No cabe duda de que soy un bicho raro dentro de los aficionados al futbol. Como exfutbolista profesional (aunque fuera por un corto periodo) y exjugador de la selección amateur de México, no soy el típico aficionado que elige un equipo y se desgarra por él. Pienso que ello hasta desvirtúa la mirada objetiva con la que podría verse el futbol.
Me gusta verlo a través de unos ojos distintos. Sí, la verdad es que gusto del buen futbol, del arte y de la magia, del jogo bonito (juego bonito) de los brasileños, de la técnica y disciplina de los alemanes y hasta de algunas cosas como la picardía y explosividad futbolística de los argentinos e italianos.
Pero cada día me enamora más un equipo que practica el juego limpio (fair play), que pelea de la manera más férrea en el sentido deportivo y futbolístico y que se ciñe a una estrategia bien elaborada.
Cuando veo un partido de Copa del Mundo, no me dejo llevar por el amor a unos colores (con excepción del equipo mexicano y el suizo). Me gusta analizar la estrategia y el desempeño de los equipos en la cancha.
No puedo dejar de simpatizar con esas características; me es inevitable. Y sé que quizás no deba mezclar esos factores, pero el futbol me ha dado tanto y me ha enseñado tanto de la vida que ya no puedo disociarlos.
Por eso, cuando veo que gana un equipo formado por una horda de patanes sólo porque son mejores en ciertos aspectos o tienen mayores cualidades técnicas y futbolísticas, me cuesta trabajo celebrarlo.
Y aun cuando los dioses del futbol en ocasiones premien la genialidad contra la constancia, la chispa y hasta la malicia futbolística contra el juego limpio, eso no significa que yo esté de acuerdo con ellos.
Lamenté profundamente que no estuviera Italia; y, conforme se van descartando algunos de los mejores equipos, se pierde un poco la ilusión de ver una final en la que se enfrenten los dos que a mis ojos podrían ser los mejores: Francia y Brasil.
Ver la eliminación de Brasil me ocasiona sentimientos encontrados, pues para mí posiblemente éste es el mejor en este momento, pero todos sabemos que no siempre gana el mejor, porque para quedar campeón se requiere demostrarlo cada vez que se salta a la cancha. Y contra Croacia Brasil no lo demostró.
Le debo mucho al futbol: grandes amigos, grandes enseñanzas, ya que es un hermoso vehículo de aprendizaje para la vida, y desde luego que nuestra historia precedente afecta a nuestras apreciaciones.
Yo fui un jugador de gran rapidez y con buenas habilidades, pero acepto que pequé de soberbia; y, de manera totalmente equivocada, aquellos que nos sentíamos cracks pensábamos que luchar por recuperar balones no era una labor digna de nosotros.
Hoy cada vez más admiro a un equipo que se basa en el trabajo de conjunto y en una buena estrategia; que logra sus triunfos con humildad y que lucha incansable y limpiamente por obtener la victoria.
Croacia en el Mundial pasado logró llegar a la final enfrentando a verdaderos monstruos, y en este Mundial avanzaron y dejaron en el camino a grandes equipos, ni más ni menos que a uno de los grandes favoritos: Brasil.
Para hablar de Croacia, me voy a permitir compartirles un texto de una buena amiga, muy conocedora de futbol, que se llama Mariza Tapia y que mencionó lo siguiente:
“Croacia de nuevo se enfila hacia la final. Hay algo que me conmueve y avergüenza al respecto.
Croacia en 1990 no existía. Para hacerlo debió pelear una guerra sangrienta de una década. Realmente no tenemos noción de lo que implica una guerra civil. Tu vecino es tu enemigo al cambio de calendario; tu familia se reduce. Fue guerra política, étnica y religiosa. Todos los poderes y todos los prejuicios, al ataque de la sociedad. Huérfanos quedaron miles, sin familia, sin hogar, sin país… Menos pensar en un equipo de futbol.
Cuatro de 22 jugadores nacieron después de la declaración de independencia y cese del fuego; 18 nacieron en pleno conflicto o lo vivieron en su preadolescencia. Éste es el caso de Luka Modrić.
Niños sin pertenencia real, acostumbrados a ruidos de bombas y metrallas, hoy reciben aplausos por un trabajo bien hecho en una cancha de futbol.
Esta fortaleza me conmueve. El tesón del espíritu humano es incalculable e inimaginable.
Me avergüenza la selección de mi país, México.
Muchos comentarios dicen: ‘Messi se lo merece’. No logro comprender la razón para tal afirmación. En mi opinión, es un disparate. Los 18 hijos de la guerra de los Balcanes y la independencia de Croacia se merecen la copa del mundo”.
Yo, al igual que mi amiga, así lo considero, pero hay otras razones que agregaría a tan poderoso argumento: me hubiera encantado que ganara Croacia como un premio al sacrificio, a la constancia, al juego limpio y al buen futbol, a la resiliencia y al no dar un partido por perdido jamás.
Veía difícil que un equipo como Croacia lograra el campeonato, y más difícil aún que lo logre uno como Marruecos. Una final entre ellos me hubiera hecho muy feliz. Pero sin duda pienso que el futbol mundial tendría una victoria si hubiera perdido la genialidad a favor del esfuerzo y sobre todo la soberbia a favor de la humildad.