Jugaba golf con algunos amigos durante un día planeado, cuando al teléfono celular le entró a uno de ellos una llamada del colegio de uno de sus hijos, el cual había sufrido un accidente y era atendido en la enfermería de la entidad docente. Solo minutos después, roto el plan de la jornada (que incluso había sido puesto por escrito), el padre iba camino a atender esa emergencia, aunque dicho contratiempo no era de vida o muerte.
Para no pocos, el ejercicio de escribir un plan de corto, mediano o largo plazo constituye una especie de camisa de fuerza; aunque el mero hecho de así hacerlo revela la existencia de un propósito por lograr y el afán de saber hacia qué camino regresar cuando, en medio de la flexibilidad que la planificación debe contener, uno se desvía para atender una urgencia relacionada con algo importante.
Se supone que planificar indica el previo establecimiento de un objetivo, de una meta, y que las estrategias y acciones concebidas y debidamente anotadas tienen la pretensión de ser productivas, es decir, de acercarnos al logro que deseamos alcanzar, y que detrás de estas prácticas convendrá que exista la flexibilidad suficiente para responder a las urgencias que se presenten.
En tal escenario, para el padre que jugaba golf, ese día era más importante responder al objetivo de mantener una relación sólida con los hijos que esperar a terminar una ronda con los amigos, a pesar de que las relaciones con ellos son también relevantes. Hay momentos en los que los caminos a seguir son muy claros y en los que las prioridades señalan lo que hay que hacer.
La claridad emana, por supuesto, de haber definido hacia dónde se quiere ir. Cuando se desconoce el destino, cercano o lejano, se cae en aquella frase multicitada: “Si no sabes adónde quieres ir…, ya llegaste”. Esto parece demasiado obvio, pero preguntémonos y preguntemos a otros hacia dónde se está caminando, y la respuesta podría no ser tan definitiva como creemos.
Es evidente que, si nos preguntamos y preguntamos a otros si ya hemos puesto por escrito el destino y el plan, la probabilidad de obtener una respuesta positiva es casi nula. Hay estudiosos del tema que señalan que apenas 20 por ciento de las personas tiene cierta idea de hacia dónde va y que solo 2 por ciento se atreve a plasmar el objetivo y el plan por escrito y vivir una flexibilidad con sentido.
No es raro que aquellos que han dirigido o dirigen personas en pos de alcanzar objetivos en cualquier ámbito vean incluso con tristeza cuánto talento desperdician algunos de sus alumnos o empleados por tomar el camino de solo recibir instrucciones y no estar dispuestos a dar un paso más allá de lo que se ha estipulado, tomando lo planificado como si no existieran más posibilidades.
Es necesaria una fuerte dosis de firmeza para no caer víctima de un entorno semejante y renunciar al compromiso personal o profesional asumido con un proyecto o con la vida misma. Se trata, sin embargo, de una firmeza con flexibilidad, cuidando que lo importante prevalezca y no sucumba inconscientemente no solo a las prioridades válidas, sino incluso a posiciones meramente caprichosas.
¿Qué tan claros y por escrito tienes tus objetivos, metas y planes? ¿Los tienes consignados por escrito? ¿Has identificado las prioridades de modo que puedas ser flexible y firme?
Hagamos la tarea: atrevámonos a poner por escrito lo que corresponde y deshagamonos de la idea de que esos trazos son una camisa de fuerza. Si así lo hacemos, no solo seremos más productivos, sino que inspiraremos a otros a optar por estos caminos que nos traen libertad de cuerpo y de mente, y por lo tanto seremos capaces de vivir guiones con firmeza y con flexibilidad.