- REFLEXIONES
Por: Carlos Molinar Berumen / carlos@molinar.com
No cabe ni la menor duda de que la tecnología tiene grandes ventajas; pero, como todo en la vida, tiene su buen y mal uso. La situación se agrava porque a la vez que nos hacemos más y más dependientes de ella, vamos perdiendo cosas vitales en el camino, sin siquiera percatarnos de ello. Diría un hindú: “Nos están robando el alma”.
En India existe la creencia de que, cuando te toman una foto con flash, te están robando el alma. Lo que sucede con la tecnología no es precisamente una superstición como esa, pero tenemos que hacer conciencia de que su uso exagerado y desmedido nos está deshumanizando y convirtiendo en autómatas. Y eso es algo que nos está ocurriendo con nuestro consentimiento o, por lo menos, sin que hagamos mucho por evitarlo.
El otro día escuchaba la fracción de una conferencia de Pilar Sordo (una señora chilena), quien hablaba algo muy interesante sobre las nuevas generaciones. Ella mencionaba que los niños y jóvenes de hoy están tan acostumbrados a los sobreestímulos que vienen de la tecnología que no saben aburrirse.
Sordo mencionaba que ya no pueden divertirse si no están conectados a un iPad, iPod, computadora o cualquier tipo de gadget, incluso a la televisión. Y sí, están tan acostumbrados a los videojuegos y a la comunicación por internet a través de la tecnología que se desesperan y se sienten perdidos y frustrados cuando no la tienen.
Ella comentaba que para desarrollar la creatividad de las personas es indispensable el aburrimiento y el ocio, porque de ahí nace la creatividad.
Basta recordar cuando éramos niños y cómo en aquel mundo sin gadgets y sin internet estábamos acostumbrados a inventar un sinfín de juegos, y por ende difícilmente nos aburríamos.
Pilar Sordo decía que nos extrañamos de que la juventud actual no sabe divertirse sin alcohol y otros estimulantes, pero lo cierto es que están acostumbrados a esos sobreestímulos. Prueba de ello es que difícilmente pueden conversar y reír a carcajadas si no los tienen, lo cual es una verdadera pena. Hoy en día es impensable para los jóvenes asistir a una fiesta en la que no haya alcohol.
En mis épocas, cuando los jóvenes entrábamos a la edad del “ligue y el noviazgo”, había algo que se llamaba “tardeadas”. Eran fiestas maravillosas que se amenizaban con un tocadiscos y se tomaba limonada, ¡vaya, ni siquiera cerveza!, y los jóvenes éramos felices con ello.
En esa conferencia, Sordo mencionaba otro aspecto también de gran preocupación: el hecho de que las familias han dejado de lado, quizás debido a la prisa y al ajetreo de la vida actual, pero en mucho de alguna manera debido a la tecnología, esa tan importante y a la vez tan sabrosa y productiva (constructivamente hablando, para las personas) costumbre llamada sobremesa. Robert Kiyosaki dice en su libro Padre rico, padre pobre, que los ricos les enseñan a ser ricos a sus hijos en la sobremesa, y desde mi punto de vista es una realidad.
Son pocas las familias que se sientan a comer sin celulares; y, si lo hacen, les corre a todos prisa por levantarse, por lo que la sobremesa es una bella y sana costumbre en peligro de extinción.
Debido a ello, y a otras cosas que enseguida voy a comentar, los niños y jóvenes de hoy están dejando de aprender a conversar. Es penoso ver que carecen de un buen vocabulario; escucharlos hablar y (peor) verlos escribir es deprimente. Y cómo no lo va a ser si la mayoría de sus conversaciones es a través de un ordenador y a base de abreviaturas y símbolos.
De aquí se deriva un problema quizás más grave y profundo: están perdiendo la emotividad y la capacidad de expresión, apuntando rápida y peligrosamente a convertirse en autómatas, en zombis vivientes. Trataré de explicarme.
La tecnología nos está arrastrando a un mundo de poca sensibilidad, ya que cada vez más -no sólo los niños y jóvenes, sino todos-, estamos acostumbrándonos a expresarnos a través de la web y de lo que llamamos emoticons (pequeños símbolos o caracteres de una cara humana que expresa una emoción, utilizados en los mensajes de texto). Y, como muchas conversaciones son a través de la tecnología, cada vez menos se expresan a través de verbalizar y gesticular.
De esta manera podemos imaginar que gran parte de las conversaciones entre adolescentes y jóvenes se da a través de la tecnología; así, noviazgos empiezan y terminan cada día más por la aplicación que llamamos WhatsApp.
Muchas cosas trascendentes se procesan a través de la web; se llevan a cabo conversaciones de la manera más fría y sin tener esa verdadera comunicación que ocurre cuando dos seres se miran a los ojos.
Me pregunto: ¿cuántas relaciones interpersonales se entablan hoy en día de esa manera y cuántas otras transcurren de forma impersonal, posiblemente con la afectación adicional que representa que dichas actuaciones cuando son en persona estén influidas por el alcohol o algún otro enervante? Se está dañando irremediablemente lo más trascendental del ser, que son las relaciones humanas.
Los jóvenes se comunican cada día de manera más fría, más cínica, y con una total ausencia de valores; con menos empatía y respeto por el otro, a través de la tecnología, porque es más fácil escribirlo y expresarlo a través de emoticons, sin tener que dar la cara y responsabilizarse de lo que se dice. Se está perdiendo un elemento de vital importancia en las relaciones que es el vincular, crear vínculo, a través del sentimiento y desde la ética, la responsabilidad y el respeto hacia la otra persona.
Es por ello por lo que hay una tendencia, sobre todo en los jóvenes de hoy, a disociar el hacer el amor de la responsabilidad, el respeto y la intimidad. Eso que para aquellos que nos educamos en otra época son elementos imprescindibles e inseparables de ese hermoso acto. Lo anterior ha llevado a muchos, sobre todo a los jóvenes, a considerar que tener sexo es algo irrelevante; es, como ellos dicen, “solo sexo”.
Así, cada día vemos a una sociedad más vacía, más hueca, y a un individuo que está perdiendo la capacidad de expresión, la habilidad de manifestar sus emociones de manera abierta y franca pero respetuosa, creando vínculos con los demás, porque hay un verdadero intercambio de ideas y sentimientos.
Quiero aclarar que no tengo nada en contra de la comunicación escrita. De hecho, es algo que a mí en lo personal me fascina; no hay como fluir en la escritura para hacer una buena carta para la persona amada, pero eso no es a lo que me refiero, y también es un hecho que la tecnología tiene su lado muy positivo, pues nos está acercando a la gente lejana, pero nos está alejando de los cercanos.
Tenemos que luchar por recuperar la maravilla que es conversar, vincular con el otro, disfrutar de una buena sobremesa, tomar café con un amigo; o intercambiar ideas, sentimientos, planes y proyectos con nuestra pareja, mirándonos a los ojos y sin el temor de que suene el celular, o que la música elegida para cuando entra un WhatsApp haga que se rompa la magia y se derrumbe el puente que significa la verdadera comunicación.
Está en nosotros luchar por usar adecuadamente la tecnología y por no permitir que nuestros niños y jóvenes se vuelvan autómatas; por cuidar que no pierdan esa maravilla que representa el expresar emociones.