Son tiempos éstos, los de finales de año y principios del nuevo, en los que muchos solemos fijarnos metas; a veces, modestamente, dos; a veces tres. Pero hay quienes se fijan hasta 12 propósitos que se desprenden de las 12 uvas con el tañido de las 12 campanadas.
Este fenómeno me condujo a recordar la primera de las cinco eses, que muchos utilizan para hacerse la vida más fácil, más práctica. Tales eses, como quizá recuerde el amable lector, se refieren a seleccionar, organizar, limpiar, estandarizar y mejorar.
Las cinco eses más uno, podríamos añadir al concepto, porque esta metodología es aplicable no solo a lo externo de la existencia, sino a uno mismo. A veces trabajamos de manera intensiva fuera de nosotros y precariamente en nuestro fuero interno.
Seleccionar es la primera de las cinco eses. Es un hecho que hay que elegir lo que sirve separándolo de lo que no sirve, al margen de que aquello que no le sirve a uno puede servirles a otros.
No obstante, surge una inquietud, consistente en que ese “sirve” exige considerar una serie de requisitos; aunque podemos destacar la necesidad de establecer un propósito definitivo que se desee impulsar, lograr.
Insistimos en el propósito definitivo, porque los propósitos definidos pueden ser varios y simplemente quedar todo el esfuerzo en ir de uno a otro objetivo, sin enfocarse ni aplicar la energía de manera productiva.
Sería conveniente que el propósito definitivo pasara por el filtro que supone la aceptación, más allá de crear una imagen de lo aspirado y de apoyarse con la visualización. Puede estar muy definido, pero no sentido, aceptado.
Y no es que uno rechace lo seleccionado por otros porque sí. Es claro que muchas veces el propósito lo fija otro, lo que deriva en que solo queda el camino de subordinarse a lo que una persona o una empresa definieron.
Aceptar el propósito, el objetivo, la meta incluso, provoca una entrega distinta, sin que aquel que la proponga tenga que exigirla, ya que esa entrega se dará sin reservas si coincide con los intereses de uno. Tanto si ya seleccionaste tu propósito para 2023 como si aún no lo has hecho, cabe preguntarse qué tanto responde éste a lo que deseas obtener, lograr, aunque sea para notar que hay más opciones que la de solo subordinarse.
Ese propósito definido se lleva generalmente al campo de los resultados finales, aunque no necesariamente debe ser siempre así. Hay quienes le dan un seguimiento puntual a las acciones que produce ese resultado.
Los resultados alcanzados suelen resultar sorprendentes, sobre todo si, lejos de solo partir de las cifras logradas durante el periodo precedente, se trabaja en las acciones que las producen.
Para empezar, no en vano se dice que los resultados que obtenemos reflejan lo que somos, es decir, lo que señalan de nosotros los principios y valores que nos revelan en las acciones o actividades que desarrollamos.
Cito en esta entrega lo que ya he señalado en el pasado: no podemos aspirar a conquistar resultados diferentes si en el plan que plasmamos continuamos haciendo lo mismo que en el pasado, eso que nos trajo hasta aquí.
Me encanta una idea que escuché alguna vez en apoyo a la que acabo de compartir: cada semilla sabe lo que tiene que hacer, y simplemente desdobla todo su potencial para ser lo que está llamada a ser.
Dotados de imaginación, como estamos los humanos, tenemos la ventaja no solo de crear planes inteligentes sino de poder incidir en cualesquiera de las fases del plan, de modo que hagamos la diferencia necesaria y suficiente.
Es reiterativo el señalamiento que establece que es una locura querer obtener mejores resultados haciendo lo que venimos haciendo, pero a veces no entendemos que se trata de despertar un nuevo nivel de conciencia.
Lo anterior significa dejar atrás el estado de conciencia que tenemos actualmente si de verdad queremos lograr resultados superiores. Resultados superiores demandan un estado de conciencia diferente del actual.
Dejar atrás el estado de conciencia actual no es cosa fácil. El pasado pesa y nos obliga a voltear hacia atrás, y en no pocas ocasiones nos jala lo conocido, ese estado de confort al cual estamos habituados, renunciando a aquello que deseábamos lograr.
A lo anterior contribuye el hecho de que lo nuevo suele desafiarnos y poner a prueba nuestra convicción y la consecuente persistencia. Así, una caída nos conduce a retraernos, en lugar de persistir, de perseverar.
La convicción de que podremos lograr lo deseado es una creencia fundamental que nos llena de fe, de confianza. Y, en ese contexto, tal creencia puede ayudarnos a levantarnos cuantas veces sea preciso si es que caemos. Tenemos la certeza de que alcanzaremos el propósito.
En resumen, seleccionar eso que queremos llevándolo a ser algo definitivo es vital, pues un deseo definitivo, trascendente, es el inicio de todo logro, lo mismo en el campo de los negocios que en lo personal y familiar.
Pongámonos, entonces, la tarea de seleccionar ese propósito definitivo que nos permita alimentar el estilo de vida que queremos y, al mismo tiempo, imprimirle la magia del seguimiento que exige comprometerse a lograr ese algo que nos apasiona.