En 2009, en el mundo apareció la mutación de un virus a la que se dio el nombre de H1N1. El gobierno de México —en ese momento bajo la presidencia de Felipe Calderón Hinojosa— minimizó por algunos meses la posibilidad de que la enfermedad pudiera convertirse en un problema de salud pública, hasta que el 11 de junio de 2009 la Organización Mundial de la Salud (OMS) clasificó el nivel de contagio como alerta 6, es decir, pandemia en curso.
Las alarmas se encendieron, y la sociedad en México comenzó a vivir un episodio de incertidumbre colectiva que oscilaba entre la información oficial, la que difundían los medios de comunicación y la desinformación generada por rumores y falsas noticias que se hacían circular por las redes sociales.
La indolencia y reacción tardía del gobierno de Calderón frente a lo que podía llegar a dañar la propagación del virus en el país costó alrededor de 70,000 contagios y 1,000 personas fallecidas. Se apreciaba en las calles de la ciudad una gran cantidad de personas con miedo e incertidumbre respecto a lo que podría pasar con su salud y su futuro.
Una vez controlada la pandemia (2010), en el sector asegurador surgieron encuentros entre los más diversos especialistas a fin de analizar las consecuencias sectoriales y los siniestros atendidos. Se reflexionó acerca de las lecciones que este padecimiento, la gripe o influenza porcina, le había dejado al mundo, pero en particular a los mexicanos y a la industria aseguradora de este país.
En aquella época, en una de las múltiples reuniones de capacitación de la Asociación de Seleccionadores de Riesgos en el Seguro de Personas (Aserp), un médico especialista en el tema fue claro al señalar que, así como para los países de alta sismicidad los terremotos llegaron para quedarse, y hasta ahora es imposible determinar cuándo y de qué magnitud será el siguiente, de igual manera ocurrirá con las pandemias, cuya aparición puede darse cualquier día y en cualquier lugar y provocar la muerte de millones de personas.
Diez años después, el 1 de diciembre de 2019, en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en el este de China central, se reportó a un grupo de personas con neumonía y con reporte médico de afectación por causa desconocida. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el 30 de enero de 2020 la existencia de una Emergencia de Salud Pública de Preocupación Internacional (PHEIC, según las siglas inglesas); y, posteriormente, el 11 de marzo de 2020, se hizo la declaratoria oficial de que la enfermedad se consideraba ya una pandemia por la alta cantidad de personas infectadas en todo el orbe.
De nueva cuenta, el riesgo sanitario sobre el que avisó la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue percibido por el Gobierno y la sociedad de México como un problema de salud, sí, pero muy lejano (propio de China), ante el cual no habría mucho de qué preocuparse. Pero las cosas cambiaron cuando Italia, España, Alemania, entre otros países del continente europeo, mostraron la realidad un poco más de cerca y Estados Unidos la evidenció todavía más: había una amenaza seria para la salud, y ya estaba del otro lado del río.
Entonces comenzaron a mutar los encabezados de los periódicos. Antes de que esta enfermedad se considerara pandemia, se leía: “En México es más preocupante la influenza que el COVID-19”. Pero después, tras aparecer los primeros infectados en México, se consideraba que el “coronavirus podría afectar hasta a 70 por ciento de la población en México: Secretaría de Salud”.
Al surgir los primeros casos confirmados de COVID-19, la Bolsa Mexicana de Valores, el precio del petróleo, los deportes, los centros de espectáculos, la educación, la industria hotelera, turística y manufacturera y la actividad económica toda comenzaron a resentir el efecto de la crisis sanitaria; y la incertidumbre permanece hasta hoy, ante el ominoso panorama que se presiente.
México se encuentra nuevamente ante el desafío de salir bien librado de los efectos de esta pandemia; sin embargo, aunque han pasado 10 años entre la crisis sanitaria originada por el virus H1N1 y la actual, pareciera que una década no ha sido suficiente para capitalizar las enseñanzas que pudimos haber aprendido en 2009: gran parte de lo vivido entonces quedó en el ánimo colectivo con el carácter de anécdota…
Un ejemplo de ello es que el sector salud se encuentra más desgastado que hace una década. El personal, instalaciones, equipos e insumos son insuficientes; y, aunque las autoridades argumenten lo contrario, México adolece de la falta de infraestructura médica, tan necesaria en el rubro de la salud pública para atender con agilidad, eficacia y sobre todo dignidad un contagio masivo.
Aunque el Seguro Popular fue reemplazado en la administración lopezobradorista por el llamado Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), organismo que prevé otorgar servicios médicos y medicamentos gratuitos en todo el país a todo aquel que carezca de seguridad social, el modelo según el cual está diseñado este servicio deja muchas dudas respecto a cómo logrará acopiar los recursos para financiarse y lograr la promesa de gratuidad de atención y medicamentos para millones de personas.
Por otro lado, en estos mismos 10 años que han pasado el sector asegurador ha avanzado muy poco en coberturas de Gastos Médicos (solo 8.5 por ciento de la población total cuenta con esta cobertura) y al respecto la lección (en teoría) fue que tras aquella pandemia de influenza porcina había una oportunidad de hacer lo conducente para asegurar a un universo poblacional necesitado de protección en salud. Pues bien, pasado ese tiempo, 91.5 por ciento de los ciudadanos de este país continúan sin contratar una póliza de seguros que proteja su integridad física…
Peor aún: en el supuesto de que ese 8.5 por ciento de los asegurados en Gastos Médicos se infectara de COVID-19 y la industria tuviera que indemnizar, de nueva cuenta el protagonismo del sector asegurador en este tipo de tragedias seguiría siendo marginal. ¿Qué debería esperar el asegurado de la industria ante escenarios de esta naturaleza? ¿Qué se ha hecho o en qué se ha fallado para conseguir que el seguro sea la herramienta financiera prevaleciente a la hora de proteger a las familias? ¿Qué se debió hacer mejor que en la pandemia de 2009? ¿Qué debe hacer hoy la industria del seguro a la luz de las lecciones aprendidas y viendo en retrospectiva?
Al cierre de esta edición, el verdadero problema de salud en este país apenas se inicia. Tres muertos y más de tres centenares de contagios confirmados presagian lo que está por venir. Es momento de hacer sentir el peso de la industria con acciones de asesoría y estrategias que aclaren hacia dónde puede ir la sociedad y las empresas en materia de administración integral de riesgos.
Podríamos decir a guisa de moraleja que lección que no conduzca a tomar medidas para ser más resilientes cuando enfrentemos situaciones similares no fue verdadera lección, sino simplemente anécdota.