La repetición tiene, a todas luces, sus bondades. Tanto es así que, entre otros de sus beneficios, se dice que la repetición es madre del aprendizaje. No en vano especialistas en desarrollo humano y logro de metas aconsejan repetirse una y otra vez eso que se desea hasta, si es posible, volverlo obsesión.
Sin embargo, hay un riesgo que puede convertirse en una verdadera trampa: el subconsciente no discrimina entre lo cierto y lo falso. Ese riesgo no es menor: tanto podemos repetirnos algo no verdadero que nos colocamos a un paso de dejarnos arrastrar por esas afirmaciones y vivir en una mera ilusión.
Los dirigentes, consciente o inconscientemente, con buenas intenciones o sin ellas, hacen tal uso de la repetición que los subordinados o seguidores pueden ser dominados, manipulados, como cuando una rana es colocada en agua tibia que se calienta paulatinamente hasta cocerla, sin que lo perciba siquiera.
Esos dirigentes, al margen de que usen el método de manera consciente o inconsciente, no escapan a los efectos de tal repetición: tanto comunican algo de una determinada manera que terminan creyéndoselo, dándolo por cierto y sumergiéndose en una etapa de ceguera tal que ni siquiera ven lo que no encaja.
Ante una sociedad más informada —aunque por interés, por apatía o por ignorancia muchos hacen a un lado el examen crítico de la realidad y creen todo a pie juntillas—, existe un riesgo que se cierne principalmente sobre el ámbito empresarial: aparentar ser un líder para luego convertirse en un personaje cuasicaricaturesco. Y ese riesgo es algo común, lo que da pie a que el manipulador se perciba entonces como un mal necesario.
Y es que, en el fondo, alguien que es capaz de cautivar y controlar a sus seguidores con el recurso de la repetición de palabras y de conceptos o con la entrega recurrente de prebendas, de la misma manera en que se utiliza el cebo para atrapar peces, siempre favorecerá a otros, que aprovecharán las circunstancias para llevar agua a su molino.
¿Pasa esto solo en la política? Obvio es que no. Se incurre en esa práctica en los más distintos ambientes. Por lo tanto, no escapan a ella gobiernos, empresas, organismos intermedios… Algunos hasta contratan a ciertos especialistas para crear los mensajes que se repetirán hasta la saciedad y que por eso mismo terminarán afectando a todos.
Y esto no solo es curioso, sino hasta trágico. Personas que uno imagina que nunca caerían en esa trampa caen en ella. Pasa como con esas canciones que no nos gustan y luego, de tanto escucharlas, comenzamos a tararearlas, para después cantarlas y volverlas nuestras preferidas. La mente es, entonces, tanto fuerte como débil.
¿Qué nos están repitiendo hasta el cansancio en los escenarios en los cuales vivimos? ¿De qué mensajes somos blanco por cualquier signo, medio o intención? Quizá si hiciéramos un alto consciente, nos daríamos cuenta de lo que ha estado ocurriendo, de lo que está ocurriendo, y con ello explicaríamos nuestro comportamiento.
¿Qué estamos diciendo a los demás en esos ambientes en los que nos movemos, seamos la cabeza o simplemente parte del cuerpo que configura una familia, una empresa, una asociación, un gobierno? Conviene, en estos tiempos, no dejarse arrastrar fácilmente, aunque hay verdaderos expertos en manipulación.
Oímos lo que queremos oír o lo que otros quieren que oigamos. Los lenguajes corporal, hablado, escrito… se usan con tanta facilidad que somos víctimas fáciles porque terminamos creyendo aquello que más nos gusta, lo que se acomoda mejor a nuestra ideología o lo que nos exime de responsabilidades. ¿Acaso no es práctica común acusar a otros de las fallas o vacíos propios?
Ser víctima o victimario resulta finalmente indistinto con relativa facilidad porque, después de todo, nos colocamos en esa posición en la que las cuentas se las deben pedir a otros. ¿Qué importa decir por decir si nadie pide pruebas fehacientes y todos se conforman con lo que escuchan o ven?
Bonito desafío el que podríamos afrontar si reconociéramos la crudeza de lo demostrable y de ahí partiéramos para construir realidades netas que no nos anclaran en los terrenos de la ilusión, que termina por dominarnos y tragarnos, elevándonos a niveles de ficción muy distantes de la verdad, porque precisamente eso queríamos creer o convenía corroborar.
Sería excelente romper con esa intención de manipular que termina por devorarnos.