Querido lector, confieso que la aplicación (App como se suele abreviar) que más utilizo, por mucho, –desde que esta tendencia de la tecnología cambió nuestras vidas– es la famosísima Waze®. Hoy en día, para mí, ya sea manejando o incluso si soy pasajero en un viaje, es una herramienta indispensable para planear mi tiempo.
Quizá, en gran medida, porque habito en la ciudad más poblada del mundo, la bella Ciudad de México. Y es que aquí ocurre de todo. Cierre de vialidades, por obras, por manifestaciones. Tráfico inusual, por un accidente o una marcha. Digamos, poéticamente que “cada día es una aventura”. Waze® me permite estimar con razonable precisión mi hora de arribo a un lugar, cuando ya estoy en tránsito. Eso me da la oportunidad de organizar mis actividades. Tomar un café, si voy demasiado temprano o avisar a quien me recibirá, que voy tarde y darle una idea de la hora de mi llegada, sólo por dar un par de ejemplos.
No obstante, ya he señalado estas bondades que tanto aprecio, uso y agradezco, hay algo en lo que Waze me parece particularmente deficiente y es lo que da pie a esta colaboración.
Debo decir que hice el intento durante varias, sin exagerar yo diría muchas noches, utilizar Waze® para establecer la duración del trayecto a mi primera cita y, con ello, definir mi hora de salida. Es más, así lo ofrece la propia App. Cuenta con una opción que indica que uno puede elegir el horario de llegada al destino y la App calculará la duración del trayecto y con ello, finalmente, la hora de iniciar el viaje. Reitero, lo probé varias veces, con resultados catastróficos. Demoras en mi llegada, de cerca de media hora y en algún caso, aún más. Mientras viajaba sólo escuchaba el famoso “recalculando”. Los usuarios frecuentes sabrán a qué me refiero.
Durante la demora me daba tiempo de hacer de todo, llamadas, agendar citas. Incluso, de reflexionar en cuál podía ser la causa. Eso me llevó a una conclusión que puede o no resultar exacta, pero que nos regala una reflexión interesante para nuestro negocio asegurador: parece que Waze® proyecta, pero no pronostica.
Quizá la semántica por sí sola no hace total justicia al significado de estas palabras, así que abundaré en el concepto que yo aprendí de las mismas, en los ya lejanos años 90. En la aseguradora donde laboraba, cada mes se revisaban los resultados y se evaluaban tres cifras, que provenían de cálculos diferentes. La obvia, era el resultado REAL. Fueren Primas o Siniestros o Gastos, esa cifra se refería al monto efectivo alcanzado en el mes en cuestión y en el acumulado del año a la fecha. Estas cifras se contrastaban con el PRESUPUESTO, que nuevamente podía corresponder a cada una de las ya citadas categorías y del cual, también se contaba con una cifra del mes y una del acumulado anual.
Aunque parezca un poco bobo, detallo el ejercicio porque no quiero obviar el uso que se daba. Al comparar la cifras REALES vs. los PRESUPUESTOS, todos teníamos a la vista el desempeño del equipo, el grupo o incluso de la compañía. Lo que a mí me impactó entonces es que existía un tercer grupo de cifras y el más complejo a calcular. El PRONÓSTICO.
El PRONÓSTICO se construía a partir de un cuidadoso análisis de las cifras REALES y de las circunstancias que las habían llevado a ser distintas de las PRESUPUESTADAS. Con los hallazgos de ese análisis, se construían cifras para los meses por venir, hasta terminar el año.
Las primeras veces que vi el desarrollo del ejercicio me sorprendieron las reacciones tan distintas que se gestaban en el equipo. Ejemplifico con el caso de algún mes donde la cifra REAL ACUMULADA era muy similar a la cifra PRESUPUESTADA ACUMULADA. ¿Todo debía ser “miel sobre hojuelas”, no? Pues no. Sí había circunstancias favorables extraordinarias que habían contribuido al resultado, pero estas no iban a sostenerse para el resto del año. El PRONÓSTICO presentaba resultados esperados menores al PRESUPUESTO y eran evidentes las caras largas. Yo me preguntaba, qué sentido tenía esto, si era un momento de chabacana alegría. Íbamos bien, al menos hasta la fecha. Poco a poco comprendí el autoengaño.
Un PRONÓSTICO reconoce las variables causales o consecuenciales de un resultado y de las actividades que contribuyen a obtenerlo. Carece de sentido ser ciegamente optimistas y pensar que si se cumplió el PRESUPUESTO a cierta fecha, esto continuará a lo largo del tiempo, a sabiendas que hay amenazas evidentes. Un ejemplo muy evidente eran las devaluaciones de la moneda en las compras de los insumos para siniestros. Si al mes de revisión el tipo de cambio había sido estable y se había alcanzado el PRESUPUESTO, pero había ocurrido ya una devaluación, era muy claro que en los meses por venir el gasto se incrementaría y las cifras REALES cada vez se alejarían más del presupuesto.
No tengo la certeza, pero me parece que Waze® no consideraba el caótico tráfico de los lunes o el intenso flujo que se genera las tardes de los viernes.
Esos factores, externos a la ruta, explicarían fácilmente, porque el tiempo promedio de un traslado se quedaría corto en ambos casos. Y esos datos están claramente disponibles. Presentar un PRONÓSTICO, considerando otros insumos para el cálculo y no una simple proyección, que sería el símil del PRESUPUESTO, a todas luces sería más efectivo.
En todo caso, la verdadera moraleja para nosotros en el sector asegurador está en la sensatez. En darnos cuenta si las cifras y proyecciones reconocen la realidad, siempre cambiante o ante la evidencia de la adversidad, decidimos cerrar los ojos. Eso siempre es una elección.
“Difícil de ver es, siempre en movimiento el futuro está”.Maestro Yoda, El Imperio Contraataca – Star Wars