Tengo el privilegio de asistir a un grupo de filosofía desde hace más de cuatro años. La tertulia es dirigida por un maestro muy querido por mí, y la intención radica en expandir el conocimiento filosófico pero, sobre todo, generar un espacio de autoconocimiento y conocimiento de los demás.
Alguna vez, una persona ajena a este grupo me preguntó: ¿para qué asistes a un grupo de filosofía?, ¿qué sentido tiene?, ¿sirve de algo? Sonreí y le contesté: “Justamente asisto a este grupo para hacerme este tipo de preguntas, porque la filosofía se aprende filosofando”.
La reputación de la filosofía ha sido lesionada por considerarla como incomprensible; se concibe como la letra de un doctor: “sólo él se entiende”, por tanto, guardamos distancia y cierta apatía. Y es que, construir un espacio filosófico implica dos condiciones relevantes: por un lado, generar “espacios en blanco”, los cuales hoy son conquistados de forma ágil por las redes y, por el otro, se necesita un caminar mucho más lento. Las reflexiones profundas no se encuentran tan fácilmente en lugares ruidosos, contaminados y sofocados.
La filosofía implica gestar un espacio para pensar los pensamientos, está centrada en la pregunta misma, no en la respuesta. A veces, puede ser tan odiosa como un Sherlock Holmes, insidioso, insistente, terco, pero que permite descubrir inconsistencias, contradicciones, desaciertos. Y es que la filosofía huye de las conclusiones apresuradas, de las recomendaciones vagas y de los contenidos sin fondo.
En el mundo organizacional podría sorprender enterarnos que figuras como Peter Thiel, cofundador de PayPal; Larry Sanger, cofundador de Wikipedia, y Reid Hoffman, de LinkedIn, y algunos otros, son graduados en filosofía. Y es que no puede entenderse innovación si previamente no hubo filosofía. Si se hiciera un cuadro comparativo de las cualidades que debe tener un emprendedor y un filósofo, sorprenderían las coincidencias.
En 2018 la revista Forbes publicó un artículo titulado ¿Por qué tu Consejo necesita un director de Filosofía?. Es decir, contar con un Chief Philosophy Officer (CPO) cuya función sea profundizar en diferentes tipos de temáticas y responsabilizarse por formar al equipo en habilidades filosóficas, tales como juicio crítico y toma de decisiones. En pocas palabras, aprender el arte de la reflexión y la problematización. Si hay empresas, es porque primero hubo filosofía.
En lo personal, la filosofía se ha convertido también en un oasis, en un espacio que consuela. Cuando se presenta una enfermedad física, se consulta al médico, y cuando la enfermedad es espiritual, se puede recurrir también a la filosofía, (es un gran ansiolítico) porque primeramente nos exhorta a una pausa, a una revisión personal, y si encauzamos ese análisis de forma acertada, se emerge de ese espacio diferente, afirmando: “Voy a tomarlo con filosofía”.
La filosofía no dará respuestas que garanticen la felicidad, pero sí conseguirá profundizar en la vida misma, enseñará rebelión ante lo establecido; ante aquello que se ha digerido sin haberse analizado concienzudamente.
Todos nos hacemos preguntas sobre la vida, en algunos casos se tendrá la paciencia para sostenerse en la pregunta, y en otros se buscará encontrar una respuesta pronta. De cualquier forma, mi exhortación es construir espacios filosóficos, porque la verdadera ignorancia sería negarnos a pensar, busquemos hacer las paces con la reflexión, con la duda misma y a no buscar conclusiones apresuradas, ya que éstas suspenden el aprendizaje. Por tanto, filosofar se convierte en un deber, una obligación y para mi gusto, también en un gran placer. Es el arte de preguntarnos qué termina por mostrarnos el arte de vivir.
Platón define al filósofo como aquel que ama el espectáculo de la búsqueda de la verdad. Y tú… ¿estás en esa búsqueda? Espejito… espejito…