Escribir la columna Vivir Seguros me lleva esta vez hasta las calles de López, en el centro de Ciudad de México, cuna de El Asegurador. Pienso en cuánto tuvo que ocurrir para que una idea gestada en noviembre de 1981 cristalizara finalmente en octubre de 1984. En esa mirada retrospectiva me veo a mis 32 años iniciando un proyecto que dejé de dirigir en lo general el 31 de diciembre de 2006.
Viejos amigos conocen de sobra la historia de los inicios de El Asegurador, y quizá podrían dejar de leer hoy este espacio, o acompañarme en un breve recorrido que demuestra el poder de un sueño cuando a ésta le ha llegado la hora luego de tres años de concebida. El esbozo de este proyecto ocurrió allá en Acapulco, Guerrero, durante la Conferencia Hemisférica de Seguros de la Federación Interamericana de Empresas de Seguros (Fides).
Pero vayamos a los orígenes, como en todo. Ejerciendo ya el oficio del periodismo de manera formal, no llegué al sector seguros sino hasta marzo de 1979, cuando el editor de la sección Mundo Financiero del periódico El Universal me invitó a abrir brecha escribiendo sobre seguros y fianzas. No fue fácil el inicio debido a la falta de costumbre de los aseguradores de hacer declaraciones ante los medios. Seguros se abrió poco a poco al escrutinio público que implica la divulgación periodística, pero el mundo de las fianzas era, es, todavía un mundo por explorar.
Un motivo para tal cerrazón era el carácter conservador de los afianzadores, que preferían vivir casi en el ostracismo. Mi editor sabía eso, y probablemente por ello decidió no darme órdenes de trabajo, como se estila en los medios. Yo tenía que buscar afanosamente la manera de llevar a las páginas del periódico una nota cotidiana sobre estos temas. Y recuerdo bien que el voluminoso directorio (físico, no existía la comodidad de buscar con dos clics) de la llamada Sección Amarilla me condujo a mi primer entrevistado.
Después de poco más de dos años tratando sobre el tema, y ya con la experiencia de producir notas para un periódico especializado titulado Boletín Financiero y Minero de México, recibí una invitación para realizar un periódico diario que se distribuiría entre los asistentes a la Conferencia Hemisférica, que tendría como organismo anfitrión a la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS).
Tuve la suerte de que ahí sesionara la hoy extinta Asociación Iberoamericana de Prensa de Seguros (Aipres) y de que me convidaran a formar parte de la asamblea. En ella conocí a editores de publicaciones de diversas partes del mundo, todas tiradas en formato de revista. De ver se antoja, dice el dicho, y de la reunión salí con la idea de crear un periódico, algo que ya había aprendido de principio a fin para ese entonces.
La semilla había quedado sembrada, y comencé a cultivarla con el paulatino acopio de elementos que me permitieron tener por escrito el propósito de la publicación en ciernes. La economía no andaba bien, en ningún sentido, y menos después de que en 1982 el Gobierno Federal decidió estatizar la banca, afectando a aseguradoras y afianzadoras que formaban parte del patrimonio de las entidades bancarias.
Con las condiciones menos propicias, hubo entonces una baja de ritmo, pero el sueño permaneció vigente. Los miedos a dar esa especie de salto al vacío crecieron, y comenzó la posposición de las acciones efectivas para hacerlo con argumentos que cada día eran más inverosímiles; aunque hubo quienes creyeron en la idea y de una y mil maneras evitaron que mi proyecto quedara en simple anhelo. Finalmente, a mediados de 1984, decidí que había llegado la hora.
Comenté con mi jefe de entonces el bosquejo que me rondaba la cabeza, y no creyó en su viabilidad. Le anuncié mi renuncia y me pidió esperar un poco, tal vez con la esperanza de que yo rectificara. Sin embargo, el 30 de septiembre de 1984 yo salí de aquella casa editorial para trabajar por la realización de ese sueño. Y comencé en el privado de las oficinas de un gran amigo e impulsor, que de esa manera me facilitó el arranque.
Ezequiel Fernández, el amigo al que me refiero, se hizo cargo de la constitución de la empresa, y yo me puse a buscar información y a vender espacios publicitarios, dejando en otras manos lo relativo a la administración y el servicio. El sueño estaba a punto de cobrar vida en la forma de un periódico que saldría a la luz quincenalmente a partir del 31 de octubre de 1984, lo que efectivamente ocurrió.
Varios aseguradores apostaron por la viabilidad del proyecto apoyando publicitariamente. También lo hicieron afianzadores por medio del entonces Comité de Instituciones de Fianzas de la Asociación de Banqueros de México. Así las cosas, la publicidad no era ya el problema antes de la aparición del primer número. Había que afinar el contenido, y la oportunidad se dio en un evento muy propicio, un seminario sobre finanzas realizado en Puebla por la ya desaparecida Reaseguros Alianza.
Fue muy curioso, pero, mientras los asistentes a aquel seminario se preparaban para asistir a la clausura, yo escribía en la habitación del hotel sede la información que debería entregar a talleres para que la salida del primer número fuera puntual, lo que finalmente ocurrió por el trabajo en equipo que ha caracterizado a la empresa desde sus inicios.
Debo decir, o reconocer, en medio de todo esto, que el sueño podría haber dormido otro buen rato, y quizá hasta quedar en el olvido, o morir, si no hubiera sido por un hombre, don Alberto Bitar, dueño de los talleres donde se imprimía el Boletín Financiero y Minero de México y a quien saludaba de vez en cuando como responsable de producción que era yo, asimismo, de aquella publicación, que dirigía mi maestro y jefe Fernando Mota Martínez.
Resulta que una mañana acudí a los talleres y me encontré con don Alberto. Nos saludamos y me soltó la pregunta: “¿En qué anda, don Genuario? ¿Alguna idea que esté dejando pendiente de realizar?”. Le contesté que sí, que deseaba crear un periódico pero que los recursos no me alcanzaban, pues ya había pedido cotización por 10,000 ejemplares, y no tenía el dinero suficiente para comenzar.
Lo recuerdo como si esto hubiera ocurrido ayer o hace un rato: “¿Y el dinero es su único problema? Don Genuario, arranque ya. Mi gente lo quiere y lo respeta y estará muy contenta de trabajar con usted en ese periódico. A mí ya me pagará cuando pueda hacerlo”, tras lo cual se despidió de mí dejando abiertas las puertas, por las que entré para crear El Asegurador.
¿Tienes un sueño que hayas estado postergando? Deseo que lo tengas, sin importar su tamaño. Deseo también o, por mejor decir, te invito a que te atrevas a concretarlo. Quizá hacerlo te parezca dar un salto al vacío, pero recuerda que nunca estarás solo, pues estoy convencido de que muchos desearán que triunfes. Y a los que, por el contrario, te desalienten. óyelos, pero no los escuches.
Será un placer saber y platicar acerca de tus sueños.En lo que a mí atañe, agradezco a todos los que, desde su trinchera y de la manera en que haya sido, generaron el impulso para crear, mantener y desarrollar El Asegurador.