¡El equipo de todos!, grita el Perro Bermúdez. ¡Vamos, muchachos! Y el indigerible ¡Sí se puede!, que implica que nunca se ha podido, pero quién quita, y ésta es la buena.
Sin duda, los resultados de la selección reflejan la realidad de nuestro país y sus 130 millones de habitantes.
La eliminación del equipo en la primera ronda, situación anticipada por la mayoría de los aficionados a pesar de los cientos de miles de mexicanos y otros tantos chicanos con la camiseta de la selección bien puesta, obligó al análisis de las causas del sistemático fracaso de cada cuatro años. Ahora fue peor, pues desde 1994 México había superado la primera ronda, lo cual no pudo lograrse en esta edición. Nos quedamos a un golecito de clasificar, pero la inoperancia ofensiva volvió a aparecer, y no fue posible anotar con casi 45 minutos por delante.
¿Por qué no logramos llegar al quinto partido y ganarlo?
La fórmula del éxito es clara: fomento del deporte, selección de los mejores jugadores y exportación de los que se pueda a Europa para que adquieran fogueo en las ligas más competitivas del mundo, donde se congregan los jugadores de nivel selección llegados de todos los confines de la Tierra; así como participación de los equipos y selección mexicanos en los torneos suramericanos, mucho más duros que los torneos de juguete de la Concacachafa, la confederación del norte del continente americano a la que pertenecemos.
La selección, el equipo de todos únicamente para efectos publicitarios, pertenece a los dueños de los equipos de primera división, la denominada Liga MX. Después del fracaso en Catar, los críticos de los medios de comunicación, obligados por las circunstancias a hablar de las causas de la eliminación, descubrieron el hilo negro: a los dueños de la selección sólo les interesa el dinero a corto plazo. Esos ingresos no están en los torneos suramericanos. Es necesario hacer largos viajes, enfrentar el riesgo de una lesión de algún jugador importante y también la consecuencia de un menor rendimiento en la liga local debido al desgaste que implica jugar contra equipos de mayor nivel. El dinero está en el norte, en los partidos moleros (el término no viene de mole, sino de mall, adonde los seleccionados acuden para hacer sus compras aprovechando el viaje). Lleno en los estadios, gracias a la presencia de los nostálgicos paisanos, Viva México, y no importa que ganen o pierdan siempre están ahí y pagan en dólares. También los derechos de televisión, por supuesto, los comentaristas, al servicio de los patrones, narran una emoción que no se ve en pantalla. Debe de ser muy pesado armar el espectáculo en la imaginación del espectador, cuando lo que se ofrece es poco menos que mediocre.
La liga local eliminó el ascenso y descenso de los equipos, seguramente para dar mayor certidumbre a los inversionistas, que ponen el dinero para permitir la existencia de un equipo de primera división. Los de la liga de ascenso, que no tienen ascenso, sólo aspiran a ser campeones para recibir una bolsa aportada por los equipos de primera que ocupen los últimos lugares. Un premio de consolación; pero de ascender a la categoría superior, ni hablamos.
La liga local aumentó el límite de acepción de extranjeros. De acuerdo con la regla vigente, un equipo puede registrar a 10 jugadores no formados en México, y en la alineación el número no deberá exceder de ocho.
El negocio de los dueños, entonces, parece muy claro: aun si mi equipo queda en último lugar, el descenso no será la consecuencia. Sólo deberé pagar una cantidad de dinero, y punto. Contrato a muchos extranjeros porque me conviene más: son jugadores consolidados, la mayoría suramericanos de Argentina, Colombia, Ecuador, Chile, Brasil y hasta Bolivia. Mi negocio es obtener buenos ingresos por taquilla y, sobre todo, por derechos de televisión, por lo cual me interesan los buenos resultados deportivos del equipo. Si algún jugador mexicano o extranjero de la plantilla destaca, puedo colocarlo en Europa a un precio superior al que pagué por él y aumentar así los beneficios. En suma, un negocio de bajo riesgo, aunque la mayoría de los dueños se quejan de pérdidas económicas. No hay descenso, compro jugadores de bajo costo y no asumo viajes ni participo en torneos de alta exigencia. De los 18 equipos, 14 tienen la oportunidad de acceder a la liguilla, fase final del torneo que se juega a eliminación directa, con mayores beneficios que los partidos del torneo regular. Oportunidades para todos, todos amigos, nos vemos en la siguiente reunión de dueños para grillar un rato y hacer negocios.
Mejorar el rendimiento deportivo de los jugadores mexicanos no es un objetivo de los dueños de equipos. Algún jugador de la cantera, sobre todo de los equipos Pachuca y América, partirá esporádicamente a Europa, caso aislado y eventualmente se incorporará a la selección nacional. Hace muchos años que un mexicano no juega en un equipo de primera línea. Marchan a Holanda o a Portugal, de donde un mejor rendimiento los proyectará a equipo de mejor nivel. Excepto Hirving Lozano, el Chucky, los jugadores mexicanos en Europa ocupan plazas en equipos segundones; y, cuando el retiro se acerca, buscan un lugar en el cementerio dorado de la liga de Estados Unidos, la MLS, para pasar sus últimos años en activo con menor exigencia y mejor ingreso. Muy comprensible.
La selección mexicana de futbol es un producto de alta demanda. No importan las circunstancias ni el doloroso récord de ser el equipo más goleado en la historia de los mundiales, con más de 100 goles en contra. Nada desanima a las multitudes, que siguen al equipo sin importar la distancia o el alto costo del hospedaje y el avión. Nos vamos al Mundial sin importar trabajo, esposa o necesidades económicas. Los muchachos nos necesitan.
No es la única federación deportiva mexicana en busca del interés particular de sus dirigentes: basquetbol, volibol, tenis, atletismo, karate y la que me digan nadan en un mar de mediocridad. ¿Hace cuánto que México no gana una medalla en boxeo? ¿Dónde están los cientos de muchachos de barrios donde los puños dicen más que las palabras? Los Juegos Olímpicos significan más de lo mismo, con los días transcurriendo sin que caiga la primera medalla; y, cuando por fin lo hace, más por un mérito individual que por los apoyos recibidos o por un trabajo de equipo sistemático y programado, los medios de comunicación mexicanos, obligados a sacar agua de las piedras, nos informan del lugar de nacimiento, aficiones, familia y, por supuesto, el duro camino seguido por el héroe nacional que superó todas las adversidades para permitirnos disfrutar del metal, casi siempre bronce, que hoy contemplamos extasiados.
Los paralelismos con la situación social, económica y política del país son relevantes.
El crecimiento económico es modesto: apenas estamos en vías de recuperar lo perdido por la pandemia. El endeudamiento continúa, pues somos incapaces de generar mayores ingresos tributarios; y el gasto no deja de aumentar, por pensiones, sobre todo de mexicanos de primera (Pemex, CFE e IMSS), servicio de la deuda por los intereses que hay que pagar a quienes nos prestaron en el pasado (sean acreedores externos o locales), participaciones a estados para que no se alebresten y todos los subsidios derivados de los programas de apoyo del Gobierno para mantener la lealtad de muchos votantes. El segundo presidente más popular del mundo es el nuestro, y la felicidad no se compra con dinero.
Los enormes retos del país, como aumentar la seguridad, bajar la corrupción, contar con un sistema de justicia eficaz y ponerle un alto a la impunidad, duermen el sueño de los justos. Ésas no son prioridades. Hay muchas cosas que el pueblo sabio demanda, y es nuestra obligación proporcionárselas.
Con la situación del país sucede como con la selección nacional de futbol: nos prometemos dejar de ver futbol nacional, aislarnos de la mediocridad, ver tenis o futbol internacional, sin mexicanos, futbol americano o beisbol de las grandes ligas, y olvidarnos de situaciones que sólo nos acarrean frustración. Lo mismo ocurre con la situación del país: pocas noticias y de fuentes extranjeras si es posible. A palabras necias, oídos sordos.
Antonio Contreras tiene más de 25 años de experiencia en el sector asegurador mexicano. Su correo es acontrerasberumen@hotmail.com