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Humanovirus

Charlemos seguros

El asegurador

 

Espantados estamos por el coronavirus. Podemos morir. Tal vez no la libremos.

Nos ha atacado desde hace tiempo, sin embargo, un virus mucho más agresivo, sin ciclo de vida, con una progresión implacable de destrucción que pretende acabar con toda la humanidad: el humanovirus. 

Instalado en la Tierra desde hace sólo un puñado de años, no más de 100,000, ha incrementado su virulencia en tiempos recientes, con una sobreexplotación de recursos  al servicio de una búsqueda irracional del “sueño americano”.

Ya somos 7,200 millones de seres humanos. La Tierra es un planeta pequeño, con poco más de 40,000 kilómetros de circunferencia. Si existiera una autopista que rodeara al planeta por el ecuador, sería posible darle la vuelta en automóvil en 80 días, como lo hizo el mítico Phileas Fogg, personaje de Julio Verne  en su fantástica novela por entregas, escrita en 1872. Con una jornada diaria de 500 kilómetros, poco más de la distancia entre San Luis Potosí y Monterrey, podríamos darle una vuelta al planeta en poco menos de tres meses. No es tan grande, en realidad. No hay cabida para tantos. 

Tratamos a nuestra casa como si tuviéramos una de repuesto. En el mejor escenario, una nave espacial fabricada por el hombre podría alcanzar los 40,000 km por hora, una velocidad escalofriante con la cual el vehículo daría una vuelta completa al planeta en tan sólo una hora. Sin embargo, para llegar a Próxima Centauri, la estrella más cercana a la Tierra después del Sol, serían necesarios 108,000 años de recorrido ininterrumpido a esa fantástica velocidad o, en otras palabras, una sucesión de 3,600 generaciones de 30 años cada una.

En la película Titanic, la diferencia entre primera y tercera clase  es abismal, con los unos departiendo en salones lujosos, ataviados con sus mejores galas, mientras que los otros se apiñan en la cubierta inferior celebrando el viaje con ruidosos bailes y desenfreno. Pero al momento del accidente, con la reserva de flotabilidad del indestructible trasatlántico en peligro,  el destino de todos, ricos y  pobres, jóvenes y  viejos, pasajeros y  tripulación, estaba igualmente marcado por la fatalidad, a pesar de los esfuerzos de la orquesta por tocar algo alegre que disipara la sensación de inminente desastre por el  agua helada que ya inundaba la enorme embarcación, cáscara de nuez en el inmenso océano.

La solución es simple: vivamos  diferente. El “sueño americano” de casa, coche, comodidad absoluta   y consumo insaciable no está al alcance de todos; es más, no está al alcance de nadie. La esfera azul no lo soporta, y va a deshacerse de nosotros si insistimos en explotar sus recursos irracionalmente. La humanidad es un huésped reciente: 100,000 años, poco más poco menos, comparados con los 4,600 millones de años de vida que tiene el planeta, es apenas un instante. Para entenderlo,  si la edad de la Tierra se comprimiera en un día de 24 horas, la presencia de la humanidad, desde la aparición del primer homínido hasta nuestros días, representaría apenas una fracción de segundo, es decir, nada.

Cambiar nuestro estilo de vida es un tema de sobrevivencia pura.

Los países nórdicos tienen un ingreso promedio por cabeza de 74,000 dólares anuales, mientras que los habitantes de Cabo Verde arañan los 3,700. Si preguntáramos  a cualquiera, éste diría que lo  ideal es que todos seamos noruegos;  sin necesidad de vivir en el extremo clima nórdico, por supuesto. La realidad es que no podemos permitírnoslo. Somos 7,200 millones de habitantes, y el planeta tiene 149 millones de kilómetros cuadrados. No es un problema de espacio: 48 personas por kilómetro cuadrado es cómodo. Un kilómetro cuadrado son 1,000 metros por 1,000 metros de espacio. En términos más cotidianos, un  espacio de 20 cuadras. Más  que suficiente para vivienda, tránsito, cultivos y otros espacios de trabajo y esparcimiento. ¿Entonces?

Actualmente, el ingreso per cápita promedio de un ciudadano común (hablamos de todo el orbe)  es de 12,000 dólares anuales. Quién sabe cómo llegamos a esta cifra, pero sin duda está muy cerca del objetivo:  12,000 dólares al año son 48,000 dólares para una familia de cuatro  o un ingreso mensual   de 96,000 pesos, más que suficiente para cubrir las necesidades de una familia.

Esa cifra de 96,000 pesos mensuales por familia significa  que la producción mundial de bienes y servicios es suficiente para que todos vivamos bien, más allá de la pobreza extrema y otras disparidades. Es obvio que no vamos a repartir parejo, pues un sistema de producción eficiente no funciona así; la inequidad de la distribución nos obliga, por supuesto, a cuestionar  la eficacia de un sistema capitalista sin contrapesos ni regulaciones, pero ése  no es el tema de hoy.

Para producir 12,000 dólares anuales por habitante, hemos dejado  al planeta al borde del colapso, con los animales, excepto vacas, cerdos y perros, en franca retirada. La explotación de recursos para llevar los productos al consumidor va más allá de la capacidad de la Tierra. Ahora imaginemos que todos somos noruegos: ni  con cinco planetas la hacemos.

El desarrollo tecnológico propició el surgimiento de una generación que consume diferente, y ahí es donde  está la solución: jóvenes aislados, concentrados en la pantalla de su celular, con la misma camiseta de superhéroes  y las mismas imágenes circulando por redes sociales una y otra vez.

Es evidente que la mayoría de los seres humanos está  muy lejos de ese hipotético  promedio; está claro que el pollo del producto mundial no se reparte equitativamente y que a la mayoría le toca un pedazo de alón, mientras que la minoría se atasca de pierna, muslo y pechuga, pero éste  no es un artículo en pro de la redistribución del ingreso, cuando hay un tema mucho más crítico. Si la humanidad insiste en que la economía  crezca  para erradicar la pobreza extrema y mejorar el nivel de vida de sus habitantes, es obvio que marchamos en la dirección equivocada, guiados por  esta histeria colectiva de crecer por crecer, cuando el fruto de ese crecimiento irá a unos pocos, a quienes, para aumentar la paradoja, no les sirve de mucho esa riqueza adicional. ¿Para qué quiere Bill Gates 100 000  millones de dólares? ¿No le  bastaría con 10 000,   o con 1000,   con 100   o con diez?   Con razón intenta al final de su vida realizar acciones de beneficio social. No tiene otra cosa que hacer, y sólo va a malcriar a sus hijos. Perdón, no me acordaba de que no tiene. Tal vez no le gusta tanto el mundo como para procrearlos.   

Es claro que un sistema económico basado en la iniciativa y capacidad de cada persona es el único eficaz. El pánico que produce  observar a un señor con todo el poder tratar de distribuir lo que no producimos es mucho mayor que el  que sentimos frente al  más poderoso virus.

Para no caer en el error de omisión de AMLO, ahí va el mecanismo propuesto para mover al animal hacia una solución.

El consumo. Es lo único que se me ocurre. Y no el consumo de los muy ricos: éstos son pocos, muy necios y no van a querer. Tampoco el de los muy pobres: éstos no tienen oídos para semejantes  banalidades, cuando su sobrevivencia se decide en la arena callejera de la lucha diaria.

Somos nosotros, el 20 por ciento  de la población que consume el 80 por ciento  de los bienes y servicios. ¿Y qué podemos hacer? Podemos empezar a “aplanar la curva” del cambio climático, ganar tiempo y empezar a trabajar de lleno en la reversión del fenómeno que nos puede extinguir.

¿Cómo? Modifiquemos nuestro consumo. No sabemos comer; pues aprendamos y compremos, en consecuencia, mejores alimentos, aquellos que no estén taaaaan industrializados y en lugares que no se dediquen a distribuir bazofia  empacada en kilos de plástico. Aprendamos a vestirnos con menos ropa, más resistente. Dos o tres pares de zapatos, incluyendo tenis deportivos, son suficientes. Tenemos la ventaja de que va desapareciendo aquel lema de “como te ven te tratan”. Una mujer tatuada, con zapatos bajos, el pelo recogido con una  modesta cinta  y poco maquillaje puede ser, hoy en día, la secretaria federal  del Trabajo o tu hija querida.

El auto ya va de salida. Si tenemos uno, no lo cambiemos tan seguido, busquemos opciones eléctricas o de plano  dejémoslo estacionado y usemos la bicicleta. Tratemos de ser menos estadounidenses  y más neerlandeses  privilegiando la   experiencia  de la convivencia humana en cafés o restaurantes, en lugar de la visita obligada de fin de semana a una plaza comercial para comprar cualquier cosa con nuestro helado de Nutrisa en la mano.

Por último, hagamos saber a los grandes monopolios comerciales de esta era  nuestra decisión de ya  no comprarles si no asumen una responsabilidad social más amplia. Toks, ejemplo de responsabilidad social,  compra a precio justo 100,000 sacos de café al año a productores chiapanecos que antes recibían calderilla por su producto; también compra mermelada a una comunidad de mujeres de Oaxaca, da clases en línea a estudiantes y patrocina sus prácticas en los restaurantes de la cadena.

En definitiva, la  fuerza está en el buen consumidor que decida empezar por su propia casa. Es decir, tú. Así de fácil… y de difícil.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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