La frase es repetida por los nostálgicos de la época en que jugábamos en la calle y regresábamos a casa de noche, cuando el hambre apretaba y en la oscuridad ya no veíamos la pelota: todo tiempo pasado fue mejor.
Recibimos las imágenes enviadas por los amigos que fueron niños de Canal 5 y del Tío Gamboín, tomaban agua de una manguera y jugaban en la parte de atrás de un auto con asientos sin cabecera; cuando sólo había teléfono fijo, había un gordo en cada salón de clases a quien todos se dirigían con el invariable “Préstame una pluma, gordo” y los trabajos escolares se hacían con estampas compradas en la papelería.
La situación a finales de los años ochenta era difícil. Los doce años de los amigos Echeverría y López Portillo, empeñados en distribuir mejor el ingreso y enseñarnos a administrar la abundancia, fueron desastrosos para la economía, nos hicieron retroceder 20 años y desembocaron en el sexenio del gris De la Madrid, desorientado ante el terremoto de 1985, con un país que se deshacía por el crecimiento económico reducido, la galopante inflación de tres dígitos y, en general, una economía tambaleante. Después vendría el ajuste brutal diseñado por Salinas de Gortari, entonces secretario de Programación y Presupuesto, con todo y la exorbitante factura por los servicios prestados. Pero ésa es otra historia.
La inflación y su inseparable compañera, la tasa de interés, marchaban en esos años tomadas de la mano sembrando el pánico en un país donde el gasto de imprimir billetes con cada vez más ceros aumentaba sin contención.
El Gobierno favoreció la expansión de las casas de bolsa, impulsadas a las alturas como respuesta socialmente aceptable a la nacionalización de la banca, acumulando enormes utilidades con la complacencia (y algo más) de las autoridades, preparando el terreno para la venta de los bancos (cualquiera menos el suyo, señores Espinosa Yglesias, Legorreta, Garay, Vega y compadres que los acompañan), lo que elevó a la categoría de gurús a los funcionarios exitosos con marcado enfoque financiero. Así son los tiempos que corren, y pedaléale que nos quedamos atrás, definiendo la estrategia de los grupos formados involuntariamente por el ingenuo López Portillo del “Ya nos saquearon. No nos volverán a saquear”.
¿Qué sucedía con las aseguradoras? Algo como lo que actualmente está pasando, pero in extremis.
La prima no alcanzaba, y no podía alcanzar. Cálculo de siniestros, gasto de adquisición y gasto de operación, sólo para verlo estallar en pedazos: 72 pesos de cada 100 de prima emitida en enero para pagar las reclamaciones que ocurrirán durante el año, sólo para observar poco tiempo después que el monto de siniestros calculado no son los seis que le tocaban a febrero, sino siete, y después ocho con 50 en marzo, 11 en abril y así sucesivamente. Los gastos de operación y su principal componente, remuneraciones al personal, aumentaban también, si no al ritmo de la inflación, que se trata de que los trabajadores absorban el impacto, sí intentando alcanzar a la liebre con paso de tortuga, para perderla poco después en el horizonte de ya no alcanza y pobres de México, ahí vamos.
Entonces aparecieron los genios de las finanzas, consecuencia inevitable del fenómeno de aumento de precios en lo general y de los bienes y servicios relacionados con la industria aseguradora en lo particular.
Una aseguradora constituye reservas para enfrentar sus obligaciones de corto, mediano y largo plazo. En los ramos que emiten pólizas de vigencia anual, como Autos y Gastos Médicos, la reserva operativa por excelencia es la Reserva de Riesgos en Curso, que no es otra cosa que la prima no devengada. Emito 120 pesos en enero, y cada mes devengo 10 de los 120 pesos conforme el plazo en el que la aseguradora está obligada a pagar indemnizaciones en caso de un evento cubierto por la póliza pasa de 12 meses a 11, 10 y así hasta extinguirse.
El beneficio para la aseguradora es obtener toda la prima al principio de la vigencia para después pagar siniestros y gastos operativos, distribuidos de manera uniforme a lo largo de los siguientes 12 meses. Invierto la prima emitida y obtengo intereses que contribuyen al beneficio de la operación del negocio. Lo interesante es que, cuando la inflación se ubica en doble dígito, los siniestros y los gastos de operación futuros aumentarán a ese ritmo, la prima no alcanzará y los intereses de la reserva de riesgos en curso tendrán que incorporarse a la batalla, en primera línea de combate, para arrojar un salvavidas blanco y rojo a la prima y evitar que ésta se ahogue en la insuficiencia del “cálculo erróneo: se nos olvidó considerar la inflación”.
En aquella época, los financieros desplazaron a los técnicos al asiento trasero, se sentaron al volante, y las cuentas del gran capital sustituyeron a las notas técnicas, con los cálculos de siniestralidad elaborados con exactitud milimétrica arrojados al fondo del cajón, mientras las inversiones y su manejo cobraban un interés primordial.
Denme un punto de apoyo y moveré la bolsa, clamaron los financieros, y empezaron a mover el dinero, en ocasiones con aventuras que no correspondían a la naturaleza de las obligaciones contraídas, y llegaron los casos de quiebras técnicas por quebrantos financieros de cómo no vamos a apoyar a los hoteles de don Agustín, compren otro lote de acciones que las expectativas son claras, para después tener que presentar a los accionistas una pérdida de 60 millones de dólares, por qué no.
Todas las aseguradoras tenían pérdidas técnicas. Era imposible que hubiera ocurrido de otra manera: cobro la prima que sería suficiente en épocas de baja inflación para pagar los siniestros y los gastos operativos de los meses por venir; y, si la inflación es alta, utilizo los intereses altos generados por la tasa, que por lo general sube a niveles similares a los de la inflación, para cubrir las diferencias. Al final, la cuenta debe ser la misma. El problema surge cuando el manejo financiero cobra mayor importancia que el manejo técnico de la empresa y la ambición se desborda: “Ahora sí vamos a generar un beneficio extraordinario con estas excelentes alternativas de inversión que encontré”. Una aseguradora es, por definición, una empresa que utiliza el riesgo como insumo, eso sí, pero que por ningún motivo debe caer en la tentación de asumir el riesgo derivado de jugar con la prima a las inversiones de renta variable ni intentar compensar la ausencia de rigor técnico para el cálculo de primas con los ingresos generados por los productos financieros.
En esa época, las huestes del bando técnico, con chaleco tejido, corbata monocromática y lentes de fondo de botella, cedieron a regañadientes su lugar a los financieros casabolseros de traje Armani, mancuernillas de diseño, camisa con iniciales de monograma, pelo untado sobre la cabeza, comidas de relumbrón y discurso de ya la hicimos, qué harían sin nosotros.
Con el tiempo y el ajuste económico drástico que dio al traste con las expectativas de nos vamos a hacer millonarios con el desastre de la economía nacional, las aguas retomaron su nivel y la estrategia especulativa funcionó únicamente para las casas de bolsa. No se olviden de que sólo soy un intermediario; di mi mejor consejo, pero la responsabilidad es de cada quien. Yo me limité a cobrar mis comisiones y capitalizar la toma de utilidades del lunes negro. Si no, para qué es la información privilegiada. Los técnicos llegaron al campo de batalla manchado con la sangría de las equivocadas estrategias de riqueza instantánea y retomaron el camino de la prudencia, instalados en el martillo del vaivén de ya perdimos mucho; no hay más que dejar que los que saben hagan lo suyo.
La pregunta es: ¿aprendimos de la experiencia, o la historia se repetirá si los intereses siguen aumentando?
Al tiempo.
Antonio Contreras tiene más de 25 años de experiencia en el sector asegurador mexicano. Su correo es acontrerasberumen@hotmail.com