Hay un dicho de la sabiduría popular que reza: Hay de todo en la viña del Señor. Se usa para expresar que existe todo tipo de gente; que existe la diversidad. Si nos ponemos a pensar y tomamos en cuenta no solo a los que vivimos en la actualidad, sino a todo aquel que ha pasado por esta vida, no hay dos seres iguales. Eso es algo de llamar la atención, más aún si comprendemos que nuestra esencia como seres humanos es exactamente la misma.
Esa diversidad se explica por el hecho de que todos, sin excepción, somos seres en desarrollo. Lo más interesante es que el desarrollo es algo continuo, algo que nunca concluye.
En muchas de las charlas que doy, a las que me hacen el favor de invitarme, no me canso de decirles a aquellos que me escuchan que nunca seremos “producto terminado”; que más nos vale ser conscientes de que somos y seremos siempre “material en proceso”, hoy y hasta el último día de nuestro paso por esta vida.
Y hay algunas premisas que vale la pena considerar sobre la Ley de Progresión en Desarrollo que señalan en metafísica. Son las siguientes:
“El ser se desarrolla de menos a más, dulce y gradualmente, eterna y progresivamente”.
Es importante reflexionar sobre esto porque hemos aprendido mal: nos han acostumbrado a títulos de toda índole (académicos, nobiliarios, sociales, gremiales…) para definir a las personas, cuando éstos son meras referencias en los procesos de su desarrollo, pero de ninguna manera constituyen algo que las defina.
También reconocemos a la gente por su actividad actual, por el nombramiento que alguien puede tener en un momento dado; pero todo cambia, y en definitiva no existe un ser que vaya a mantener la misma posición eternamente. Todo es temporal, y así debemos aprender a verlo.
No porque una persona se retire de determinada actividad cambiará su esencia. Su esencia sigue siendo la misma, solo que la persona está en otro momento de su proceso individual de desarrollo en esta vida.
Pero, siguiendo con el proceso de desarrollo de las personas, aunque de repente nos topemos —lo queramos o no, y nos sucede más seguido de lo que deseamos— con gente que nos hace cuestionar dichas premisas, debemos ser respetuosos, o al menos transigentes con ellos, y pensar que de una manera u otra también se están desarrollando.
Aunque exista gente que consideramos “negativa”, gente que sentimos que nos absorbe la energía, que nos desgasta, que nos deprime; que, en pocas palabras, nos resta paz, la fórmula que a mí hasta ahora más resultado me ha dado es la de evitarla tanto como sea posible, al grado incluso de sacarla de mi vida si es necesario. Porque, si bien debemos contemporizar, la responsabilidad del desarrollo es individual, es decir, nosotros no estamos aquí para desarrollar a otros; estamos aquí para velar por nuestro propio desarrollo.
Incluso en el caso de nuestros hijos tenemos que asumir la responsabilidad de la paternidad siempre con el objetivo de hacer de ellos personas absolutamente independientes, autosuficientes y responsables de su propio desarrollo.
Pero, así como existe ese tipo de gente, por fortuna existe también el reverso de la moneda. Hay otro tipo de personas que sin duda alguna tienen luz, que brillan en cualquier lugar por donde pasan; es gente positiva, gente que inspira, que sientes que te cargan de energía cuando te relacionas con ellos, que te invitan a ser mejor, a ser más productivo, más feliz, que da gusto entrar en contacto con ellos.
Ellos son ese tipo de gente que motiva, con la que disfrutamos reunirnos, que sentimos que nos aportan, que nos ponen de buenas; es esa gente de la que disfrutamos simplemente con observarla. Definitivamente, a esa gente hay que tratar de aprenderle muchas cosas, de emularla en ciertas actitudes y, por supuesto, de buscar brillar como ella para así convertirnos en luz para otras personas.
Ésa es la gente a la que debemos atesorar, procurar y mantener en nuestra vida. Cuanta más gente positiva tengamos a nuestro alrededor, mejores influencias tendremos y, por ende, mejores seres pretenderemos ser.
Es esa gente a la que yo llamo gente luminosa. Y seguramente nos preguntaremos: ¿qué tan fácil es reconocerla?
Esa gente tiene una especie de motor interno que es de gran importancia para el desarrollo personal y que a veces nos falla a muchos. Yo lo llamo automotivación. Estoy seguro de que esta característica es algo que, si bien todos tenemos, hay que desarrollar continuamente.
Esas personas son conscientes de otra ley de la metafísica que es de suma importancia: la Ley de Individualidad. Son gente autosuficiente cuya felicidad no depende de otros; que han logrado vencer esa barrera del desarrollo individual que representa la codependencia, en la que quizá todos hemos caído alguna vez, algunos más y otros menos, debido principalmente a que por ser seres eminentemente sociales nos olvidamos de que el desarrollo en esta vida es netamente individual, y quedamos presos en esa zona de confort que representa la codependencia.
Tenemos que trabajar en nuestro propio desarrollo. Hagamos círculos virtuosos en nuestras relaciones interpersonales cultivando nuestra relación con ese tipo de gente y tomémosla como ejemplo para mejorar nosotros mismos.
Cultivemos nuestras relaciones con esa gente que nos aporta y que nos motiva; busquemos relacionarnos con ellas, pero sobre todo intentemos aprender de lo bueno que tengan para avanzar en nuestro desarrollo personal.
Me parece que uno de los máximos cumplidos que podríamos recibir es que la gente nos busque y nos demuestre su interés por que aprecien relacionarse con nosotros; pero, sobre todo, porque nos consideren gente luminosa.