Con una frecuencia exasperante se lee y escucha a analistas políticos hablar de la popularidad del presidente, sólo para, en minutos, referir el desastre de su gobierno, con resultados fatídicos en seguridad, economía, educación y salud (entre otros). La lectura de sus profundos análisis parece estar fundamentada en los números que arrojan las encuestas que se levantan con metodologías específicas, en opiniones recabadas a partir de preguntas formuladas para obtener el resultado descrito o en debates interminables entre las facciones conservadoras y transformadoras existentes en la obsesiva mentalidad del popular personaje.
No pretendo profundizar en la discusión política; pero, utilizando ésta para proporcionar una lectura de las cosas en temas aseguradores, intentaré analizar el papel del sector en una sociedad polarizada y en proceso de educación sobre temas de previsión, materia que ha sido débilmente atendida por el Estado, aunque con evidente interés por los actores del propio sector. Consciente de que la corriente comercial ha prevalecido contundentemente sobre la cultural, podemos iniciar citando la penetración de nuestros contratos en bienes y personas con cuatro productos fundamentales para la prevención básica en las familias: la cobertura patrimonial (Autos y Hogar) y la personal (Vida y Salud).
Los números se mantienen en niveles similares de penetración, con movimientos cíclicos en la captación de primas para esos ramos. Las cifras de siniestralidad, particularmente en seguros de Personas derivados de la pandemia, publicados por AMIS y CNSF, dan un contundente mensaje de solvencia y seriedad de las aseguradoras suscriptoras, pero también una cifra reveladora de coberturas colectivas contra las individuales. Ese solo dato ofrece información suficiente para descubrir que la previsión en las familias tiene una lectura similar a la de la política entre los ciudadanos. Es decir, alguien distinto del individuo debe hacerse responsable de los beneficios para la familia.
El patrón que contrata seguros para sus trabajadores cumple un compromiso social y laboral, con independencia de los beneficios fiscales que eso le traiga. El gobierno que da dinero a los menos favorecidos cumple el mismo compromiso social, aunque los beneficiarios de esos programas generen dependencia respecto a tales apoyos y lleguen a considerarlos una obligación de otros para, elegante y genuinamente, intentar deshacerse de sus propias responsabilidades cuando de proteger a los suyos se trata. Una inundación, un terremoto, un árbol que cae sobre un auto, una enfermedad desarrollada por alguien que no tiene seguridad social, o hasta la muerte derivada de un riesgo natural o humano terminan por reclamarse al Estado popular, pero con cargo a la sociedad que lo fondea.
De igual forma, el trabajador que enferma o muere contagiado por un virus inclemente y deja a su familia sin la proveeduría del ingreso que representaba para ella ve en su patrón al responsable de protegerlo si algo le llega a pasar, así sea por causas ajenas a situaciones propias del trabajo. Las puras cuotas sociales que se pagan a institutos de seguridad social cubren la obligación patronal; pero, si además se cuenta con beneficios privados para el trabajador, la familia tendrá un mayor beneficio, alimentando así la percepción de las responsabilidades que un emprendedor adquiere cuando decide hacerse empresario.
Las formas de pertenencia a la sociedad son automáticas con sólo nacer en ella. Las de obtener apoyos se convierten en reclamos y afectaciones a la vida de otros cuando un grupo o una familia cierra calles, bloquea el acceso a edificios o da al traste con la vida cotidiana de quienes no están inmersos en esa problemática. El Estado negocia con ellos, y con sólo hacerse notar de esa forma se obtienen algunos apoyos para mitigar una pérdida que pudo haberse previsto haciendo uso de la educación financiera y la cultura de previsión. De esos dos temas, históricamente necesarios pero escasamente atendidos, ha hecho caso omiso un gobierno centrado en la popularidad de un sujeto con rasgos de evidente personalidad mesiánica, mitómana y megalómana.
Apoyar a los pobres parece convertirse en estrategia para mantenerlos así desde hace generaciones. Educar a la población para que abandone esa nefasta forma de vida resulta inaceptable para quien necesita de ellos en aras de alimentar su popularidad. Al respecto, cabría entonces preguntarse si el sector en su conjunto está comprometido con la tarea de atender la necesidad de educar a la población como una magnífica forma de superar la pobreza y combatirla, permitiendo la movilidad social que se genera cuando hay capital para atender pérdidas que se anticiparon utilizando la educación financiera para elegir la previsión por sobre el consumo sin control, o sólo diseña formas de captación de primas que llegan por ejercicios coercitivos, imposiciones supuestamente contractuales para tener un seguro o asesoría profesional para que la gente decida asegurarse.
Privilegiar la atención de segmentos específicos alcanza para los números conocidos y difundidos por el propio sector, lo que genera la percepción enunciada: la comercialización por sobre la educación. Pensar en invertir las premisas dando más importancia al aspecto educativo permitiría en unos años comprobar los beneficios de una sociedad financieramente educada con la penetración en esos mismos productos (Autos, Hogar, Salud y Vida). El ejercicio mutual podría así avanzar en la popularidad necesaria para ser considerado por la población como un mecanismo de permanencia o movilidad social cuando las pérdidas hacen su aparición en la vida de las personas.
Quien vive en un segmento boyante y además asegura su patrimonio, su salud y su vida está garantizando la permanencia en ese segmento socioeconómico si las pérdidas llegan a su vida. Quien lo hace estando en un segmento desfavorecido tendrá que hacer sacrificios mayúsculos para comprar capital que, ante una pérdida, le garantice no descender de él dejando recursos necesarios para aspirar a mejorarlo. Para hacer realidad esa conducta se necesita, además de dinero, una educación financiera que le permita considerar al seguro, así sea en versión micro, como una adquisición fundamental para su realidad.
Me resisto a aceptar que el seguro tenga sólo la versión destinada a quien puede pagar cierto nivel de primas, cuando, en sentido estricto, el diseño mutual beneficia a quien no puede afrontar las pérdidas. Nutrir a la mutualidad con nuevos asegurados, así sea en seguros pequeños, puede representar en unos años una invaluable aportación a la movilidad social de quien no tiene que depender del populismo para permanecer en el nivel socioeconómico donde habita o superarlo cuando debe afrontar una pérdida material o humana. Las catástrofes se ensañan con los menos favorecidos porque históricamente se les ha ayudado, no educado.
El tema se centra, entonces, en la educación financiera, tema que bien podría considerar a los asesores como el mecanismo ideal para su difusión. Pero de eso hablaremos en la próxima entrega.