DESDE HACE UNOS 25 AÑOS, por lo menos, ha sido una tarea recurrente la educación y la inclusión financiera. Habría que tratar de definir a qué se refieren exactamente esos términos, para después dejar un contexto referencial más claro de ambas pretensiones.
LO PRIMERO SERÁ LA EDUCACIÓN financiera. ¿A qué se puede referir esta expresión de la que hablan propios y extraños? Hay hasta “asesores” de empresas, de ventas, de agentes y promotores, que en rigor de verdad no pasarían un examen de primer semestre de matemáticas financieras de la carrera de actuaría. Y no es que quiera decir que es muy difícil. No. Realmente ésta es una de las escasas materias de baja dificultad en la carrera. Pero, regresando al punto, ¿dónde empieza y dónde termina esa pretendida educación?
POR EJEMPLO, saber calcular el IVA de una cuenta de restaurante o cualquier otra compra o consumo, distinguir las fórmulas básicas de interés simple y compuesto, saber el modelo elemental de razones y proporciones, tener una idea de tasas de incremento o de descuento, poder estimar sin fórmulas un valor presente o futuro… ¿La posibilidad de resolver todas esas operaciones simples (la mayoría de esos procedimientos se aprende entre 4.º grado de primaria y 2.º de secundaria) ya valdría como “educación financiera”?
O QUIZÁ EL TÉRMINO se refiera al cálculo y desarrollo de tablas de amortización, cálculo y determinación de tasas equivalentes, convertibilidad de tasas, establecimiento de puntos de equilibrio, valuación de portafolios de inversión, tasas de retorno y otros conceptos rutinarios de las operaciones financieras. ¿Hasta dónde se pretende fijar el alcance mínimo y máximo de “educación financiera”?
CUANDO HICIMOS LOS primeros reactivos sobre el tema, a petición de la autoridad, para insertarlos en los exámenes de los aspirantes a agentes, la exigencia de conocimiento era, en mi apreciación, sobrada para lo que debe poder manejar un intermediario. El resultado fue que cerca de 60 por ciento de los aspirantes no obtenía la cédula por esa sección del examen. Consecuencia: se tuvo que hacer una adecuación al grado de dificultad de los contenidos.
SI HOY SE APLICARA en las empresas un examen simple al promedio de los profesionistas cuya especialidad no es el área de finanzas, serían sorprendentemente pocos los que alcanzaran una calificación aprobatoria. Más aún, un alto porcentaje de usuarios y operadores de hojas de cálculo no sabría qué fórmula utilizar para cada caso; sólo lo lograrían los que por la naturaleza de sus funciones requieren su uso frecuente.
POR ESO LLAMA LA ATENCIÓN que tantos conferencistas, congresos y convenciones del sector dediquen horas y horas a un tema que, por lo menos en nuestro país, es “magia negra” (sortilegio que, por cierto, usa la banca para esquilmar a tantos de los forzados usuarios de tarjetas y préstamos, y que incluso se aplica a los ridículos rendimientos en las inversiones de tantos “ahorradores”, que acaban hasta perdiendo, en poder adquisitivo, sus dineros).
PERO SUENA MUY chic la postura de que, en aras del desarrollo, “hay que establecer modelos de inclusión financiera”. Como ya se dijo, si el punto de partida de alcance de conocimiento y practicidad para no expertos no está definido, mucho menos lo está la descripción de a quién y en qué casos y en qué sentido se quiere incluir en el mundo financiero.
A TODO LO ANTERIOR es conveniente sumar otra condición: ¿a quién le interesa el tema? Me explico: estamos en un país acostumbrado, en términos generales, a que no existe nada atractivo en el hecho de ahorrar e invertir en la banca. La mayoría de las personas prefiere “ahorrar” en el botecito de la cocina que pensar siquiera en soltar su dinero al banco. Prefieren acudir al agio que al banco para obtener préstamos, aunque les vaya peor; pero nadie les hace un comparativo, y ellos son incapaces de hacerlo por cuenta propia. O prefieren acudir a los montes píos, por las “amigables” operaciones de empeño.
Los ciudadanos comunes prefieren los créditos de pagos “chiquitos” antes que acercarse a instituciones establecidas, registradas y reguladas para el tema de los créditos. Fuera de esas instituciones hay un sinfín de abusos, pero ellos no lo entienden, ¿precisamente porque no tienen la “educación financiera”? La banca ha ahuyentado la inversión y el crédito, ofrece confusión, letras chiquitas y malos tratos en sus sucursales, amén de los fraudes electrónicos en perjuicio de los dineros de los cuentahabientes. Precisamente por eso, el ciudadano de a pie prefiere un esquema caro que entiende y que realiza con aquellos en quienes confía que un sofisticado esquema que no entiende y que debe realizar con un ente abstracto en quien encima no confía.
ES NECESARIA Y CONVENIENTE la “inclusión financiera”, sí. Pero lo primero es crear generaciones de individuos que entiendan, se interesen y finalmente deseen su inclusión. El asunto puede llevar un par de décadas, y en ese periodo desde el principio de la educación no debe ser tabú hablar de dinero y relacionarse con él. Se ha de tener una visión de país generador y beneficiario de riqueza, en vez de pedirle al pueblo que su única aspiración sea ser pobre, republicanamente pobre.
LO QUE HAY QUE GENERAR es un público que entienda y que quiera incluirse en esquemas financieros que pueda comprender, que pueda comparar y cuyo beneficio pueda disfrutar. Hoy no parece haber compradores de esa “mercancía”; luego los discursos, convenciones y foros caen en el pequeño círculo de quienes están interesados en mejorar su conocimiento financiero: un puñado de mexicanos. Es como predicar entre predicadores, una mera hoguera de vanidades, un teorema de la incompletitud (Gödel) con variables, hasta ahora, incontrolables. Ni modo.