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Iceberg

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Los números cuentan
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Por: Antonio Contreras

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Cuando vi la película Titanic por segunda vez, deseé que los inexpertos marineros de guardia se quedaran, en esta segunda oportunidad, dormidos. Su irresponsabilidad –qué bien la pasamos ayer en la fiesta de tercera clase, bebimos y bailamos, me está entrando un poco de sueño, compañero, tu vigila y al rato me despiertas– hubiera evitado la catástrofe. 

La realidad histórica, recreada en la película, nos muestra al dúo de responsables encargados de la guardia nocturna, atentos a la trayectoria del enorme trasatlántico en ruta de colisión con el iceberg, cuando el reloj se aproximaba a la medianoche el 14 de abril de 1912.

Los marineros intentaron esquivar la montaña de hielo, pero las más de 52,000 toneladas del titán oceánico se movieron lentamente: el iceberg desgarró el costado del barco y puso en riesgo  su reserva de flotabilidad al fracturar seis de los dieciséis compartimentos estancos. Dormidos los marineros, el barco hubiera embestido al gigantesco bloque de hielo, fracturando uno, dos o tres compartimentos; hacían falta cuatro para que el barco se hundiera. La emergencia se hubiera presentado, pero la orquesta hubiera seguido tocando en tanto tripulación y pasajeros fueran rescatados.

No hay nada peor que un ignorante con iniciativa.

El mundo se dirige a un iceberg. Es inevitable que choque y sufra daño, pero muchas cosas pueden hacerse todavía para mantener a flote nuestra diminuta nave estelar de apenas 13 000  kilómetros de diámetro. Lo dijo Donella Meadows, coautora junto con su esposo Dennis y Jorgen Randers del libro titulado Limits to Growth.   

De acuerdo con los tres autores, ya rebasamos el punto de no retorno. Es imposible evitar el incremento de la temperatura del planeta y sus consecuencias. Misión cumplida podremos decir a quienes se negaron durante décadas a modificar el rumbo del barco. Se acabó el crecimiento y adiós a la panacea de bienestar fundamentado en el aumento del producto interno.

En una descripción elaborada por Dennis en 2004, Donella, fallecida en 2001, era la optimista del trío: “La humanidad se dará cuenta del equivocado rumbo del barco y decidirá transformar al crucero de lujo para la minoría constituida por los pasajeros de primera clase, quienes consumen el ochenta por ciento de los recursos, no olvidar el paté foi gras, el salmón del atlántico y las suites con sala, baño privado y espacio de sobra y también para los pasajeros de tercera clase, apretujados en un espacio mucho menor, consumiendo apenas lo indispensable para sobrevivir. El barco de varias cubiertas, agregadas a lo largo de muchos años, se transformará en una embarcación austera, con una mejor distribución de los recursos entre los pasajeros”.

Dennis se describe a sí mismo como el escéptico. “La humanidad no reaccionará a tiempo y continuará su loca carrera de crecimiento, sin darse cuenta de la limitada capacidad de nuestra pequeña esfera azul para soportar los afanes de casi todos por tener casa en los suburbios, dos autos, un clóset repleto con renovación continua, electrodomésticos, viajes en avión y un montón de cosas que llegan por Amazon. El catálogo parece infinito. Las desecharemos pronto. Es necesario mantener la maquinaria de producción industrial en movimiento”.

Inicialmente me deprimió pensar en la muerte prematura de Donella y la sobrevivencia del escéptico, Dennis, ochenta años y contando. ¿Y si la optimista murió para no ser testigo de la necedad de la especie más inteligente y a la vez más estúpida del planeta? ¿Dennis sobrevivió para poder confirmar las razones de su escepticismo?

Después lo pensé mejor. Donella murió en 2001, tranquila gracias a su visión de un futuro luminoso, 8000 millones de seres humanos, en armonía con el resto de los seres vivos, manteniendo un estándar europeo de calidad de vida de una manera que no destruye la base de recursos, un mundo que evoluciona y aprende, baila y opera con base en la generosidad. Dennis vivirá hasta los 100  años y honrará la acertada visión de su esposa, dando testimonio de la destrucción de su escepticismo. Me equivoqué, dirá emocionado al develar la estatua de Donella, sonrisa y paloma en la mano inmortalizadas en bronce, mirando al horizonte azul, y nunca una equivocación me había hecho tan feliz.

Lo más importante del pensamiento de Donella se resume en un postulado: “Tendemos a pensar en un futuro que llegará sin que podamos hacer nada”. La realidad, ella sostenía, es que podemos elegir. El corto plazo está definido, pues para pensar en modificar el futuro, tendremos que esperar a que el ciclo determinado por la selección de materiales y proceso de producción concluya. En el largo plazo, toda modificación es posible, desde la sustitución de energías a base de combustibles fósiles por fuentes limpias, la modificación del patrón de consumo de la humanidad, no olvidar que entendemos como el perico, a toallazos, y la mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo, no hace uso de su libertad y actúa de manera mecánica. Sólo hay que modificar el condicionamiento.

¿Quién debe pagar la factura del cambio?

Sólo cuatro países, si consideramos a Europa como una nación, representan dos tercios del producto mundial. Su población, aun considerando a China, el nuevo rico del pueblo, con más de 1400 millones de habitantes, representa sólo un cuarto del total mundial. Entonces, tres cuartas partes de la población mundial se conforman con un tercio de la producción anual del mundo.

¿Es posible el diálogo?

Los ricos quieren ser más ricos. Es evidente que no les va a servir para nada si el mundo llega al tope del crecimiento posible y empieza a decrecer. Tiene más el rico cuando empobrece que el pobre cuando enriquece, pero en este caso todos más pobres y los ricos también llorarán.

Los pobres creen que el crecimiento económico es la panacea para mejorar su nivel de vida. No importa que la minoría ubicada en la cumbre se haga más rica, que dejen algo y ahí mejoraremos poco a poco. ¿De verdad? La evidencia contradice este pensamiento mágico.

¿Y los aseguradores del mundo? Han generado su riqueza, hablando de los accionistas, con base en un principio de conducta básico: no es posible predecir el comportamiento de un individuo, pero a medida que el número de personas considerado para un análisis es mayor, la certidumbre sobre su comportamiento aumentará. Sin embargo, si la tendencia cambia, traducido esto como población más vieja y con más enfermedades, el crecimiento económico se ha basado en empujar un patrón de consumo nocivo para la salud, si no me creen, una vuelta al OXXO más cercano los convencerá, menos autos en mal estado, activos sin reposición y empresas renuentes a comprar seguros, valdrá de poco la capacidad predictiva, actuarios incluidos, para mantener la viabilidad del negocio.

Ahí está el iceberg y vamos a chocar. Todavía estamos a tiempo para evitar el hundimiento. ¿Perteneces al grupo de quienes creen en nuestra capacidad para cambiar el futuro?

El correo electrónico de Antonio Contreras es acontrerasberumen hotmail.com

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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