¿Por qué dar las gracias a los neoliberales?

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EN PRIMER LUGAR, hay que tener presente que, más allá del    Manual de Carreño (libro divertidísimo y costumbrista que trata sobre los  buenos modales), y más allá de un comportamiento que puede  atribuirse cada día a menos personas (so pena de ser juzgadas), el agradecimiento es no sólo propio de buenas familias, sino también obligado en  quien resulta beneficiado por hechos o legados de otras personas. No ser agradecido es, por otra parte, propio de ingratos (perdón por la simplicidad), desagradecidos (segunda simplicidad), malagradecidos (tercera),   egoístas, gandallas, arribistas e hijos de su … (otra simplicidad, esta vez censurada). Cualquiera de nosotros sabe eso.                    

DICHO  LO  ANTERIOR, vale la pena determinar a qué me refiero aquí con el término   neoliberal.  Es curioso ver cómo se han acuñado términos como neoclásico, neorrenacentista y otros sin mayor carga que describir el  estilo nuevo, modificado, de algo. El término neoliberal, en consecuencia, debería  entenderse como ‘liberales modernos o actuales’; esto es, aquellos que toman el liberalismo y simplemente lo traen a la actualidad. De ser así, cabe entonces recordar que los liberales del siglo XIX, como Benito Juárez, son y fueron parte de los constructores de la  Reforma, parte de los que repudiaron a Maximiliano (en quien Benito Juárez reconoció a  un gran liberal), de los que dieron laicismo a la educación y al Estado,  etcétera. Fueron los liberales quienes  pudieron llevar al país a la mediana grandeza que alcanzó nuestra nación en la segunda mitad de ese siglo y comienzos  del pasado. Los liberales, pues, fueron los grandes pensadores,  hombres y mujeres del México de la Reforma.  De este modo, ser liberal se interpreta como favorecer  o apoyar el    cambio de lo establecido  para proponer nuevas formas (lo que, por cierto, también está proponiendo, al menos en el papel, la 4T).  En todo caso, eso sería un neoliberal:  un promotor del cambio pero de los tiempos que hoy vivimos.

LOS NEOLIBERALES de los que hoy se habla con tanta insistencia y cierto odio  son los que propusieron cambios durante el siglo pasado. Cambios como dar fin al proteccionismo, terminar con la hegemonía en el poder, dar entrada a la tecnología en el campo y la industria (también les han llamado tecnócratas), buscar la transparencia (esto, por cierto, se estableció  formalmente con Vicente Fox), fortalecer la inversión productiva, promover la interacción entre las naciones y un largo etcétera que finalmente equivale a promover el progreso. ¿Quién en sus cinco sentidos puede estar en contra de esos propósitos? Los primeros en atacar a quienes empezaron a dar señales de promover el cambio fueron los priistas de entonces, ya que lo primero que peligraba era la hegemonía de partido, que ya tenía hartos a los mexicanos. Por curioso que parezca, esos mismos priistas   llevaron al poder a gente como Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, dos “neoliberales” notables. De modo que, desde el nefasto Luis Echeverría, se inició el    “odio a los neoliberales y tecnócratas”;  claro, iban a acabar con el PRI y todos sus privilegiados.

ASÍ ES QUE, CUANDO   algunos se refieren a los neoliberales, se refieren a esa generación de personas promotoras del progreso. Pues bien, vamos a la pregunta de la cabeza: ¿por  qué dar las gracias a los neoliberales? Más de un mexicano tendría    que agradecerle a esa generación  parte de lo que somos hoy por hoy. Pero hay quien ha resultado ser el mayor beneficiado; y, paradójicamente,    no sólo no les agradece nada, sino que, por el contrario, de plano los ataca todos los días y vuelca todo el  resentimiento que tiene contra la vida  sobre ellos.

ESE PERSONAJE Y MUCHOS de sus  seguidores no quieren ver los motivos que hay para agradecer a los neoliberales. Pues, entrando en materia, los actuales individuos e individuas (para que las feministas no nos tachen de excluyentes) que están en el poder deben agradecer a los neoliberales lo siguiente:                    

  •         Haber constituido una billonaria reserva,   que hoy, a título personal, el jefe del Ejecutivo  reparte graciosamente en sus programas sociales. No invierte;  reparte, esto es, gasta sin posibilidad estructurada de retorno. Dicho de otro modo, los programas sociales se pagan con dinero   neoliberal.
  •         Haber construido el  nido donde se criaron tantos de sus actuales servidores, como Bartlett,   Sánchez Cordero, Muñoz Ledo, Ebrard (el amigo inseparable y   “hermano”  de Camacho Solís), Moctezuma y otros muy destacados ejemplares.
  •         Haber constituido,   a partir del fraude electoral identificado con Bartlett   (la gran caída del sistema),   una institución federal ciudadana para garantizar el voto:  el IFE (hoy INE), que por cierto también organizó y supervisó las elecciones que   tienen hoy en el poder a esos mismos malagradecidos  y que a muchos  de ellos los ha mantenido en el poder durante trienios y sexenios sin fin.
  •         Haber  allanado el camino a la presidencia, a la que nunca iba a tener posibilidad de llegar el susodicho personaje en la época en que  traicionó a su partido original, el PRI. Al PRI lo pudieron derrotar otros antes que él.
  •         Haber  hecho del país uno de los ocho primeros destinos turísticos. Lamentablemente, hoy no nos quieren visitar ni las moscas de nuestros muertos. Pero el tesoro ahí estaba.
  •         Y muchos otros beneficios,  pero en particular uno: el personaje de marras y todos sus seguidores    deberían agradecer  y rendir tributo a Carlos Salinas de Gortari por haber negociado en su momento el Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos. Ese     tratado, por el que    Salinas nunca fue a besarle los pies   “en agradecimiento”  al presidente de   Estados Unidos, fue simplemente   un negocio entre naciones en el que,   por cierto, el que mayores beneficios obtuvo fue México. Se trataron como iguales;  no hubo que hacer visitas oficiosas para dar espaldarazos ni ponerse de tapete para favorecer las elecciones de nadie. En efecto, sin Carlos Salinas de Gortari, éstos  de hoy no tendrían ni la más mínima posibilidad de contar con al menos una esperanza de resurgimiento económico llamado Tratado de Libre Comercio o T-MEC o  como se llame hoy. No hay que hacerse tontos:  se le debe a ese personaje, nos guste o no. ¿Por qué condenarlo entonces?

ESO ES LO QUE NO TENEMOS: ni siquiera la hombría para agradecer. Pero sí  la cachaza para que mucho de ello, como las reservas, las instituciones de contrapeso al poder y otros instrumentos se dilapiden inmisericordemente en contra de los propios mexicanos, ya que, agotado ese  dinero, ya no habrá programas sociales ni becados ni dádivas ni nada de nada. Habrá discursos de púlpito robado para   “dar bienestar y felicidad”, de pura palabra, a un pueblo muerto de hambre.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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