Un termómetro bastante certero del bienestar y por ende de la felicidad del ser humano.
Siempre he pensado, quizás de manera simplista, que nuestra vida puede dividirse en dos grandes etapas: la primera es como hijos de familia, cuando somos un integrante más en una familia en la que nuestros padres están a cargo de dirigir la barca, lo cual implica no sólo estar a cargo de proveer alimento a la familia, sino también educación y sobre todo la formación en todos los sentidos. Y la segunda, en la que nosotros estamos a cargo de dirigir la embarcación de nuestra vida, ya sea que compartamos esa responsabilidad con una pareja o la llevemos a cabo solos, y ya sea que llevemos marineros a bordo (hijos o dependientes) o naveguemos solos.
Desde finales de la década de los años veinte del siglo pasado, es decir, hace casi 100 años, nace el concepto denominado movilidad intergeneracional.
En términos generales, movilidad intergeneracional significa las posibilidades de las personas de poder mejorar (o empeorar) sus condiciones sociales, culturales, económicas, laborales, de salud y otros factores básicos para tener una vida diferente en comparación con la que tuvieron sus padres. Sin embargo, la mayoría de los estudios se enfoca en el nivel de estudios y sobre todo en lo que han dado en llamar nivel de vida (ingresos) de las personas.
Si nos enfocamos en este aspecto, esto es, en el bienestar económico, siempre he pensado que, cuando las personas logran un mejor nivel en la segunda etapa, esto es motivo de orgullo y satisfacción personal; y, por el contrario, cuando no se logra, aquéllo es motivo de frustración, lo cual es un factor de consideración que se refleja en la felicidad del individuo, sin que esto sea una regla general.
Podríamos decir que en la mayoría de los casos los padres buscan el bienestar de los hijos, y es común observar que se esfuercen y hagan grandes sacrificios personales para ayudarlos a desarrollar una mejor preparación y consecuentemente logren un mejor nivel de ingreso en esa segunda etapa de su vida.
Lo cual, por lógica, debería implicar que a mayor preparación del individuo existirá un mejor nivel de ingreso, y por ende la movilidad sería ascendente.
Sin embargo, no siempre resulta de esa manera.
No vamos a tomar en consideración el hecho de que a veces los hijos desperdician esas oportunidades por decisión propia ni nos enfocaremos en si ello se deriva o no de errores en la formación que les dieron sus padres, situación que es fácil observar en todos los estratos de la sociedad, y quizás hasta se presente de más en los estratos altos.
Debemos considerar que existen otros factores externos a la familia que también influyen.
Alguno de estos factores externos que influyen para que se logre ese objetivo tiene que ver con la gestión del Gobierno y las oportunidades de desarrollo que éste genere para la población.
Hay estudios que muestran que en México no ha habido una movilidad intergeneracional de manera positiva, y es claro que la gestión gubernamental ha tenido grandes deficiencias debido a que se ha privilegiado la demagogia y la corrupción sobre el bien común de la población.
Si bien se han visto algunos intentos serios de mejora, a partir de la primera década del siglo 21 el sistema ha terminado por imponerse, y el resultado no es halagador; por el contrario, se torna cada día más preocupante porque no se le ven visos de mejora.
La Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (Enbiare), del Inegi, muestra que, si bien los logros académicos y laborales de los mexicanos han sido mayores con respecto a los de sus padres, esto no siempre se traduce de manera proporcional en un mejor nivel de vida o mejora en su patrimonio.
Siete de cada 10 adultos consideraron que su trayectoria educativa es mejor que la de sus padres. Cinco de cada 10 reconocen percibir mejores ingresos, pero casi cinco de cada 10 consideran que su nivel de vida apenas es similar, o incluso menor, al de sus padres.
En general, se percibe que en nuestro México no se están gestando las condiciones para que la población mejore en sus condiciones de vida, y eso es un factor que no solamente corresponde al Gobierno, sino también a los particulares.
Es claro que la manera en que se han desarrollado los programas sociales en México no ha sido la adecuada, ya que cada vez es más difícil para un individuo que ha nacido en una familia pobre sobrevivir. Salir de la pobreza para un individuo que ha nacido en una familia pobre se torna desafortunadamente cada día más complejo, y la prepotencia y arrogancia que se palpa a últimas fechas en los gobernantes nos muestra que no existe un genuino interés por mejorar las condiciones de vida de la población, al grado de que se han destruido y desarticulado programas que empezaban a dar resultados.
Es claro que la distribución de la riqueza no ayuda a generar mejores posibilidades de vida a la población en general.
Si bien estoy convencido de que la felicidad es una decisión autónoma y de que el desarrollo del bienestar de una generación es multifactorial (aunque hay factores de gran importancia, como el social y cultural), es un hecho que el aspecto económico se refleja notablemente en otros de los factores, como la salud, para lograr una vida de mayor calidad.
Sigamos luchando por mejorar en lo personal y ayudar tanto a las personas que se encuentran en nuestro entorno cercano como a aquellas que no lo están y han sido cruelmente marginadas por la sociedad en nuestro México, porque todos, absolutamente todos los seres humanos, merecen el acceso a una vida digna.
Si tienes interés en ayudar, comunícate conmigo.