Search
Close this search box.

Las buenas conciencias

Charlemos seguros

El asegurador

ATACADAS Y PERSEGUIDAS POR AÑOS,  las afores  estaban desde antes de la debacle política del país  en la mira de los autores de esa debacle. El enfoque de las críticas se concentraba en las exiguas pensiones que se podían lograr con los fondos constituidos por los trabajadores a lo largo de los años de su vida productiva. 

ESA REALIDAD PROVIENE  no de la gestión de las administradoras, sino de las bases financieras del esquema planteado de origen. Como quiera que se acomodaran los ingredientes,   6 por ciento  del salario nunca sería  suficiente para contar con un fondo tal que se pueda uno retirar   “con decoro”.  A ese ritmo, las aportaciones de 36 años apenas representarían un ahorro de dos  años de ingreso     (5.6  por ciento de ahorro efectivo).                         

EL VALOR DE LAS AFORES consistía en  que    podían hacer crecer esa ridícula cantidad          lo necesario para que esos dos  años de ingreso se transformaran en lo suficiente para que el pensionado recibiera alguna cantidad   “básica”  durante el resto de su vida,  lo que después de los rigurosos 65 años puede alcanzar hasta 16 años de recibir pensión, considerando una expectativa de vida de 80 años. Esto sí  se debe a las gestiones de las afores,  pero nadie lo ha querido decir.

DE MODO QUE, SI EL MONTO de lo ahorrado fuera  mayor y  el plazo fuera más extenso, se podría  tener un resultado más satisfactorio. Aritmética simple, lógica básica.

¿POR QUÉ ENTONCES, si era tan simple, no se hacía nada? Primero  habrá que ver a quién beneficiaría una   aportación mayor o un plazo más extenso. No se necesita gran reflexión para ver que el mayor beneficiado de eso sería el propio ahorrador (lo de   “trabajador”  es un principio de buena fe). Cuanto  más ahorras, más acumulas (monto constitutivo), y como  consecuencia más recibes. Los otros beneficiados serían las propias administradoras, que  al gestionar mayor volumen de recursos tendrían un  resultado mayor, por lo menos en números absolutos.        Sin embargo, ¿quién dijo algo?

PUES LOS   “TRABAJADORES”    (como suele llamárselos,  con una carga de compasión   altamente encomiástica) ni pío.      Y no lo hicieron porque a los pobrecitos no les alcanza para ahorrar, con lo cara que está la vida (en particular, si se considera el gastazo de las dos  coca colas y la bolsa de papas más el pastelillo obligado de  la nutritiva dieta diaria de cada integrante de la familia). No lo hicieron porque la cultura del ahorro aquí es nula (y peor aún  con los abusos y pocos atractivos intereses que tiene en México la oferta de ahorro de los insaciables banqueros). No lo hicieron porque prefieren dos  pesos más hoy que una pensión digna mañana. En sus palabras, el ahorro    “no saben si van a  vivir para verlo y gozarlo”. “Mejor   me lo gasto hoy,  y ya mañana… pos  a ver”.    Esta ciega y estólida postura es la que les  gusta a tantos jovenazos, que prefieren aumentar la liquidez de su ingreso en vez de aportar a las cuotas de salud y retiro. ¡Que  vivan los del outsourcing!

LAS ADMINISTRADORAS sí dijeron algo. Pero, al pronunciarse por ello, los inmaculados politiquillos que ocupan las curules las  señalaron de avorazadas,  agiotistas y otras lindezas que el pueblo sabio aprobaba irreflexivamente. Entonces las afores empezaron a promover las aportaciones adicionales, que  a la larga al primero que beneficiarían sería al ahorrador. Y las siguieron tachando  de abusadoras. Pero en el fondo  había buenas conciencias, o al menos la claridad de conciencia para entender  que, si no ahorras más, tu economía como pensionado será nimia. Pero, claro, con el desprestigio en que las colocaron los expertos financieros de San Lázaro, la gente duda de ahorrar en tales instrumentos.

ENTONCES SURGIERON OTRAS BUENAS CONCIENCIAS, y allí te van los empresarios a ofrecer un futuro mejor   para los pensionados. Lo valioso: la aportación se va arriba del 15 por ciento. Lo   curioso: todo el excedente sobre lo que estaba antes lo pone el patrón, el pagador;  el empresario, pues.

¡AH, QUÉ   BUENAS LAS BUENAS CONCIENCIAS! ¡Qué  generosidad inesperada! Los  empresarios se muestran en su faceta de benefactores, de alta conciencia social y buen corazón. No cabe duda de que se los ha juzgado mal.  Hoy nos demuestran  que son capaces de ahorrar por el trabajador con tal de que a éste le vaya bien. Si él no quiere ahorrar,   “está en su derecho”;   ¿pero también está  en el  derecho de pedir una pensión mayor   sin haberla constituido?  Eso  es otra historia. Hoy  sus jefes le hacen de pilmama para que él se pueda jubilar a sus anchas. ¡Bien por los sorprendentes empresarios y sus buenas conciencias!…   

AHORA BIEN, ¿quién  es el beneficiario inmediato de esto? Las  buenas conciencias del populismo, que, incapaces de tomar una medida que siquiera los haga ver mal, aunque sea para bien,  negociaron con los empresarios que la propuesta viniera de ellos;  así el Gobierno  no toma la impopular medida de subir las aportaciones y de esa manera  queda bien.   “Lograron”  que los empresarios (mil veces vituperados por el titular del Ejecutivo)  hicieran por fin algo por los trabajadores… “¡Lo logramos…!”.     Entonces se presume esto como un logro del adefesio oficial. Ésas  sí son, ante una masa de alrededor de  26 por ciento  de los mexicanos  (apenas una cuarta parte)     buenas conciencias.

ENTONCES VIENE LA SUSPICACIA: ¿por qué los empresarios determinaron cargar con el costo económico del caso? ¿Fueron  todos o sólo un puñado de dirigentes? ¿Por  qué aceptaron incrementar el costo de la carga social salarial en   30 por ciento en  promedio?   Tal  vez no por sus buenas conciencias… Más  bien habrá que preguntar con qué los amenazaron para que hicieran eso. ¿De qué tamaño sería la amenaza? A lo mejor sus conciencias no son tan buenas y están llenas de pasado comprometedor y negociaron perdones diversos… Tal  vez…

PERO LA SUSPICACIA ES MALA CONSEJERA;  mejor pensemos   que, en efecto, la bondad y buena voluntad de la clase empresarial se impuso; que  están dispuestos a constituir el ahorro de quienes no quieren ahorrar (aun estando  en el mejor de los mundos: empleo, sueldo, prestaciones y jubilación, ¡todo en el mismo combo!). ¡Bien por las buenas conciencias de la clase empresarial mexicana!       

LO INCREÍBLE es que el mérito se lo endilgue la truculenta maquinaria oficial, y  en esta  historia  los empresarios sigan siendo los malos de la película. ¡Así, quienes se ponen  las medallas son los de las malas conciencias! ¡Uffff!

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

Califica este artículo

Calificación promedio 0 / 5. Totales 0

Se él primero en calificar este artículo