El grupo conocido como Los tres grandes del tenis está formado por Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic, suizo, español y serbio, respectivamente. Entre los tres han ganado más de 60 torneos grandes, de los llamados Grand Slam: Australia, Francia, Reino Unido y Estados Unidos, en diferentes superficies: arcilla, donde el amo es el diestro reconvertido a zurdo Nadal; pasto, dominado por su majestad Federer; y superficie dura, en la que es imbatible Nole, el menos popular de los tres pero aparentemente destinado a convertirse en el jugador más ganador de todas las épocas.
Federer acaba de retirarse, derrotado por el dios Cronos, que no perdona a nadie; lo operaron de una rodilla; y el jugador, de 41 años, intentó regresar para ganar más torneos y también para mantener su ingreso de más de 100 millones de dólares al año. No fue posible. “Mejor no se operen”. Éste fue uno de sus últimos mensajes cuando la hora inevitable sonó, incluyendo lágrimas de congoja y el reconocimiento de todos sus rivales. Los otros dos miembros del trío superaron hace tiempo los 30, y ya dan muestras de ceder terreno. Ya era tiempo. Los 60 torneos ganados representan 15 años de monopolio absoluto. La generación que venía detrás de ellos, jugadores que hoy se acercan a los 30 años, ya siente la presión de la denominada NextGen, veinteañeros que ya reclaman su lugar; mientras los sucesores que nunca lograron desplazar a los tres grandes lloran su frustración al tener que conformarse por años con instancias inferiores a la final, música de acompañamiento y animadores del circuito, donde todos juegan y ganan buen dinero, pero sólo tres se llevan la gloria.
Entre los veinteañeros que apuntan al número uno están los rusos Daniil Medvédev y Andréi Rublev, de 26 y 25 años, respectivamente. En febrero de 2022, Medvédev, desgarbado pero jugador eficaz, de casi dos metros de estatura, alcanzó el número 1 del mundo, enorme hazaña si consideramos los antecedentes mencionados. Sin embargo, actualmente está en el número 4, afectado, entre otras cosas, por la decisión de los organizadores del torneo de más prestigio, Wimbledon, en Londres, de no dejarlo participar por la peregrina razón de ser ciudadano ruso.
Los países europeos, los dos norteamericanos de hasta más arriba, Australia y algún otro rechazan la invasión rusa a Ucrania como un hecho que debe condenarse enérgicamente. Y cómo no. Claro que toda guerra debería sufrir el mismo tratamiento. Pero dichos países imponen medidas discrecionales, como la suspensión a un deportista que ni la debe ni la teme; restricciones comerciales que han provocan en Rusia escasez de azúcar y papel, entre otras cosas; la imposibilidad para sus ciudadanos de viajar por el mundo; la suspensión de las redes sociales; y la que nos ocupa en este artículo: la acusación a compañías navieras griegas que transportan petróleo ruso de ser “patrocinadores internacionales de la guerra”.
Los países líderes del autodenominado mundo libre (sus razones tendrán) proclaman su inocencia cuando sus ciudadanos se convierten en los mayores consumidores de drogas blandas y duras, cuando sus empresarios contratan mano de obra barata de inmigrantes ilegales o cuando los habitantes de sus ciudades septentrionales, con el invierno a la vista, demandan gas y petróleo a precios accesibles. Condenan entonces a los “culpables”, sean éstos narcotraficantes del tercer mundo (en el primer mundo no hay…), migrantes atraídos por las luces de neón del dólar o exportadores y transportistas de petróleo. A todos ellos hay que sancionarlos y evitar sus actividades para que el mundo respire tranquilo.
El sector asegurador británico, patriarca de la actividad, está entre dos fuegos.
La Agencia Nacional para la Prevención de la Corrupción de Ucrania envió una carta al Grupo Internacional de Clubes de Protección e Indemnización (IGP&I, según la sigla en inglés), una organización formada por 13 clubes de Pandi, organizaciones de propietarios de embarcaciones de todo tipo, agrupadas para protegerse de reclamos de terceros relacionados con muerte; daños personales a tripulación, pasajeros y otras personas a bordo; pérdida de carga o daño a ésta; contaminación por petróleo u otras sustancias peligrosas; remoción de escombros por naufragio; y daños por colisión.
En la carta mencionada, los funcionarios de Kiev nombraron a cinco empresas navieras de Grecia argumentando que éstas facilitaron el transporte de 19 millones de toneladas de petróleo ruso (valuado en 16,000 millones de dólares) en la pasada estación primaveral, equivalente, según los mismos funcionarios, a 2,350 misiles de crucero Kalibr. La compra de ese petróleo, según palabras de los ucranianos, convierte a los transportistas griegos en “patrocinadores internacionales de la guerra”, pues el traslado del combustible favorece un comercio que fortalece al agresor que acosa su territorio.
Ante dicho reclamo ucraniano, el presidente de IGP&I, Paul Jennings, rechazó la acusación a los griegos esgrimiendo como argumento el hecho de que no existe ninguna disposición estatal desde la Unión Europea que prohíba el transporte del petróleo ruso.
“Hasta donde sabemos, las empresas navieras que ha mencionado en su carta se dedican a un comercio que hasta la fecha sigue siendo legal, según las leyes de la Unión Europea, el Reino Unido y los Estados Unidos”, dijo Jennings en su carta, de acuerdo con la versión de The Guardian, prestigiado medio británico.
No obstante lo mencionado por el IGP&I, una circular posterior emitida por dicha organización (la cual agrupa al 90 por ciento de las embarcaciones aseguradas del mundo), fechada el 11 de octubre de 2022, tras cinco meses de las sanciones económicas de la Unión Europea y EUA a Putin, notificó a sus miembros que existía un “periodo de liquidación extendido para seguros y reaseguros relacionados con el transporte de productos ruso” hasta el 5 de febrero de 2023.
De este entuerto lo que podemos sacar en claro es que la enorme agrupación de clubes de Pandi (únicos capaces de proporcionar la cobertura requerida para eventos catastróficos de ingente magnitud, como un derrame de petróleo) gana tiempo antes de sancionar a los transportistas que trabajan para los exportadores rusos de petróleo. Al llegar febrero del próximo año, los transportistas de países europeos, como es el caso de los griegos, ya no podrán mover petróleo ruso, y quienes los sustituyan (tanqueros de países ajenos a la UE o a EUA) se verán obligados a elegir entre perder el negocio o arriesgarse a mover el petróleo sin seguro.
¿Quién pierde? Los transportistas, por supuesto, quienes se verán obligados a pagar las consecuencias de una catástrofe ambiental, so pena de ver suspendidas sus operaciones. Lamentablemente es claro que un particular, por grande que sea, no puede enfrentar una obligación de tal magnitud, por lo cual, quebrada la compañía causante del derrame por falta de solvencia, será el mundo, sin que exista una instancia designada para ello, el encargado de levantar los platos rotos ante la suspensión de la cobertura por parte de la agrupación de clubes de Pandi, obligada a hacerlo por un propósito superior: presionar a Rusia para que abandone su guerra contra Ucrania.
Si los transportistas griegos y el resto de quienes se dedican a llevar el petróleo ruso a Occidente deciden suspender sus tratos con los exportadores rusos, eso provocará un descenso del precio del petróleo de Rusia, obligada entonces a buscar otros mercados para colocar su producto. Rusia produce 12 millones de barriles diarios, que no pueden simplemente esfumarse de la faz de la Tierra, pues la demanda de marcianos o jovianos es inexistente. Esa cifra representa el 14 por ciento de la producción mundial. Al bajar el precio del petróleo ruso y subir el precio que sus competidores exigirán a los importadores europeos, existirá una diferencia importante entre el precio del petróleo ruso y el precio del petróleo libre de sanción.
¿Quién realizará el arbitraje de esa diferencia para obtener una importante ganancia, sin tener que involucrarse en extracción de petróleo pero sí en el transporte ilegal del energético ruso a Europa? Sin duda, existen muchos candidatos. Un millón de barriles multiplicado por una diferencia de, digamos, 20 dólares son muchos dólares. Exportadores ilegales rusos y del resto del mundo, con los empresarios de los países que están imponiendo las sanciones a la cabeza (siempre es así), son quienes tienen los medios, los contactos y las ganas, y llevarán al mercado a un nuevo equilibrio.
Sería más sencillo pedir a los consumidores europeos que disminuyan sus compras de petróleo en un 30 por ciento para reducir la demanda a un nivel congruente con la nueva oferta, de la cual se ha excluido el petróleo ruso.
Eso es en cuanto al petróleo, pues el gas es otro tema. No es posible conseguir gas con otro proveedor por restricciones relacionadas con el medio de transporte del gas ruso a Europa, imposible de sustituir a corto plazo. Por lo tanto, las sanciones se limitarán al petróleo.
La voluntad europea de sancionar a Rusia no es tan fuerte como la necesidad de tener una casa con calefacción continua en el invierno. Van las sanciones, y los europeos se quedan con la conciencia tranquila al poner su barrilito de petróleo a la causa. No se metan con el gas, y que Dios nos agarre confesados si un barco se aventura con petróleo ruso sin protección contra derrames y ocurre una desgracia.
Antonio Contreras tiene más de 25 años de experiencia en el sector asegurador mexicano. Su correo es acontrerasberumen@hotmail.com