Siempre me ha llamado la atención cómo la historia de la humanidad nos muestra que cometemos los mismos errores a lo largo de los siglos y seguimos enfrascados en la iterativa equivocación de buscar culpables para todo lo que ocurre a nuestro alrededor, cuando quizá deberíamos empezar por mirar hacia nuestro interior.
Si hacemos una introspección y sabemos analizar, ello nos llevará a evaluarnos y finalmente a responsabilizarnos de nuestra vida.
Si de algo estoy convencido es de que nos falta mucho por aprender, por trabajar, por dar; pero mientras el ser humano siga pensando solo en lo que le falta, lo que cree merecer y lo que quiere recibir seguiremos buscando quién nos agravia, quién nos debe o quién es responsable de nuestra circunstancia. Seguiremos viendo la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio.
Yo me pregunto desde hace muchos años: ¿cuándo vamos a dejar de ser adolescentes como sociedad? ¿Cuándo vamos a madurar?
¿Será posible, después de tantos siglos, tratar de cambiar a la humanidad por medio del ejemplo?
¿Qué tenemos que hacer para dejar de pelear, de discutir, de polarizar, de culpar a los demás?
Hace un par de días leí en Facebook un post que me encantó y me hizo reflexionar. Se acompañaba de una imagen y lo escribió un amigo español de nacimiento pero mexicano por adopción, Ricardo Crossier. Refiriéndose a los recientes acontecimientos, él decía que pedía perdón a cualquier mexicano que se sintiera agraviado por lo que pudieron haber hecho algunos españoles en la época de la conquista, hace 500 años.
Crossier aclaraba que pedía perdón por esos españoles, que son más parientes de los mexicanos que de él porque ellos dieron origen al pueblo mestizo que hoy somos.
Y mi amigo continuaba con varias reflexiones más sobre muchas situaciones que han sucedido en el mundo por las cuales se debería pedir perdón; tantas que jamás acabaríamos, porque desafortunadamente la historia de la humanidad reiterativamente refleja esas atrocidades desde el inicio de los tiempos.
Sin embargo, él como español de nacimiento pero sintiéndose tan mexicano como el que más, porque lo es por adopción, ofrecía una disculpa a cualquiera que la necesitara si ello ayudaba a calmar su resentimiento y así podía encontrar paz en su corazón.
Me gustó mucho el ofrecimiento de Ricardo porque a mí, como a él, no me cuesta gran trabajo pedir perdón. Y pienso que ya es hora de limpiar nuestro corazón de todo sentimiento de agravio y de cualquier resentimiento que contamine nuestro espíritu.
Me parece que lo que nos falta es trabajar en nosotros mismos. ¿Qué importa si en mi juventud llegué a sentir discriminación en mi propio país por el trato que me dispensaban algunos por el simple hecho de haber nacido rubio (güero, como se dice aquí)?
¿Por qué no pensar mejor de manera un poco más empática y entender la posición y las razones de los demás?
La verdad es que no me siento agraviado por nada; aunque sí me lastima ver que mucha gente solo mira para su beneficio.
¿Qué importa hoy si la historia se escribió de una u otra forma en nuestro querido país? Lamento mucho las atrocidades que se cometieron, no solo en nuestro México, sino todas las que se han cometido y se siguen cometiendo en el mundo entero.
Pero quizá lo que más importa hoy es preguntarnos: ¿qué más podemos hacer por nuestros hermanos marginados?
Prefiero entonces pedir perdón por no haber logrado hacer más por mi gente. Considero que el mundo necesita sentirse libre, no agraviado; necesita dar en vez de pedir; actuar más en favor de los demás en vez de reclamar; y, sobre todo, necesita amar, no odiar.
Recuerdo una frase de Anthony de Mello que decía:
“Si lo comprendes todo, lo perdonas todo; y solo existe el perdón cuando te das cuenta de que, en realidad, no tienes nada que perdonar”.