Álex Grijelmo García, antiguo director de la agencia de noticias EFE, escribió un libro, recientemente publicado, donde aborda un tema candente: ¿el idioma invisibiliza a la mujer?
Con un estilo ameno, Grijelmo García rechaza en su libro, titulado Propuesta para un lenguaje inclusivo, la existencia de un genérico masculino eminentemente excluyente. Cuando decimos “mexicanos” o “ciudadanos”, hablamos de todos y de todas, pero esto erróneamente se interpreta como un indicador de la dominación del varón, extendida al lenguaje excluyente, que obliga a las mujeres hoy a alzar la voz para sentirse incluidas cuando se utiliza el genérico. De ahí el “mexicanos y mexicanas” o el “ciudadanos y ciudadanas”, tan en boga cuando algún político oportunista intenta congraciarse con la mayoría femenina.
El autor nos ilustra con una referencia histórica asombrosa: hace 5000 años no existía el genérico masculino. De hecho, el genérico de la lengua abuela del español, el indoeuropeo, identificaba dos géneros: seres animados y seres inanimados. Es por la necesidad de identificar específicamente a las hembras y a las mujeres, únicas dotadas de la maravillosa facultad de procrear, por lo que nace el genérico femenino. Sorprendentemente y como derivación, surge el genérico masculino. Antes sólo existía el genérico; así, sin adjetivo, que por antonomasia era femenino, se entiende.
El ejemplo que agrega Grijelmo García es el de las figuras humanas que encontramos en los semáforos para peatones, esos que muestran un dibujo en rojo en posición de firmes y uno verde caminando lentamente, y después rápidamente cuando el tiempo ya se agota. Si sólo vemos la figura, nos ilustra a una persona, y sólo cuando la misma figura aparece con un triángulo que representa una falda nos percatamos de la diferencia de género del icono luminoso que salva vidas.
El punto, según algunas feministas y sus partidarios, entre los cuales podemos estar nosotros, es que la mujer “desaparece” con el uso del genérico masculino, inventado por los hombres de sociedades machistas para someter, una vez más, a las mujeres.
El periodista español aporta como evidencia de lo contrario la existencia de lenguajes en los cuales no existe género, como el magyar, el turco o el farsi, o lenguajes con genérico femenino, como el guajiro, el coira y el quechua.
Si decimos “violencia de género”, no es necesario decir “violencia del género masculino hacia el femenino”, pues todos lo entendemos así. Ello no implica que el género masculino esté ausente y se haga caso omiso de él.
La propuesta de Grijelmo García, a la que muchos nos sumaremos entusiastas, es que vayamos a fondo: hay que dejar de ser machistas, sin que ello implique meternos con el lenguaje, el cual siempre debe buscar la simplificación y la claridad. Si la sociedad es igualitaria y vamos hacia allá, la lengua y el genérico importarán muy poco.
Las mujeres hoy ya se apropian con determinación de términos de origen masculino, como homenaje, cuya raíz es hombre, o patrimonio, término que indicaba la exclusividad masculina cuando de poseer bienes se trataba y su implícito deber de proteger a la indefensa que sólo sabía parir y dedicarse a las labores del hogar.
¿Puede apoyarse la equidad de género haciendo algo por el lenguaje?
Las embarazosas duplicaciones denuncian el problema, sin duda, y distintos personajes intentan resaltar su apoyo a las mujeres con su “mexicanos y mexicanas”; pero es difícil mantener la artificiosa duplicación en una conversación fluida y natural.
Lo mismo se puede aplicar al uso del morfema e: decir “les niñes” al intentar abarcar a niños y niñas denuncia el problema de desigualdad, pero resulta difícil cambiar de forma tan brusca la manera de hablar de 500 millones de hispanohablantes. Acabar con el machismo es una opción más sencilla y con un efecto benéfico mayor.
Ya no hay que consentir refranes o connotaciones que ofenden: imaginemos que el público grita “¡Puuuuuta!” cuando la portera del equipo femenino despeja el balón. Esa expresión no es lo mismo que el grito de “¡Puuuuto!”, supuestamente homofóbico. La primera es mucha más ofensiva. Lo mismo sucede con solterona, mujer quedada, ‘que no tiene un hombre que la proteja’; mientras que el solterón es un hombre feliz que prefiere hacer felices a muchas en lugar de infeliz a una sola. Y lo mismo con zorra y otras palabras inofensivas para el hombre y ofensivas para la mujer.
Los refranes como “la mujer, como la escopeta: cargada y en un rincón” deben desaparecer, así como los chistes ofensivos, aunque éstos tengan, en la mayoría de las ocasiones, su contraparte masculina.
Por otra parte, intentar el uso de un lenguaje supuestamente inclusivo puede expresar una idea equivocada: según Grijelmo García, no es lo mismo decir “Los derechos de los mexicanos y las mexicanas” que “Los derechos de los saudíes y las saudíes”. En México, todos y todas tenemos los mismos derechos; pero en Arabia Saudita la discriminación a la mujer está establecida en la ley: la expresión deja de incluir, y termina separando.
Si decimos “Al concurso de belleza se presentaron 19 jóvenes”, todos entendemos que fueron 19 mujeres quienes se presentaron: todo es contexto. Mejor es ir al fondo del problema y dejar de meternos con el lenguaje.
Por supuesto, existe la polémica acerca de la presidente o la presidenta (ambas son correctas). La tendencia de ver a más y más mujeres ocupando puestos de la más alta jerarquía hará irrelevante la complicada y desgastante duplicación.
Existen también expresiones que ya hemos modificado para bien. El mejor ejemplo es la sustitución de los “derechos del hombre” por los “derechos humanos”. Sigamos por ese camino.
Y, si alguien propone utilizar un genérico femenino para concientizarnos de la importancia de la inclusión, estoy segura de que muchas de nosotras nos sumaremos a tan interesante propuesta…