incluso  que vive sólo de los recuerdos de los buenos tiempos y lamentando que las cosas hayan cambiado    vive mal, vive de añoranzas, vive a destiempo. Yo  diría más bien que  ni siquiera vive;  sólo sobrevive, y eso   es lo más terrible que le puede suceder a una persona, ya que está desperdiciando lo más valioso que tiene: su vida.                            

Así es que  debemos tener presente que, para atrás, sólo como los chivos: “pa’ garrar  vuelo”; o  solamente para echar un vistazo por el espejo retrovisor  para corroborar perspectiva y dirección de avance en nuestro presente, porque, si nos engolfamos  en el retrovisor, lo más seguro es que terminemos estrellados.

Por otro lado, aquellos que viven con la mente en el futuro, ya sea porque se imaginan la bella vida que les espera  o, peor aún, porque les angustia   el incierto porvenir, también están desperdiciando su vida. ¿Por qué? Porque   están en la inacción  y se la pasan  martirizándose y sobreviviendo angustiados por algo que muy posiblemente no ocurra. Dicen que   90 por ciento  de las cosas que nos angustian  jamás ocurren; y yo creo firmemente en esa teoría.

Así pues,  en este océano de incertidumbres al futuro hay que enfrentarlo en el presente  con una idea clara del destino al que  queremos llegar y  haciendo una planeación adecuada y pragmática de la ruta que seguirá nuestra embarcación;  pero, una vez que tengamos  un plan (el itinerario, la singladura), nos dedicaremos  a ejecutarlo y cuidar su ejecución  para corregir la posición de las velas, porque seguramente el viento no siempre soplará en la misma dirección.

Eso es vivir en el presente;  eso es   vivir de manera sensata,  porque estamos viviendo el único tiempo que tenemos para ello,   el   aquí y el ahora.     

Siempre he dicho que  hay que vivir agradecido    por todo, y ésa  es, a mi juicio, la mejor forma de vivir;  además, tomando siempre en cuenta  algo muy importante: nuestra confianza    en el bien. Debemos confiar    en que Dios, la Inteligencia Universal, el Creador  o como queramos llamarlo  es bueno;  que no está esperando fallas nuestras para castigarnos;  y que, aunque cambien los vientos y de pronto no entendamos ciertas  situaciones nuevas,  al final éstas serán para bien.

Si queremos vivir felices, es bueno vivir con plena conciencia de que todos  somos temporales;  comprender que   no estaremos aquí para siempre y  que tarde o temprano no estaremos en este plano y la vida continuará sin nosotros. De esta manera podemos coleccionar afectos en lugar de hacer acopio de posesiones; cariño en vez de rencores. Y así  seremos conscientes de que no nos llevaremos nada material. Debemos  ser generosos; pero generosos  no   sólo con lo material, sino también con lo que más valor tiene:   nuestro tiempo y nuestro amor.

  Ése  es el mejor legado que podemos dejar con nuestro momentáneo paso por  este plano de la vida. Más   nos vale vivir conscientes de que   somos finitos.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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