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“Hola, ¿cómo estás?”.

La anterior es una pregunta a la que la mayoría de las veces respondemos con un tajante “bien”. Sin embargo, ¿está usted bien? ¿No hay tensión en sus hombros? ¿Está durmiendo de maravilla? ¿Su digestión es excelente? ¿No hay acidez o agruras? ¿Está libre de preocupaciones? ¿Disfruta su negocio y vida al máximo?

En realidad, no es tan importante que mientras lee este texto, estimado lector, dude acerca de si  se siente bien. Lo que en realidad busco es que cobre conciencia  de ello, porque muchos afrontamos la vida acostumbrados a ciertos achaques, pensando que todo está bien en nosotros, por el simple hecho de nunca habérnoslo cuestionado o por haber renunciado a la idea de que las cosas podrían ir mejor.      

Por lo tanto,  soy de la idea de que la pregunta “¿Cómo estás?” podría    cambiarnos la vida.

Me presento: mi  nombre es Daniel González y soy promotor de agentes de seguros y mentor angelical. Mi historia de vida comienza un 3 de octubre, hace casi 41 años.  Fui el hijo deseado de Minne, una maestra de primaria, y David, un agente de seguros. Les puedo contar que no dejé de disfrutar de   una niñez increíble  hasta que un hecho lo cambió todo para siempre: mis  papás decidieron divorciarse.

Fue entonces cuando algo se rompió dentro de mí. Mi mundo se vino abajo y, sin darme cuenta, en mi época infantil llegué a creer ciertamente que ya no había razón de   existir. Sin embargo, recuerdo que, cuando mis papás me preguntaban:  “¿Cómo estás?”, siempre respondía: “Bien”.

Incluso  intenté demostrar con todas mis fuerzas que siempre estaba bien. Recuerdo que mis padres me llevaron con una psicóloga e hice todo lo que estaba en mis manos para demostrar que estaba bien, aun cuando estaba totalmente desplazado por dentro.

“¿Cómo fallarles a mis padres? ¿Cómo no ser perfecto?”, me preguntaba. Y me afirmaba:  “Necesito seguir ganándome su amor, ahora que no están juntos”.

Así transcurrieron mis días. Siempre respondía  “Bien” cada vez que alguien genuinamente interesado en mí me preguntaba cómo estaba, sin importar que ésa no  fuera mi verdadera realidad.

No fue sino hasta mis 25 años, ya con algún tiempo en el negocio de los seguros, con un auto nuevo, el mejor mes de ingresos de mi vida y una fiesta espectacular en mi casa, cuando experimenté lo que era sentirse solo, pese a que estaba rodeado de gente.

Lo anterior sucedió cuando la fiesta estaba en su mejor momento. Recuerdo que unas ganas de llorar incontenibles se apoderaron de mí. Así que no tuve otra opción que ir al patio a agacharme, abrazar a mi querido perro dálmata, deshacerme en lágrimas y entregarme a   una postración que hacía  mucho tiempo no me embargaba,  o sea,  hablarle al universo y rogarle: “Si hay una manera distinta de vivir, muéstramela antes de que algo malo me pase”.

Según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), 70 por ciento de los mexicanos ha sufrido depresión una vez al año;  mientras que 30 por ciento ha experimentado sentirse así una vez cada mes. Según expertos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), una persona puede tardar hasta 15 años en darse cuenta de que vive con esa condición psiquiátrica. Por eso  es tan importante aprender a responder con sinceridad a la pregunta: ¿Cómo estás?

Habiendo reconocido que desde hacía  mucho tiempo no estaba bien, viví esa noche de despertar. Poco después  empecé a sentir atracción por temas como meditación, yoga y  terapia; e incluso sopesé  la posibilidad de un matrimonio.

No sé si fue casualidad, pero, cuando conocí a mi esposa, encontré una razón para cambiar mi destino. En tal sentido, afirmé: “Quiero estar bien para formar una familia increíble”.

Así comenzó mi camino, en el que aprendí a meditar, a sanar mis heridas  y, sobre todo, a aceptar mis emociones, en particular cuando no “estaba   bien”. Hoy puedo decir que disfruto mi vida, aun cuando las cosas salgan  distintas de como las había planeado.     

Yo conozco a muchos agentes que tienen maravillosas carteras y buenos ingresos. No obstante, no pareciera que estén disfrutando la vida. Son esos típicos casos de seres humanos que responden a todo “bien”, aun cuando su lenguaje corporal indique  otra cosa.

Por lo anterior, deseo compartir las cuatro acciones que me ayudaron a disfrutar la vida y los negocios, más allá de cualquier circunstancia:

  1. Emociones. La meditación es una de las mejores herramientas, pues nos ayuda a observarnos y a no engancharnos con lo  que nos pasa mientras transcurre la vida.
  2.  Aceptación.  Nos  guste  o  no, hay  muchas  cosas  que  no  podemos  controlar.  Cuando desarrollamos la sabiduría de reconocerlas y adaptarnos, el sufrimiento acaba.
  3. Gratitud. Aprenda a darles  energía a las cosas que sí posee, ya que ésas  son las que generan el gozo.
  4. Amor. Aunque suena cursi, el amor es lo que hace que las cosas fluyan. Para que esto pase, todos los días debemos enamorarnos de la vida, de la pareja y, por supuesto, del  negocio. De la costumbre nace el menosprecio, decía  sabiamente mi padre. Solo cuando conscientemente valoramos lo maravilloso de nuestro negocio, podemos recibir sus  bendiciones completas.      

Por último, me despido con una poderosa reflexión:

 “No puedes controlar tus circunstancias, pero sí cómo reaccionas ante ellas”.

Soy Daniel González, y ha sido un placer compartir con usted, desde mi corazón, la respuesta que salvó mi vida.

Que su  vida sea de total gozadera.

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