La amenaza de la COVID-19 para las vidas y los sistemas productivos se resolverá por completo solo cuando suficientes personas sean inmunes a la enfermedad para evitar la transmisión, ya sea por una vacuna o por exposición directa. De lo contrario, aquellos países que intenten reactivar sus economías sin control del brote se encaminarán a una peligrosa multiplicación de contagios que inevitablemente pondrá en jaque a sus plataformas sanitarias, apunta la consultora McKinsey & Company.
En la investigación más reciente de la firma, denominada Reiniciar las economías nacionales durante la crisis del coronavirus, se advierte asimismo que los Gobiernos que planean poner en marcha paulatinamente sus actividades productivas pese a la inquietante expansión de la COVID-19, deben asegurarse de tener sistemas de salud pública que sean lo suficientemente fuertes; de tal manera que detecten y respondan a los contagios de SARS-CoV-2 con efectividad.
De acuerdo con McKinsey & Company, una aspecto que deben considerar los países para levantar las medidas de confinamiento estriba en que las hospitalizaciones por COVID-19 sean lo suficientemente bajas como para que sus sistemas de salud puedan manejarse individualmente y sin depender de medidas masivas instrumentadas por los Estados.
La firma insta a los Gobiernos a evaluar sus capacidades médicas, especialmente la de las unidades de cuidados intensivos (UCI), Además, precisa, es vital que los sistemas sanitarios cuenten con las herramientas para realizar pruebas de diagnóstico de COVID-19 con un tiempo de respuesta rápido.
Por último, McKinsey & Company comparte cuatro pilares que podrían tomar en cuenta los países para reanudar sus actividades en lo que cataloga “la próxima normalidad”:
- Replanteamiento de los contratos sociales. En crisis, el Estado juega un papel esencial y ampliado, protegiendo a las personas y organizando la respuesta. Este cambio de poder transforma las expectativas históricas sobre los roles de colaboradores e instituciones.
- Definiendo el futuro del trabajo y el consumo. La crisis ha impulsado, por ejemplo, nuevas tecnologías en todas las esferas de la vida asiática, desde el comercio electrónico hasta las herramientas de trabajo y aprendizaje remotos. Las nuevas prácticas de trabajo y patrones de consumo probablemente se convertirán en un elemento permanente de la próxima normalidad.
- Movilización de recursos a velocidad y escala. En pocas semanas, China agregó miles de médicos y camas de hospital a su plataforma sanitaria. Varios Gobiernos municipales de ese país invirtieron en nuevas herramientas para mapear la transmisión y lanzaron enormes planes de estímulo económico. El país asiático tiene una capacidad comprobada para movilizar recursos en una crisis y podría perfilarse como un gran aliado para los países de otros continentes.
- Pasando de la globalización a la regionalización. La pandemia ha expuesto la dependencia arriesgada del mundo hacia las cadenas de suministro mundiales. China, por ejemplo, representa alrededor del 50 al 70 por ciento de la demanda mundial de cobre, mineral de hierro, carbón metalúrgico y níquel. Podríamos estar cerca de una reestructuración masiva a medida que la producción y el abastecimiento se acercan a los usuarios finales y las empresas localizan o regionalizan sus cadenas de suministro.