Las dificultades laborales son una problemática que han enfrentado desde siempre los jóvenes en América Latina y El Caribe; sin embargo, este sector se ha visto aún más afectado desde la llegada de la COVID-19 al mundo, ya que la estabilidad en la educación, el empleo y la salud mental están siendo amenazadas hoy más que nunca y con efectos a largo plazo en su trayectoria laboral. Por ello, urge desarrollar en la región políticas focalizadas en su ayuda.
Así lo establece un estudio difundido por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que cita que en Latinoamérica, la tasa de desempleo juvenil es hoy tres veces más alta que la de los adultos; y la tasa de informalidad (aunado a la inactividad) es 1.5 veces más recurrente, ya que 21 por ciento de los jóvenes no estudia ni trabaja.
En tal sentido, el BID señala algunas de las barreras para la inserción laboral de los jóvenes en la región. Estas son:
- Aspectos regulatorios que los desfavorecen de manera desproporcionada, tales como los incrementos en el salario mínimo efectivo muy por encima del nivel de productividad.
- Problemas de acceso y disponibilidad de información, los cuales conllevan a la edad como indicador de productividad.
- Desconexión entre habilidades técnicas y socioemocionales que tienen los jóvenes y las que solicitan los empleadores.
- Desarticulación entre las aspiraciones y la realidad del mercado laboral.
- Elevada rotación en el proceso de autoconocimiento profesional, (los jóvenes latinoamericanos tienen en promedio 3.5 empleos en solo cuatro años de vida laboral).
Por otra parte, el organismo indica que a raíz de la pandemia se han perdido más de 17 millones de empleos en América Latina y El Caribe y, dentro de esta cifra, los jóvenes son el grupo más afectado.
Por mencionar algunos ejemplos, en México más de 12 por ciento de los jóvenes empleados en el sector formal fueron despedidos; en Perú, 70 por ciento de ellos perdió su empleo, y en Colombia la tasa de desempleo juvenil pasó de 16 a casi 30 por ciento.
En cuanto a las consecuencias severas a corto plazo que acarrea esta problemática, el BID afirma que son la reducción del ingreso y el acceso a servicios básicos (al principio de la COVID-19, dos de cada cinco jóvenes a nivel global sufrieron una reducción de su ingreso y más del 20 por ciento tuvo un efecto negativo en cuanto al acceso a una vivienda).
Cabe mencionar que, más allá de los indicadores laborales, el bienestar emocional también se ha visto altamente afectado, pues los jóvenes que dejaron de trabajar o estudiar durante la pandemia presentaron doble probabilidad de padecer ansiedad o depresión que los que continuaron con sus labores cotidianas. Además, esto también puede aumentar algunas conductas de riesgo como el consumo de drogas y alcohol.
Por otra parte, existen también consecuencias muy graves a largo plazo. En su informe, el BID destaca que las condiciones al inicio de la vida profesional pueden tener efectos persistentes en toda la trayectoria laboral en términos de acceso, calidad e ingresos; por lo que los periodos de desempleo juvenil pueden generar reducciones de más de 20 por ciento en el ingreso (sobre todo para los trabajadores poco calificados).
Dichos efectos pueden persistir hasta por 15 años para aquellos jóvenes que se gradúan e inician su vida laboral durante una recesión (quienes consigan encontrar empleo). Y los aspectos negativos a largo plazo tienen posibilidad de extenderse al ámbito de la salud -tanto emocional como física-, ya que se incrementa la probabilidad de generar ansiedad y depresión hasta 14 años más tarde, e incurrir en comportamientos de riesgo como el tabaquismo.
Por todo ello, el BID exhorta a los países de la región a fomentar trayectorias laborales exitosas por medio de acciones concretas como incentivos a la contratación de jóvenes, formación de habilidades acorde con la nueva realidad del mercado laboral y apoyo en la búsqueda de empleo, ya que los impactos profundos y desproporcionados que está generando la pandemia en este sector de la población necesitan con urgencia ser atendidos por la política pública.
Si no se comienza a actuar desde ahora, las generaciones jóvenes -quienes tendrán muy pronto el futuro de toda la región en sus manos- se verán fuertemente afectadas por décadas y será muy difícil poder dar marcha atrás.