Existen dos cosas al menos que son irrefutables con respecto a nuestra existencia:
- Somos temporales (vivimos sólo un instante) y
- La vida, tal como la conocemos, va a seguir su curso sin nosotros, independientemente de lo que suceda con nuestro espíritu al dejar este plano.
No me voy a meter con lo que pasará después con nosotros en otro plano; ni siquiera plantearé si tal plano existe o no. Me voy a concentrar en este mundo terreno y trataré de hacer una reflexión sobre algo en lo que no nos gusta pensar pero que va a suceder inexorablemente como un hecho indefectible: vamos a morir.
Por ello quiero concentrarme en el instante en que vivimos.
Si vivimos concentrados en el pasado, viviremos deprimidos; si vivimos concentrados en el futuro, viviremos ansiosos, angustiados, con zozobra. Sólo hay una manera de vivir, y ésta es concentrarse en el presente a plenitud.
¿Qué hacer con el pasado? Pues archivarlo bien, sin atormentarnos por él; pero, sobre todo, aprovechar la experiencia y enseñanzas que nos aportó. Eso para mí es lo más valioso. Hay una frase que dice: “Yo siempre gano porque, cuando gano, pues gano; pero, cuando pierdo, aprendo”.
Yo pienso que hay mucha gente que se sigue culpando y atormentando a sí misma por los errores del pasado, y esto no nos aporta nada. Lo mejor que podemos hacer es perdonar, y el mejor perdón es aquel que nos concedemos a nosotros mismos; sin embargo, no debemos olvidar que la forma de perdonarnos es aprendiendo de nuestros errores, sin martirizarnos pero teniéndolos muy en cuenta para no repetirlos.
Kennedy decía: “Perdona a tus enemigos, a aquellos que te han hecho daño… pero recuerda muy bien sus nombres”. Y con esto no se refería precisamente a guardar rencores; se refería a ser cautelosos, a cuidarse de nuevos ataques.
Si debemos perdonar a cualquiera, en lo que respecta a nosotros mismos tenemos que ser aún más indulgentes; sin embargo, debemos aprender y aprovechar pragmáticamente esos yerros.
Por eso, la gente que vive lamentándose de los errores pasados, o incluso que vive sólo de los recuerdos de los buenos tiempos y lamentando que las cosas hayan cambiado vive mal, vive de añoranzas, vive a destiempo. Yo diría más bien que ni siquiera vive; sólo sobrevive, y eso es lo más terrible que le puede suceder a una persona, ya que está desperdiciando lo más valioso que tiene: su vida.
Así es que debemos tener presente que, para atrás, sólo como los chivos: “pa’ garrar vuelo”; o solamente para echar un vistazo por el espejo retrovisor para corroborar perspectiva y dirección de avance en nuestro presente, porque, si nos engolfamos en el retrovisor, lo más seguro es que terminemos estrellados.
Por otro lado, aquellos que viven con la mente en el futuro, ya sea porque se imaginan la bella vida que les espera o, peor aún, porque les angustia el incierto porvenir, también están desperdiciando su vida. ¿Por qué? Porque están en la inacción y se la pasan martirizándose y sobreviviendo angustiados por algo que muy posiblemente no ocurra. Dicen que 90 por ciento de las cosas que nos angustian jamás ocurren; y yo creo firmemente en esa teoría.
Así pues, en este océano de incertidumbres al futuro hay que enfrentarlo en el presente con una idea clara del destino al que queremos llegar y haciendo una planeación adecuada y pragmática de la ruta que seguirá nuestra embarcación; pero, una vez que tengamos un plan (el itinerario, la singladura), nos dedicaremos a ejecutarlo y cuidar su ejecución para corregir la posición de las velas, porque seguramente el viento no siempre soplará en la misma dirección.
Eso es vivir en el presente; eso es vivir de manera sensata, porque estamos viviendo el único tiempo que tenemos para ello, el aquí y el ahora.
Siempre he dicho que hay que vivir agradecido por todo, y ésa es, a mi juicio, la mejor forma de vivir; además, tomando siempre en cuenta algo muy importante: nuestra confianza en el bien. Debemos confiar en que Dios, la Inteligencia Universal, el Creador o como queramos llamarlo es bueno; que no está esperando fallas nuestras para castigarnos; y que, aunque cambien los vientos y de pronto no entendamos ciertas situaciones nuevas, al final éstas serán para bien.
Si queremos vivir felices, es bueno vivir con plena conciencia de que todos somos temporales; comprender que no estaremos aquí para siempre y que tarde o temprano no estaremos en este plano y la vida continuará sin nosotros. De esta manera podemos coleccionar afectos en lugar de hacer acopio de posesiones; cariño en vez de rencores. Y así seremos conscientes de que no nos llevaremos nada material. Debemos ser generosos; pero generosos no sólo con lo material, sino también con lo que más valor tiene: nuestro tiempo y nuestro amor.
Ése es el mejor legado que podemos dejar con nuestro momentáneo paso por este plano de la vida. Más nos vale vivir conscientes de que somos finitos.