Acabo de ver una serie televisiva que me hizo pensar mucho en un tema controvertido desde siempre, acerca del cual mucha gente prefiere no hablar por considerarlo un asunto tabú y sobre el que seguramente la mayoría de nosotros ha ido modificando su visión conforme ha ido madurando. Me refiero a la fidelidad de pareja.
La historia se desarrolla en el Israel de la actualidad y trata de una pareja de estratos sociales y circunstancias totalmente diferentes, por lo que se dan situaciones complejas de manejar. Involucra a un muchacho que trabaja en la panadería de su familia y que por casualidad conoce a una modelo famosa, hija de un hotelero multimillonario. Ambos se enamoran.
Si de por sí la vida de una pareja es compleja, más lo es si los que la componen vienen de dos mundos tan diferentes.
Independientemente de la trama —la cual me pareció divertida y en la que hay un poco de todo—, podríamos decir que un tema recurrente que se toca en ella es el de la infidelidad.
Recuerdo que, cuando era pequeño, mi visión de la fidelidad era tan limitada como pensar que el amor tocaba una sola vez a la puerta y que ser fiel era mantenerse en el mismo sentimiento hacia el primer y único amor en la vida.
Esa romántica pero pobre visión sobre la fidelidad se fue transformando rápidamente, ya que el amor de la infancia que todos solemos tener es generalmente alguien de nuestra misma edad, quien en mi caso y por lógica diferencia en maduración, puso rápidamente sus ojos y su interés en alguien mayor, y así fue la primera y muy pronta decepción amorosa que tuve en la infancia.
Rápidamente se fue transformando mi visión de la “fidelidad” en los primeros amores de adolescencia, en los que esa concepción consistía en hacerte novio de una chica y no poner atención a nadie más mientras durara ese inocente noviazgo.
Lo que generalmente sucede en estos casos es que uno de los dos va perdiendo la emoción del enamoramiento inicial y busca concluir la relación en búsqueda de alguien que le despierte mayor interés.
Con los amores de juventud se complica un poco más la cosa, porque con la fiebre y arrebatos de esta edad, la efervescencia y la hormona a todo lo que dan, no es difícil que alguno caiga en alguna trampa, ya sea por atracción a otra persona, o simplemente por los desacuerdos, discusiones o celos derivados de la falta de experiencia. Esto nos hace no valorar algunas situaciones y provoca que se forme la típica “tormenta en vaso de agua”, haciendo difícil la permanencia de la relación, por muy enamorados que se encuentren ambos.
Así seguramente transitamos todos nuestra juventud, haciendo ensayo y error, con la inestabilidad y los altibajos propios de esa edad y conociendo tanto las típicas decepciones por traiciones amorosas de nuestras parejas como la culpa por las nuestras.
Habiendo vivido mi juventud en el México de los setentas, supe de primera mano que la visión de esos temas era algo más cerrada que ahora. El concepto de fidelidad aunque distinto, seguía teniendo un modelo de alguna manera tradicionalista.
Entrados los ochentas, llegó el día de formalizar una relación. El concepto entonces era: “De aquí para adelante”. Es decir, una vez comprometida una pareja, el trato era de total exclusividad de cara al futuro.
En ese entonces la visión era casarse una vez y para siempre. Jamás imaginé que llegara a divorciarme, ya que, habiendo sido educado en la religión católica, eso era algo que simplemente no estaba en el panorama, y a los divorciados se los veía socialmente estigmatizados.
Pasadas varias décadas, y tras un divorcio, después de trabajar en sanar las cicatrices de un rompimiento tal y rehaciendo mi vida de pareja, la vida se ve con otros matices.
Aprendemos a vivir en un mundo diverso, con otras costumbres y en interrelación con las nuevas generaciones; ciertos temas se ven con una mentalidad muy diferente.
Definitivamente, el mundo ha cambiado. Yo recuerdo haber escuchado que muchos matrimonios se rompían porque una de las personas había tenido una aventura, y eso era una falta que para mucha gente se consideraba imperdonable. Si era lo más sano o no, no lo sé; de hecho, no lo creo, porque considero que puede haber muchas causas por las que una persona cometa una equivocación, y lo que se encuentra en juego es algo muy importante.
Hoy en día las causas justificadas para romper una pareja o un matrimonio me parece que han cambiado un poco.
Por supuesto que, cuando falta el amor, la admiración, la confianza o el respeto, es imposible llevar una relación de pareja, y me parece que en esos casos lo mejor es pensar en una separación; porque, en mi opinión, sin esos elementos una pareja no tiene razón de ser.
Por supuesto que habrá otras causas de rompimiento, como una adicción no salvada o cuando uno de los miembros de la pareja está poniendo en peligro a la familia, ya sea por vivir en la ilegalidad o por alguna otra razón. Pienso que en esos casos es más que justificado un rompimiento o un divorcio.
Estoy convencido de que en una pareja debe haber confianza; se debe evitar el sentimiento de posesión, el temor o la amenaza para que ambos vivan plenamente, en paz y sin coacción de ninguna forma.
Se debe vivir en pareja por convicción, por deseo de compartir un proyecto de vida con la otra persona; no por obligación.
Sin duda, hay muchas parejas que se mantienen juntas porque piensan que no tienen una mejor opción. Sin embargo, pienso que ésa no debe ser razón suficiente; y, desde mi perspectiva, en la mayoría de los casos en que se presenta una infidelidad de pareja, la persona infiel está tratando de subsanar alguna problemática de ego no resuelta.
Ver a una pareja feliz, que es fiel y que basa su solidez en la verdadera fidelidad, es algo de lo más motivante.
Para mí la “verdadera fidelidad de pareja” es esa que se da de manera natural, porque se es fiel por elección.
Incluso yo iría más lejos. Dicen que “cada elección implica una renuncia”. Yo no estoy seguro de ello, porque en este caso, si se ha elegido de entre todas las personas del mundo a una para estar con ella, para convivir, para disfrutarse mutuamente y para compartir un proyecto de vida, es porque esa persona debe ser nuestra persona favorita, y entonces en esa elección no hay renuncia.
Para mí, eso es lo que yo llamo la verdadera fidelidad: cuando no cuesta trabajo ser fiel, cuando no implica ninguna renuncia, porque se es fiel por convicción.