Al cobijo de nuestros hogares, la espera se hace larga pero gratificante; el entorno familiar fluye aliviando el peso de la incertidumbre. Entre quienes compartimos la impaciente espera acompañan nuestros seres amados la melancolía del frenesí laboral que, a la distancia, nos mantiene en estado de alerta para retomar nuestras actividades habituales en cuanto suenen las trompetas de triunfo sobre el enemigo casi invisible.
Y aquí se tuerce —para no variar— el sentido original de mi artículo. Entro en el análisis de lo que debemos entender como habitual y encuentro que se refiere a aquello que se hace o repite con frecuencia, por ejemplo acudir a nuestros centros de trabajo, a las universidades, preparatorias, escuelas secundarias, primarias y de educación preescolar, a nuestros compromisos familiares, al entorno social, al esparcimiento, al ocio y, ¿por qué no?, a la celebración y hasta al desenfado. El punto fino radica en que esta habitualidad tendrá un espíritu diferente, esencia transmutada a consecuencia del encierro y del reconocimiento de que, como especie, hemos cometido más errores que aciertos.
Nuestro planeta así ha tomado un muy necesario y merecido respiro. Con agradable sorpresa nos enteramos por medio de nuestras pantallas que han “aparecido” en nuestro país especies que se consideraban extintas; que las playas de Acapulco muestran un hermoso espectáculo de bioluminiscencia (desconocido por muchos); y que tortugas, mantarrayas, leones marinos y otras especies han reclamado, con éxito, los espacios que milenariamente les pertenecen.
Menuda lección de sensatez nos ha infligido un minúsculo bicho, confinándonos a un escenario de recogimiento, introspección y autoanálisis. Laboralmente hemos sido arrojados a nuevas formas de productividad, en muchos casos más obligados que convencidos; pero, a fin de cuentas, adoptando esquemas de trabajo a distancia que nos muestran lo mejor y lo peor de nuestros colaboradores, compañeros, superiores jerárquicos, socios y proveedores.
La ecuación, considero, arroja resultados favorables. El profesionalismo de prácticamente todos sale, como siempre, a flote. Está en el DNA de nuestra orgullosa industria aseguradora; y es que, como es habitual, la innovación y adopción de las mejores prácticas nos distingue.
Es así como la mayoría de los jugadores del sector nos encontrábamos familiarizados con el término y condiciones del trabajo a distancia, algunos aplicándolo exitosamente como política laboral; otros en periodo de pruebas, y el resto evaluando su conveniencia y forma de implantación. Pero lo que es un hecho es que la mayoría sabía a qué se enfrentaría.
Nueva forma de vida le espera a nuestro regreso. Las cosas no deben mantener el estado previo al virulento parón. Considero que la innovación en la generación de productos y prestación de servicios se mantendrá con el acelerador a fondo. Hemos comprobado que, efectivamente, estamos inmersos en la era de las insurtech y que, con sus respectivas adaptaciones, el auxilio que representan estas empresas para el sector evolucionará de tendencia a forma de operación cotidiana.
Lo más importante: ha quedado demostrado que el mayor valor agregado en nuestro servicio es la cercanía responsable con el asegurado. La atención especializada, correcta y oportuna en momentos de incertidumbre y angustia es hipervalorada por el asegurado, lo cual aumenta su apreciación no solo a favor del broker, corredor, agente o aseguradora, sino a favor del sector en su totalidad.
Sí, nos hemos quedado en casa, pero hemos hecho de cada casa y de cada hogar una extensión de nuestras oficinas en beneficio de los asegurados, de los asesorados. Además, invertimos mayor tiempo en la atención y desahogo de responsabilidades; pero lo interesante radica en que el trabajo remoto ha reportado un incremento de la productividad de 28 por ciento (datos de Coparmex).
Ahora que estamos en la cúspide del contagio, se presenta el reto mayúsculo, tanto sanitario como económico, y es precisamente a este último al que me refiero. Urge garantizar la conservación de los puestos de trabajo. Es un hecho que los empresarios han mostrado gran sensibilidad y responsabilidad social, pero es momento de que los apoyos públicos y estímulos fiscales hagan acto de presencia. La responsabilidad es de todos, Gobierno, empresarios y trabajadores.
La apuesta para superar esta situación de decaimiento económico es clara: la inversión pública responsable, la cancelación o postergación de proyectos públicos no prioritarios que reoriente esos recursos a la reactivación de la economía, la prórroga para el pago de contribuciones sociales, ISR y similares para que ese recurso se destine al pago de nóminas, la evaluación, ensayo y puesta en marcha de esquemas de energía limpia y renovable, entre otras similares.
Sin empresarios no hay empleo; sin empleo no hay trabajadores; sin ambos no hay contribuciones, y mucho menos consumo. Digamos no a la actitud poco empática y populachera; no a tocar las cuentas individuales de las afores para que las administre el Banco del Bienestar; no a la manipulación informativa. Sí a México; sí a la productividad; sí a la captación de capitales; sí a la inversión; sí a la conservación de las fuentes de trabajo. Ésta es la apuesta ganadora. ¡Te lo aseguro!