Siempre me ha dado pesar la terrible desvalorización que tiene en nuestro querido México la profesión que debería ser, si no la más prestigiada, sí la de más alto rango a la que se pudiera aspirar, me atrevo a decir. Me refiero al oficio de maestro.
No quiero menospreciar ninguna profesión, y las habrá de gran importancia y valía. Sin embargo, ¿qué puede ser más importante que tener la responsabilidad de ayudar a un niño, de guiar en sus primeros pasos a las personas en su camino para formarse a sí mismas, para desarrollarse como seres humanos y conformar su espíritu? Nada.
¡Pues ésa es la tarea del maestro! Un maestro debe ser alguien verdaderamente polifacético, alguien que tenga el conocimiento, la sensibilidad, la vocación y la delicadeza para simplemente guiar de la manera más cuidadosa, afable y respetuosa a sus pupilos, sus alumnos.
Porque el maestro trabaja con lo más puro y lo más importante de nuestra creación, el ser humano en sus primeras etapas, en su verdor; y la influencia que el guía puede ejercer sobre las personas inmaduras, en formación, tiene una profundidad insospechada.
Hay maestros que casi pueden pasar inadvertidos, lo cual a mi juicio significa que tales tutores no llevaron a cabo su función adecuadamente. Peor aún, existen aquellos que nos dejaron un sabor de boca amargo, o que incluso nos hicieron daño debido a su falta de vocación o por su tremenda ignorancia respecto a lo que significaba para nosotros su tarea.
Pero hay otros, los buenos maestros, que no solo recordaremos toda nuestra vida, sino que tocan nuestra alma para bien y terminan influyendo de manera muy positiva en nuestro desarrollo.
Hace unos días llegó a mí un video en donde se ve a un rabino que cuenta la historia de cierto maestro que se encuentra en una boda con un joven que había sido su alumno. Esta historia me conmovió, me encantó y me quedé reflexionando sobre qué falta nos hace este tipo de maestros en la época que nos tocó vivir.
Transcribo a continuación lo que contaba el rabino:
Un joven se acercó a otro judío viejo en una boda.
Para facilitar el relato del video, los describiremos como HJ = Hombre joven y HV = Hombre viejo.
HV: No, no te recuerdo. ¿Quién eres?
El joven se presenta.
HV: ¡Ah! ¡Tú fuiste mi alumno! Tercer año. Fuiste mi alumno. ¡Sí! ¿Por qué no te he visto en tantos años? ¿Qué es de tu vida? ¿A qué te dedicas?
HJ: ¡Soy maestro!
HV: ¡Caramba! ¡Como yo! ¿Qué te inspiró para convertirte en maestro?
HJ: Lo que me inspiró para convertirme en maestro fue usted.
HV: ¿Cómo fue que te inspiré para convertirte en maestro?
HJ: Yo vi cómo usted causó una impresión muy honda en mí; me di cuenta de la influencia que usted ejercía en los niños, y decidí irme por la educación.
HV: ¿Cuál fue la huella que te causé?
HJ: Se lo voy a recordar; posiblemente usted va a rememorar la historia. Un día, uno de mis amigos recibió un regalo de su madre o padre; le compraron un reloj de pulsera, hermoso, y yo soñaba con un reloj, pero no tenía dinero para comprarme uno; así que decidí robarle el reloj a aquel niño. Lo tenía en su mochila. Tomé su reloj y me fui. El niño entró en la clase y dijo que alguien había robado su reloj. Se fue a quejar con los maestros de que alguien le había robado su regalo.
Ellos hicieron un anuncio: “Quien haya tomado el reloj de ese niño que lo devuelva por favor”. Yo estaba demasiado avergonzado y no quería devolverlo; y no lo devolví. Entonces usted cerró la puerta y dijo: “Voy a tener que poner a todos en línea y vaciar sus bolsillos para regresar el reloj”. Y eso fue lo que hizo. Y pensé: “Éste va a ser el momento más vergonzoso de mi vida”. Y entonces usted dijo: “Todos los niños pónganse en fila contra la pared, pero quiero que todos tengan los ojos cerrados. Los ojos de todos deben estar cerrados”. Y usted fue de bolsillo en bolsillo; los ojos de todos estaban cerrados. Entonces llegó a mi bolsillo y encontró el reloj y lo sacó; y siguió revisando los bolsillos de cada uno, con los ojos de todos cerrados, y luego dijo: “Muy bien, ya pueden abrir los ojos”. Le dio el reloj a su dueño y nunca, nunca, me dijo una palabra sobre ello en todo el año.
Nunca mencionó la historia, nunca mencionó el episodio. Y pensé entonces cómo usted había salvado mi dignidad ese día, en lugar de haberme estereotipado como un ladronzuelo, como un ratero, como una basura, como un mentiroso, alguien terrible, como un niño despreciable. Usted realmente salvó mi alma, usted salvó mi dignidad, y nunca lo mencionó a ninguna otra persona, ni siquiera al dueño del reloj, ni siquiera a mí mismo.
Fue como decir: “Ya pasó, ya se acabó”. Yo, por mi parte, entendí el mensaje, y cuando observé eso me dije:
“¡Caramba! Esto es un maestro, esto es lo que realmente significa ser un educador. Esto es lo que quiero hacer con mi vida. Me quiero dedicar a la educación”.
El maestro sólo sonreía y seguía escuchando con atención. El joven continuó de esta manera:
HJ: Pero, rabino, ¿no se acuerda? ¡Esto es sorprendente! ¡Es verdaderamente sorprendente! ¿Usted no se acuerda? ¿No recuerda la historia? Al verme o escuchar mi nombre… ¡De seguro tiene que recordar la historia! Que yo robé el reloj, y usted hizo esto y no quiso avergonzarme, y dijo que todos cerráramos los ojos. Yo soy esa persona, y siempre le estaré agradecido.
HV: De hecho, no recuerdo bien la historia, y menos el rostro del niño.
HJ: ¿Pero cómo…? ¿Por qué no?, si es una historia bastante dramática.
HV: ¡Porque yo también cerré los ojos!
Esto es una enseñanza profunda de caridad humana, de cómo no debemos juzgar, y menos aún señalar a la gente; de cómo debemos evitar etiquetar a alguien para que, cuando una persona falle, tenga otra oportunidad de mejorar su vida por convicción propia y se convierta en una persona más perfecta, sobre todo si se trata de un niño. Y, quizá si somos tan compasivos y asertivos como ese maestro, ayudemos a un ser humano a tener un destino diferente, mejor.
Todos somos maestros… ¡o al menos deberíamos intentar serlo.