Todavía estaba estudiando en la preparatoria cuando escuché a un maestro decir: “La administración por objetivos es muy eficaz, pero tiene un defecto: necesita objetivos”.
Esta verdad de Perogrullo ilustra la mayor carencia no sólo de la 4T, sino también de los gobiernos neoliberales que la precedieron: no sabemos adónde vamos.
“Con Peña Nieto crecíamos”, dicen algunos nostálgicos de la más reciente oleada de negocios celebrados al amparo del poder, con quienes lo detentaban subidos al carro de la prosperidad.
“Ahora sí se va a acabar la corrupción y va a mejorar la distribución del ingreso”, proclaman los nuevos salvadores de la patria, miembros distinguidos de la 4T, encabezada por el único inteligente, por el líder preclaro que nos va a salvar.
¿Dónde había escuchado esto antes? ¿Un líder que desciende del cielo para resolver todos nuestros problemas?
La única verdad, hecho incuestionable, es que nadie sabe lo que estamos buscando como país.
Es obvio que la mayoría desea mejorar su calidad de vida, con acceso a más y mejores bienes o servicios, como se ve en las películas y series que nos llegan del norte; todos queremos seguridad, pues ya basta de asaltos, extorsiones y demás; y que se acabe la corrupción, cáncer social que tenemos enquistado.
La fórmula, más allá de ideologías de mayor o menor gasto del Gobierno, inversión nacional o extranjera y decisiones de infraestructura, como el aeropuerto, la refinería de Dos Bocas o el Tren Maya, está en dos sencillos factores: que todos coman y que aquellos con el mejor desempeño escolar desarrollen el capital humano que el país necesita.
Obvio: si las calles están bajo fuego, nadie va a poder dedicarse a trabajar o a estudiar tranquilo.
¿Cuál debe ser entonces la meta?
La meta, como hemos escuchado en tantos seminarios y también de boca de quienes lo aprendieron y lo repiten, debe ser medible, específica, temporal y alcanzable. ¿Ciencia nuclear? Para nada. Veamos.
Sólo como un ejemplo, supongamos que nos han solicitado definir una meta de desarrollo de ingenieros, indispensables en muchas actividades, sean estructuras, construcción, sistemas, alimentos y hasta en el área financiera.
Si queremos que la meta sea medible y específica, es indispensable definir cuántos ingenieros necesitamos, en qué especialidades y con qué calificación.
Si somos de la 4T, probablemente hagamos un plan específico, diseñemos el plan “Ingenieros con Futuro”, les otorguemos una beca para cursar en las mejores instituciones nacionales y extranjeras y concibamos otras medidas de planeación central.
Si, por el contrario, somos neoliberales, dejaremos que el mercado decida cómo transmitir a los jóvenes la importancia de su contribución futura como ingenieros; y, por supuesto, diseñaremos las políticas requeridas para atraerlos, como moscas a la miel, a los programas desarrollados para su captación, dirección y consolidación.
Por otra parte, si se trata de que la meta sea temporal, definamos en cuánto tiempo se desarrollarán los ingenieros, midamos el progreso del plan y sus resultados por especialidad y comparemos esto con lo presupuestado para tomar las medidas necesarias a fin de corregir la desviación.
Por último, si pretendemos que la meta sea alcanzable, otorguemos los incentivos necesarios para motivar el arribo en muchedumbre de los candidatos. Obvio, con análisis costo-beneficio y estricto manejo de los recursos.
Alguien podrá decir: “Yo he escuchado que queremos crecer al 4 % anual y que vamos a mejorar la distribución del ingreso”. Cierto, se ha dicho; pero eso no significa que hayamos pasado de buenas intenciones y aspiraciones generales al plano de la realidad. Lo que no se mide se queda en palabras y deseos de año nuevo.
Si nos referimos a lo que la 4T sí está implantando como estrategia (eliminar todo lo que se vea, escuche o huela a neoliberalismo o favorecer a los más necesitados a billetazos para volver al clientelismo inventado por el PRI), veremos que son metas para las cuales sin duda se está trabajando, sin que ello impida manejar las finanzas públicas como el más ortodoxo banquero o taclear a migrantes cuando Trump nos ataca en Twitter.
En concreto, ¿cuáles son los temas?
Inseguridad: definir indicadores, como el número de asesinatos que se cometen, los asaltos a casa habitación, las violaciones y los asaltos a transeúntes. Cierto es que muchos delitos no son denunciados; pero, si el sesgo se mantiene, el indicador es válido. Después definir la meta a corto y mediano plazo. ¿Cuánto va a disminuir la inseguridad medida por los indicadores definidos? Podemos entonces discutir causas, medidas y efectos esperados; medir, corregir y dar seguimiento. ¿La ideología? Cuando hay consenso, ésta es secundaria.
Crecimiento de la economía con mejor distribución: en mi opinión, aquí no hay duda, pues es necesario mantener el ingreso per cápita en su nivel actual de 10,000 dólares. La oportunidad histórica de México es convertirse en un país que no aspire a tener un ingreso promedio por persona similar al de Estados Unidos o Europa, cinco o seis veces superior, sino transformarnos en una nación que tenga un ingreso decente para la mayoría de las familias. Si pasamos de 10 000 a 15 000 por cabeza y el incremento se alcanza con una mejor distribución, el bienestar de una nación que aspire a un equilibrio con el medio ambiente, lejano del despilfarro y el consumo de cosas inútiles estará al alcance.
Corrupción: se dice que la corrupción nos cuesta 20 por ciento del producto nacional bruto. No hay duda de que este cáncer nos mantiene estancados y propicia que nuestros gobernantes eludan la responsabilidad de comprometerse en serio, más allá del esquema de metas certificadas ante notario inventado por Peña Nieto para legitimarse, mientras su agenda oculta, con temas de interés particular y de grupo, marcaba la verdadera tendencia de sus acciones. Basta observar su comportamiento de expresidente para constatar su frivolidad y su lejanía respecto de un compromiso por el bien común de México. AMLO parece que quiere, pero el comportamiento de sus huestes ya nos permite distinguir la cabeza del monstruo partidista en busca de su tajada sexenal.
En este rubro de la corrupción o su combate, estamos clasificados en el lugar 130 de 180, el peor de Latinoamérica. Chile está en el escalón 26, Argentina en el 66; y hasta Brasil está más arriba que nosotros, en el 106. De pena…
Los números cuentan que en 2030 seremos 137 millones y habremos rebasado a Japón y a Rusia. Olvidadas las campañas de control de los setentas y ochentas, el aumento en el número de mexicanos nos pone en una situación que es indispensable enfrentar con algo más que palabras e intenciones. Los problemas del país tienen que ser enfrentados. Algunos pagamos muchos impuestos, y la mayoría de ambos extremos del espectro social pagan muy poco o nada. Además, 80 por ciento del presupuesto de egresos se va en pago de intereses de un dinero que se desvaneció y en pagar pensiones a los mexicanos de primera que trabajan 20 años y se jubilan 30 con el 125 por ciento de su último ingreso.
En la persecución de quimeras y el pago de los “beneficios sociales” logrados por sindicatos poderosos en la época en que “administrábamos la abundancia” en la imaginación de algunos, se nos va el tiempo, mientras la solución de los problemas se deja para después, subordinada a las verdaderas metas de quienes detentan el poder.