Cuando esta columna llegue a tus manos, el periódico El Asegurador habrá entrado al que será su año 40 de existencia, un periodo que iniciará con el número del 31 de octubre de 2023 y cerrará con el del 15 de octubre de 2024. No obstante, comenzar a vivir esta etapa con la que este medio cerrará cuatro décadas de circular cada 15 días sin interrupción, tiene que ir más allá de los números, que no pocos suelen usar para mostrar lo que no son o no se espera que sean.Detrás de todos los números que logren manejarse, hay mucho que no se puede observar a simple vista. Así que, siendo serios, no jugaré hoy con los números, sino que me remontaré a las personas, tanto a aquellas que de manera individual han aportado de alguna manera a que este sueño de crear una publicación especializada en seguros siga vivo, como a las que desde dentro de las organizaciones nos regalaron la oportunidad de comenzar y continuar.A partir del primer día de este mes, comencé a publicar en mi perfil de Facebook el testimonio visual sobre mis inicios, como mi primer trabajo, que desarrollé con mi hermano mayor, en Publicistas de México, una agencia que se ubicaba en Balderas 36, en el centro de la ciudad y en el que me tocaba ayudar en la elaboración de manuales para International Harvester, dedicada a proveer maquinaria para el campo: tractores, trilladoras, etcétera.Después trabajé como dibujante en una compañía editorial, en la que además de realizar originales que usaban los contadores, me encargaba de obtener información para la elaboración de una agente: la Agenda Sistemex, lo que me obligaba a buscar fuentes sin las ventajas y desventajas que ofrece hoy la tecnología en diversos órdenes. Participaba también en la producción de manuales y revistas de carácter fiscal y gerencial.En aquellos tiempos, estar en oficinas un rato y salir a la calle a investigar, se combinaba con ir a los talleres y dejarse atrapar por el ruido de las máquinas y el olor a tinta, todo ello mientras uno podía aprender procesos y conocer gente comprometida con su labor. Así, hasta que un día, esa compañía creó una empresa de diseño y comencé a trabajar en ella, con personas que enseñaban, queriendo y no queriendo, técnicas y hasta trucos.En este ejercicio de retrospectiva, llegué a un momento clave que viví una mañana en la que, como era costumbre, arribé a la oficina antes que todos. Estaba sentado en un banco, con un periódico diario sobre el restirador de dibujante, cuando de pronto levanté la cabeza y comencé a observar las instalaciones, imaginándome a todos y cada uno de los compañeros y directivos, y formulándome, quién sabe por qué motivos, una pregunta que cambió mi vida.Palabras más, palabras menos, pensé: “¿Qué será de mi futuro si sigo trabajando aquí?”. Hice un repaso de posibilidades y escalar en algunas posiciones no lo consideré un desafío inalcanzable, incluso en un corto plazo. Ya tenía por entonces 23 años de edad. No obstante, al analizar el perfil de otros compañeros con posición directiva, detecté que ellos sólo saldrían de la empresa con los pies por delante, y vino lo que podría llamarse una iluminación.Luego de ese momento, que duró apenas unos cuantos segundos, agaché la cabeza y comencé a revisar el periódico de ese día agregando algo más a esa tarea: empecé a buscar anuncios de colegios. La vida nos ofrece lo que podríamos llamar sorpresas. Resulta que ese día de enero de 1976 encontré un anuncio de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Llamé para pedir información y en septiembre de ese año inicié mis estudios ahí.¿Quién hubiera imaginado entonces que, sólo ocho años después, estaría fundando el periódico El Asegurador, siendo, además, que comencé a escribir de seguros y fianzas en marzo de 1979, en la sección Mundo Financiero de El Universal? Esto ocurrió en octubre de 1984, cuando yo tenía 32 años. No me sorprende ahora que cuando salió la primera edición me hubieran llamado advenedizo y hasta esperaran la desaparición pronta del medio.La breve revisión que estoy haciendo y comparto en Facebook hace que me remonte a vivencias que demuestran que tuve mucha suerte de encontrarme en el camino con personas que creyeron en mí en diferentes momentos, unas que permanecen aún con vida y otras que ya fallecieron. Entre mi curiosidad y disposición para ir más allá de lo que me tocaba hacer, y la confianza y apoyo recibido de ellas, la senda se hizo más amable.Es un hecho que todo comenzó con la filosofía de vida y forma de trabajar de mis padres, allá en la sierra norte de Puebla; con aquellos maestros de vocación que me tocó tener en los cuatro años de primaria que allí estudié; con algunos personajes que, ahí mismo, constituyeron un ejemplo aun sin saber leer y escribir; con las tareas simples a realizar con amor y devoción; todo ello antes de salir hacia la ciudad, teniendo poco menos de 14 años.Yo creo y mucho en el potencial de las personas y pienso que a muchas de ellas sólo les falta hacer un alto para hacerse la pregunta correcta y vivir la vida que deseen. Es una realidad aquello de que cuando alguien sabe a dónde va, los demás le abren paso, y hasta agregaría que, incluso, ayudan a que el avance sea más rápido y efectivo. Quizás por ello disfruto tanto reunirme con grupos o uno a uno con aquellos que sienten la inquietud de ir hacia nuevos horizontes.Podemos ver el mundo de manera diferente y, por qué no, después de imaginarlo como lo queremos, atrevernos a entrar en acción. Cada día es una nueva oportunidad para ir en pos de nuestros sueños que, de una manera u otra, también nos convocan a vivir aquí y ahora. La atención plena es una necesidad urgente que demanda ser satisfecha, sobre todo porque, en efecto, los números son importantes, pero lo somos más las personas.