Cuando pensamos que lo peor había pasado, encontramos nuevos e impensables escenarios, los cuales vienen empaquetados y grabados con la cada vez más reconocida marca registrada de esta administración, “improvisada de origen”, que mete la pata una vez y otra también.
En la entrega anterior puse a consideración los que, a mi juicio, pueden catalogarse como movimientos de gran calado social, cuyas características simplemente no calzan con esta administración en ciernes, caracterizada por la marcada y peligrosa tendencia a dividir, estigmatizar y categorizar en buenos y malos, pobres y ricos, fifís y pueblo sabio.
En reiteradas ocasiones, el primer mandatario ha hecho referencia a los supuestos ataques (regularmente así denomina a las opiniones contrarias a las oficiales) de los que, según él, es blanco por parte de los “conservadores”.
Es precisamente en este punto, en esta facilidad para “apodar”, donde se manifiestan los síntomas de la enfermiza intención de equipararse con los próceres nacionales, contextualizando a mansalva, de manera por demás grosera y muy conveniente al interés del titular del Ejecutivo.
Es una desfachatez, por decir lo menos, pretender retomar los conceptos de liberales y conservadores, fórmula que encierra un afán de peligrosa división e implica respecto a éstos, los llamados “conservadores”, la sospecha de colusión radicalizada con ciertos sectores sociales, clericales, económicos y políticos, e incluso con todo aquello cuyo origen sea extranjero, para desestabilizar, en favor de intereses de algunos oscuros particulares, la convivencia social.
Como se aprecia, la connotación por sí misma implica —espero que sin intención por parte de quien la espeta— cierto grado de acusación o sospecha que a la larga puede tornarse en persecución, en linchamiento o, en el menor de los casos, en escarnio social. Cabe aquí la pregunta: ¿pretende el señor presidente erigirse como un Juárez, Comonfort, Lerdo de Tejada o Lafragua?, en cuyo caso es legítima la aspiración, pero debe centrarse en el aquí y el ahora, en la realidad del México del siglo XXI, dejando de lado circunstancias y acontecimientos que no se adecuan a la realidad nacional.
Pero la polarización no solo es doméstica: hemos caído en el absurdo de contemplar acciones obradoristas de impacto mediático internacional que rayan en la pena ajena. Es cierto que la administración del presidente Peña Nieto restó importancia (por no decir que abandonó) al rico basamento histórico que da origen a nuestra cultura e identidad nacional, por lo que la muy buena intención del actual Gobierno, orientada a rescatarla y dignificarla, fue un acierto plausible.
Con este antecedente asumimos inocentemente que se establecerían políticas funcionales, con orientación de Estado moderno, progresista y, sobre todo, profundamente humanista. ¿Y qué encontramos? Una posición retrógrada, populista y arcaica, digna de los albores del siglo XIX; pero, eso sí, acatando a pie juntillas la doctrina del tristemente célebre instrumento denominado Foro de São Paulo.
Bajo estas consideraciones tocaré el punto de la famosa “solicitud de disculpa” que muy por debajo de la mesa el Gobierno de México envió a la corona española con motivo de la cercana conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlan y el establecimiento del dominio español en territorio nacional.
Aquí presento algunos puntos que hay que considerar:
- Para solicitar una disculpa debe existir un agravio. ¿Alguno de nosotros fue víctima de un español hace 500 años?
- Con esta medida, el Estado mexicano denuesta el origen de nuestra cultura mestiza, asumiéndonos y posicionándonos nuevamente como víctimas.
- México es resultado de la fusión cultural que proviene de la conquista, que no colonización (si no hubiera acaecido, simplemente no existiríamos en las condiciones actuales).
- Este tipo de medidas socava profundamente a figuras históricas como Lázaro Cárdenas, quien, contrario a lo que actualmente apreciamos, ofreció y otorgó asilo a los exiliados antifranquistas.
- Sería más honroso conmemorar los 80 años de la acogida de nuestro país a dichos exiliados españoles, que en su mayoría se fusionaron de buen grado a este México que les abrió los brazos.
- Por último, es indignante apreciar la improvisación de la cancillería y la evidente falta de comunicación entre ésta y la presidencia. ¿No pudo alguien decirle al presidente que la carta no debe dirigirse a la corona española sino al presidente del Gobierno español?
Traeré a modo de símil un cuento de Hans Christian Andersen, El cuento del rey desnudo, en el cual un charlatán vivales aprovecha la presunción del monarca y le confecciona un traje que “solo podía ser visto por las personas más inteligentes”, ya que solo ellos podían apreciarlo en toda su majestuosidad; por el contrario, los menos capaces, los estúpidos, no podían hacerlo.
El sentido del comentario lo dejo a su muy sabia interpretación, que sin duda será la mejor. ¡Te lo aseguro!