A principios de 2020 escribí un artículo relacionado con el Presupuesto de Egresos de la Federación. Ya se veía feo el panorama debido al decremento del Producto Interno Bruto. Bueno, pues ahora, por la razón de todos conocida, esto se ha complicado. Con respecto a 2018, el Producto Nacional Bruto de este país caerá 11 por ciento, sumado el decremento de 2019 por el Pejevirus y el de 2020 por el coronavirus.
La situación se torna peliaguda por el círculo vicioso en el que estamos metidos, agravado por el enfoque de “clientelismo”, vía dádiva directa, a los más necesitados.
Esto no tiene nada que ver con ideología. Es un hecho: la distribución del ingreso en México es mala, con dos tercios de las familias viviendo al día y una lista de multimillonarios de reciente cuño (digamos, menos de 30 años) concentrando una parte enorme de la riqueza nacional. Pero la mala distribución no se soluciona por decreto. ¿De qué manera entonces podemos equilibrar la balanza?
Es indispensable construir un círculo virtuoso. China lo ha hecho durante los últimos 40 años. Los números cuentan que el gigante asiático pasó de 150,000 millones de dólares de Producto Nacional Bruto en 1978 a 12 billones 240 000 millones de dólares en 2018. ¿No nos dice mucho la cifra? Piénsese entonces en el ingreso per cápita: 150 dólares al año en 1978, es decir, menos de medio dólar diario por persona.
Actualmente, y pese a soportar una población cercana a los 1400 millones de personas, más de 10 veces la población de México, el ingreso por cabeza es de más de 10,000 dólares; supera ya al nuestro, estancado y con la pésima distribución mencionada. ¿Va a superar China a Estados Unidos? Seguramente. La inercia es brutal.
¿Cómo ha crecido China?
La clave aquí es la educación, incluyendo el envío de la élite estudiantil a escuelas en el extranjero. Al decir élite, podríamos pensar en un número reducido, y sí lo es en términos chinos, pero las centenas de miles de personas que salen de esta nación a lograr una educación de altura en otras latitudes superan cualquier expectativa asociada a ese vocablo.
Otro factor clave: infraestructura, ya sea electricidad, gas, agua, carreteras, ferrocarriles o edificios.
El círculo virtuoso arranca con planes de desarrollo de muy largo aliento, los cuales no han dependido de fluctuaciones políticas o estilos personales de gobernar. Objetivo preciso y reglas claras. Principio fundamental y sencillo, pero muchas veces ninguneado en tierras latinoamericanas. Y, por supuesto, combate frontal a la corrupción, mal endémico de nuestro país.
¿En qué consiste nuestro círculo vicioso? Los números cuentan una realidad innegable.
El estado de Guerrero tiene poco menos de 4 millones de habitantes, y Nuevo León tiene más de 5 millones; sin embargo, el estado del norte aporta 10 veces más al producto bruto del país. Las razones ya las conocemos: el norte es industrial, y el sur está atrasado. Pero no es tan sencillo.
El 60 por ciento del ingreso de Guerrero proviene del turismo. Tiene “de todo”, como nos gusta decir en pláticas de café: territorio pintoresco, costas, clima agradable y bellezas naturales. Nuevo León está encerrado, apenas tiene frontera y el clima es siempre el mismo: malo.
La violencia en el país es alta en general, pero alcanza niveles de campeonato mundial en Acapulco, centro turístico que ha dejado atrás sus días de gloria internacional y hoy vive de los visitantes de Ciudad de México. Hace años, los amigos nos íbamos a Acapulco de “aventura”, con mucho entusiasmo y muy poco dinero. Hoy los capitalinos nos aventuramos a Acapulco impulsados por la corta distancia, la infraestructura hotelera y las siempre espectaculares vistas en un clima privilegiado.
La inseguridad nos atemoriza: “¡Vete con cuidado!”, nos decimos con cara de susto. Difícil de creer las violentas patadas que propinamos a la gallina de los huevos de oro guerrerense, a la bahía más bonita del mundo, al famoso “bello puerto del Pacífico mexicano”, hoy caído en desgracia.
Guerrero es un estado estancado: entre 1980 y 2019 creció a un ritmo tres veces menor al del país. El estado del sur, con su tamaño y potencial, debió crecer mucho más, pero está atrapado: mientras que el país creció dos veces y media entre 1980 y 2019, Guerrero apenas creció 72 por ciento.
Al momento de asignar presupuesto a los estados, la norma de la Federación sigue un criterio de igualdad, con el propósito de equiparar el gasto por habitante en toda la nación. Suena confuso, ¿verdad? Pero esto no es otra cosa que intentar ser equitativo con algo que no lo es en absoluto. Me explico: Nuevo León, zona norteña, de prosperidad industrial, tiene un ingreso por habitante ocho veces superior a Guerrero, zona pobre del sur, pese a sus tres destinos turísticos del Triángulo del Sol.
Sin embargo, la Federación les asigna a estas dos entidades un presupuesto de gastos, medido como presupuesto por habitante, muy similar. Para Guerrero, los recursos que recibe para gastar se parecen mucho a los que genera por su propio esfuerzo; mientras que Nuevo León recibe recursos muy inferiores a los que le produce a la Federación.
Es como si un padre pidiera a sus dos hijos que fueran a trabajar. Mientras que el productivo Reynaldo (que es mayor) lleva 10 pesos a casa todos los días, Vicentito llega con 1 peso, que obtuvo apenas por no dejar. Sin embargo, cuando llega el fin de semana, el padre les da lo mismo de “domingo” a ambos. Ante la inconformidad del hijo industrioso, el padre empieza así su perorata: “Reynaldo, tienes que entender que tu hermano no tiene tu capacidad y necesita apoyo; además, ya sabes cómo es. Si no le doy dinero, se pone rebelde y empieza con sus desmanes”. El hermano mayor ya mejor quiere irse de la casa y establecerse por su cuenta.
El sistema que distribuye los recursos a todos los estados con base en su número de habitantes, sin considerar sus aportaciones, tiene un objeto lícito y razonable. Lo malo es que, al volverse permanente, se convierte en un esquema perverso, propiciando la existencia de estados “polizones”, los cuales viven del esfuerzo ajeno sin que se les vea indicios de modificar su situación con el tiempo.
Por supuesto, Chiapas, Guerrero o Oaxaca necesitan el apoyo para superar su atraso y sumarse al tren del progreso nacional; pero, si el Gobierno no sólo tolera sus lastres sino que hasta los patrocina, difícil será que su situación cambie. El apoyo es para que Guerrero aspire a convertirse en Nuevo León, pero eso no sucede.
El presupuesto de Guerrero se distribuye entre los 81 municipios; pero, nuevamente, sólo cinco producen más de la mitad del producto del estado. Rémora de rémoras, sin que los habitantes de San Marcos, Tixtla, Tlalchapa, Chilapa, Pungarabato, Tepecoacuilco y los demás tengan culpa alguna. Simplemente, el presupuesto para ayudar o no llega o llega y no se aprovecha; o sólo pretende contribuir a la artificiosa tranquilidad del incómodo sur; pues, de lograr su desarrollo, nada.
La precariedad de los ingresos arroja a muchos en los brazos del narcotráfico al grito de “¡Vive intenso, muere joven!”. Y el tráfico de estupefacientes provoca inseguridad y ahuyenta a turistas e inversionistas, economía formal que retrocede ante el empuje de lo que parece inevitable, avivado por el manejo ineficaz de los recursos que aportamos los causantes cautivos, resignados pero hartos del abuso de los pocos que no dan cuentas.
Escucho al secretario de Hacienda, recuperado del coronavirus, decir que Guerrero va a ser objeto de inversiones estatales importantes. ¿Por qué no hacer lo más importante? Si la ocupación hotelera del estado es de 50 por ciento, ¿por qué no investigar qué se necesita para aumentarla? Seguridad, estado de derecho y auditorías al gasto estatal… No está tan difícil.
22,000 pesos recibe Nuevo León por cada habitante, mientras que a Guerrero se le entregan 18,000. Cantidades similares, con un resultado muy diferente. Mismos servicios, escuelas y pago a burócratas.
¿Qué hace la diferencia? Los empresarios norteños, que encabezan a sus huestes para producir 10 veces más; mientras que en Guerrero gobernantes y gobernados extienden la mano (unos mucho más rápidamente que otros) para recibir el presupuesto, que de plano no rinde pero permite mantener la paz social.
¿Qué preferimos para el futuro? ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Nuevo León o Guerrero?