Cuenta la famosa paradoja del asno de Buridán que un burro sediento y hambriento estaba situado a la misma distancia entre un cubo de agua y otro de avena; al no saber por cuál decidirse, terminó por morir, incapaz de elegir el cubo que más le convenía.
En nuestra vida diaria nos encontramos con innumerables posibilidades de decidir, y a veces ocurre que nos congelamos como el asno. Paralizados por no saber elegir, afectamos a nuestra existencia.
El psicólogo Josep Antoni Bolinches afirma: “En la madurez, cada persona necesita tomar de 10 a 12 decisiones cruciales que marcarán su destino como ser humano. Estas decisiones cruciales son aquellas que suponen un antes y un después en la vida, ya que afectan a toda la existencia personal”.
El ser humano es producto de su pasado, de su experiencia y de sus decisiones. Nos vamos decidiendo a nosotros mismos en cada momento. Jean-Paul Sartre nos recuerda que estamos condenados a ser libres; que cada decisión que tomamos nos va configurando.
Saber decidir implica justamente eso: escoger y renunciar.
Me gustaría aprovechar este artículo para hacer una revisión sobre la forma que tienes para tomar tus propias decisiones: ¿Cómo es generalmente tu manera de decidir? ¿Cómo asumes las decisiones que adoptas?
Quisiera empezar por comprender cuáles son las causas que creemos que nos impulsan (o no) para decidir:
a) Cuando nos asumimos como personas impulsivas, como si existiera algo que nos gobernara y que incluso nos provoca desconocernos.
– “No sé qué me pasó; me desconocí en la reunión; jamás hubiera dicho eso”.
b) Cuando nos confundimos y creemos que estamos predeterminados:
– “Si mi padre fue distante, ¿cómo me pides que yo sea expresivo?”.
– “Los López somos mujeriegos, ¿qué le vamos a hacer?”.
– “No puedo hacer nada para cambiar mi destino. Ya todo está escrito”. (Si de verdad creyeras eso, entonces no mirarías antes de cruzar una calle.)
c) La negación de una conducta autónoma: cuando tenemos claridad de qué debemos hacer, pero no podemos dar el paso.
– “Ya sé cómo debo enfrentarlo, pero no puedo”.
Y, por otro lado, está la actitud que se presenta después de tomar una decisión:
a) Recriminarse por haber tomado mal una decisión.
– “¿Por qué no me atreví en ese momento a decirle!”. “Fue una tontería lo que hice. Si lo hubiera sabido antes…”.
Justo ahí está la respuesta: no lo sabías, y agregaría: y en ese momento, además, no estabas capacitado para saberlo.
En realidad, nunca se decide un mal; siempre el dilema se concentra en poder decidir entre dos bienes, porque en ese momento así los clasificamos.
Actuamos siempre conforme a la sabiduría que tenemos en ese momento.
O, a veces, también debemos decidir entre el mal menor y el mal mayor. Una joven me decía:
– “No me atrevo a decirle nada al chico que me gusta, pero siento que soy correspondida. Me da mucha vergüenza, pero al mismo tiempo curiosidad”. Le pregunté: “¿Por cuál de los dos sufrimientos optas? ¿Prefieres mantener la duda eterna, o buscar una respuesta que te pueda dar certeza? Esto último implicará valentía para preguntar”.
b) Retropía: este punto sería lo contrario. No te recriminas por haber tomado una mala decisión; sólo crees que la otra opción habría sido mejor.
Así como existe la utopía (un estado ideal) y la distopía (un estado indeseable), está la retropía, que consiste en creer que la otra decisión hubiera sido la mejor.
– Por ejemplo: “Si me hubiera mantenido en el trabajo anterior, mi vida hoy sería distinta”.
Mantener nostalgia por un pasado no existente.
Por lo tanto, debemos ser capaces de renunciar también a la sola idea (o hasta fantasía) de haber tenido un pasado feliz.
c) Decidir no decidir. Si tomas esta actitud, estarás optando por una vida no vivida. El destino no es un capricho al azar; se va conformando con base en las decisiones que vamos tomando. Todo está por hacerse. Es como una hoja en blanco.
A veces hablamos de “vidas pasadas”. Yo te pido que pienses en tus vidas no vividas: “Si me hubiera casado con…”, “si hubiera intentado una relación con…”, “si hubiera optado por un trabajo muy diferente del que tengo…”, “si hubiera estudiado otra carrera…”.
¿Habrás abandonado conscientemente otro tipo de vida? ¿Por qué habrá sido? ¿Por miedo?, ¿por cobardía?, ¿por comodidad? ¿Qué te habrá detenido en ese momento para decidir no decidir?
Fantasea unos minutos con las vidas no vividas: ¿qué hubiera pasado si…?
La libertad de decidir nos lleva a experimentar miedos, dudas.
Nuestras elecciones son actos de trascendencia. Cuando nos sentimos en paz, podemos hablar de que hemos tomado la decisión correcta. Y creo que conseguir esa paz significa no sólo decidir de forma correcta, sino más bien asumir la responsabilidad ante lo elegido, lo que conlleva aceptar las responsabilidades y las consecuencias que la decisión implica.
Como dice la sabiduría árabe: “Lo que has sido —o podrías haber sido— no cuenta; cuenta lo que serás a partir de ahora”.