Un colaborador le responde a su jefe: “Perdón, no he podido terminar el reporte que me pediste. Es que he tenido muchísimo trabajo”. El jefe me comparte en una sesión de coaching: “Reconozco que me es difícil escuchar este tipo de respuesta porque dudo de si lo que yo le pido lo considera importante, y me pregunto si mi requerimiento laboral lo toma como una invitación o como lo que es: una exigencia del puesto que ocupa”.
Decir “He andado como loco, no he parado, tengo muchísimo trabajo, no he tenido tiempo” se ha convertido en una forma constante y predecible de responder en muchos campos: profesionales, sociales, personales.
Se ha creado como hábito lingüístico el decir “Estoy estresado todo el tiempo, a todas horas y con mil cosas por hacer”. Siempre he creído que, si esto fuera real, sería imposible porque dicho comentario vendría, entonces, desde la tumba.
¿Por qué será una razón de orgullo estar siempre ocupados? Nadie se ha arrepentido en el lecho de muerte de no haber trabajado más.
En algún artículo hablé sobre la importancia de vivir el tiempo y de no acelerarlo. Ahora mencionaré la afectación que se puede provocar en las personas que reciben ese tipo de respuestas cotidianamente.
Me sorprende que, cuando alguien hace caso omiso de un correo o simplemente un mensaje social la respuesta sea ésa: “Es que, como he tenido muchísimo trabajo, no podía responderte”. Me parece que la frase lleva una disculpa velada y poco clara y que implica una dosis de victimismo porque se dice que no se ha podido contestar a causa de agentes externos, y no por una decisión propia. Tampoco se acepta que fue una falta personal. ¿Qué pasaría si la respuesta fuera sencillamente: “Olvidé contestarte. Te ofrezco una disculpa”?
Nicholas Taleb afirma que responder de la primera manera sólo puede dejar en claro una de dos cuestiones: “O es una clara demostración de la incompetencia para su organización personal o no eres parte de sus prioridades”.
No siempre es fácil vivir acorde con las prioridades porque ni siquiera éstas son claras para nosotros mismos. Una pista sería preguntarnos: “¿Qué necesito que esté presente para sobrevivir? Es decir, si hay ausencia de alguno de estos elementos, me sentiría mal”. Las respuestas típicas serán: familia, trabajo, amistades… De eso se trata: de acomodar primero lo primero, y ajustar lo siguiente de acuerdo con esas prioridades.
No se trata de administrar el tiempo, sino de saber administrarnos a nosotros mismos; de tener un autogobierno verdadero.
Alguna vez escuché esta frase: “Vive como si ya hubieras perdido todo”. Y, aplicado a las cuatro dimensiones que reflejan nuestra humanidad, sería de esta manera:
En la dimensión física: vive como si ya te hubiera dado un infarto.
En la afectiva y relacional: vive como si todas las personas a tu alrededor pudieran leer tus conversaciones privadas, o como si ya no estuvieran presentes (porque algún día no lo estarán).
En la mental: vive como si éste fuera tu último año profesional.
En la dimensión espiritual: vive como si tuvieras que rendir cuentas a tu Creador hoy mismo.
Si lográramos ese orden en nuestra vida, probablemente seríamos conscientes de cómo estamos estructurando nuestra existencia y de aquellos pretextos de los que estamos haciendo uso.
Sólo si nos detenemos a observar lo que decimos, que será reflejo de nuestro pensamiento, podremos hacer conciencia de que esa forma de responder nos vuelve, en primer lugar, predecibles; y, en segundo lugar, el receptor puede sentirse no valorado. Vivamos más despacio y con mayor atención a la forma en que respondemos.
Haenim Sunim, monje coreano, expresa en un ensayo sobre el vivir más despacio: “Cuando todo a mi alrededor se mueve tan rápido, me detengo y me pregunto: ‘¿Es mi mundo el que está frenético o es mi mente?’”.
¡Cuántas personas considerarán que el mundo los obliga a actuar así! Si se considera una obligación, es como si algo o alguien controlara su vida. No es el mundo externo, sino el interno, como afirma Haenim.
Allan Watts decía: “Como el mundo no va a ninguna parte, no hay prisa”. Somos nosotros los que decidimos darle un ritmo rápido o lento a nuestra vida. Como siempre, tú decides…