En el Diccionario del Diablo aparece descrito el concepto de verdad como: “Mezcla de lo deseable y lo aparente”; también podríamos agregar que verdad es: “La constante lucha de percepciones”.
Es curioso ver que en diferentes esferas de la vida, llámese escuela, oficina o casa, existe el énfasis de “hablar con la verdad”, lo que considero que debería ser implícito. ¿Por qué tengo que hacer la aclaración constante de: “Te voy a ser sincero”, “Déjame decirte honestamente que…”? Entonces pienso alarmada: “¿Que acaso lo anterior no ha sido cierto?”.
Creo que somos sensibles ante la importancia permanente de decir la verdad; sin embargo, también creo que se han confundido muchas situaciones concretas, y unas veces se ha de hablar de verdades universales y otras de verdades personales, o verdades innecesarias si se quiere.
En mi experiencia profesional he tenido la oportunidad de asesorar a diferentes líderes, y me ha llamado mucho la atención que una necesidad urgente al trabajar con ellos es practicar la comunicación puntual y asertiva con sus equipos de trabajo. Y para lograr esto no hay necesidad de agredirlos ni ofenderlos.
También he visto comportamientos opuestos, como pedirle al ejecutivo que se atreva a expresar su opinión; que no espere a que le pregunten; que tome la iniciativa; o, por el contrario, que encuentre la forma más apropiada de decir lo que piensa si su estilo de comunicación es algo rudo y la gente puede sentirse agredida.
¿Cuál es el término medio entonces?
Segura estoy de que a todos nos enseñaron a hablar de la manera más correcta posible, a decir nuestras primeras palabras en forma clara y apropiada; sin embargo, la responsabilidad de incrementar nuestro vocabulario y de perfeccionar la manera de expresarnos ha sido nuestra. Por otro lado, creo que no hemos aprendido todavía la importancia de la selección de nuestras palabras ni su adecuada estructuración.
Aunque existen diferentes niveles conversacionales, me gustaría enfocarme en dos que están muy presentes en el lugar de trabajo:
- a) Cuando expresamos opiniones, sentimientos, pensamientos.
En este nivel podemos “ensuciar” la conversación cuando hacemos de nuestra opinión o sentimiento un dogma absoluto para todos. Esto puede suceder desde comentarios tan simples como:
“Mario es el mejor colaborador del equipo”
“El nuevo sistema que implementaron definitivamente no es útil”.
No somos capaces de reconocer que ésa es sólo una opinión, y buscamos convertir nuestro juicio en una doctrina que debe ser creída por todos los que están a nuestro alrededor.
La condición es, simplemente, “limpiar” la conversación al hacerla propia y decir: “En mi opinión…, Yo considero…, Yo siento que…”.
- b) Cuando realizamos reconocimiento o brindamos halagos a los demás.
Este nivel conversacional, aunque pareciera muy sencillo, requiere cierta sutileza.
Hay personas que piensan que hacer un elogio es rebajarse a sí mismas, que no es natural; y entonces prefieren evitarlo.
Los que son más “aventurados” deciden hacerlo, pero pueden llegar a ser torpes para expresarse.
Veamos el ejemplo de un jefe expresándose con un colaborador: “Me encantó tu presentación. La hiciste muy bien. Y ya era urgente que mejoraras porque me di cuenta de cómo te equivocabas cuando le exponías al vicepresidente”.
También se comete este error en nuestra vida personal: “¡Qué delgada estás!…”. Esto para las mujeres siempre será un elogio muy bien recibido. El problema es que no terminan ahí, y continúan de esta forma: “Es que ya estabas muy pasada de peso”.
A esto se le llama “echar una flor con todo y maceta”: explicar las causas del elogio, que son totalmente impertinentes.
En pocas palabras, la condición para realizar elogios es hacerlos sinceramente, y filtrar información no necesaria.
Comencé hablando de la importancia de hablar con la verdad, y la eficiencia de este método radica en que debemos exponer esa “verdad” de manera inteligente.
Sólo que a veces la inteligencia humana se parece a un juego de póker: al comenzar la partida (es decir, al nacer) nos reparten unas cartas genéticas. Es cierto que hay unos naipes mejores que otros, pero no suele ganar el que tiene mejores cartas, sino el que sabe aprovecharlas mejor.
La calidad de nuestra vida está determinada por la manera en que usamos esas cartas, y ese uso se refleja en la nobleza de los pensamientos que generamos. Éstos se dan a conocer en las palabras que utilizamos.
No elijamos solamente “decir la verdad”, sino asumamos la responsabilidad de comunicar nuestra propia calidad humana.