El 25 de diciembre, un niño se despierta temprano por la mañana, se levanta emocionado y busca a sus padres para que lo acompañen a ver el arbolito que a principio de mes habían decorado con tanta ilusión. En el corazón del chiquito está la esperanza (y a veces hasta la certeza absoluta) de encontrar el regalo que tanto le pidió a Santa. Se emociona al ver las cajas decoradas y los moños brillantes; se arroja hacia los regalos y comienza con celeridad a abrirlos. Pero conforme el regalo comienza a dar las primeras señales de qué es, el niño empieza a desfigurar la sonrisa con la que se acercó, porque reconoce que no es lo que él había pedido y reacciona con llanto y enojo. Incluso, decide abandonar el momento y descarta la posibilidad de revisar a detalle si ese regalo pudiera ser similar (o hasta mejor) a lo que pidió.A veces creo que podemos comportarnos como niños, cuando le solicitamos a la vida (por supuesto no a Santa Claus) que nos conceda lo que pedimos y, como adultos, lo bautizamos con el término de “esperanza”, y afirmamos: “Tengo la esperanza que pase lo que predije”. Ojalá se tuviera la omnipotencia y la omnisciencia para controlar y comprender todo lo que está a nuestro alrededor pero, en ocasiones, como el niño desilusionado, nos damos cuenta de que lo que rogamos al universo no es como lo planteamos y posiblemente también se aborte la misión de revisar qué otro regalo trajo la vida.Muchas veces, cuando se inicia un nuevo año, se menciona la importancia de tener Esperanza y quisiera detenerme a reflexionar sobre la misma. Comienzo con el mal uso del concepto.– Es equívoco cuando se afirma: “Tengo esperanza que salga tal cual lo he planeado”. Se confunde entonces con tener un sueño y si se cree que todos los sueños se harán realidad, será entonces la peor pesadilla. Por supuesto, los sueños ilusionan, mueven, pero lo mejor de los sueños es verdaderamente despertar: reconocer recursos, echar a andar fuerzas y comprender con sabiduría que sólo controlamos nuestras acciones y no los resultados. Y es que si todo fuera cumplir sueños: ¿dónde quedaría el heroísmo? – Brindar falsas esperanzas: es la respuesta social para alguien que se encuentra en una situación compleja. Me refiero al consabido: “Vas a estar bien. La esperanza es lo último que muere”. La gente busca consolar con este tipo de frases y su intención es pura, sin embargo, sólo delata a una persona con dificultad para acompañar al otro en su dolor. Y es claro, consolar a alguien es un arte, pero darle la esperanza que todo estará bien, sólo provoca incomodidad en el receptor y una sensación de no haber sido comprendido en su aflicción. – Los estoicos creían que sentir esperanza era sinónimo de tener miedo, porque para ellos significaba que no había aceptación de lo que ocurría en el momento presente. Es cierto, muchas veces la esperanza nace en la oscuridad y posiblemente sea entendido por ellos como un ungüento ante una situación difícil que no termina de aceptarse. No obstante, podemos considerar que la esperanza es un gran aliciente para avanzar, para florecer.Tener esperanza consiste en, ¡sí!, desear; lanzar al mundo un posible escenario, y marcar la vía hacia donde se desea llegar; mostrar disponibilidad para seguir avanzando, arar el camino, pero también estar dispuesto a comprender que el resultado no es del dominio personal. En pocas palabras, tener pasión por lo que es posible, pero no garantizado.Y cuando no se tenga claridad de qué esperar, al menos esperar aprendizaje. Éste sólo se obtiene en la continuidad en el camino, para que al verlo en retrospectiva se reflexione sobre lo obtenido y los cambios de visión que obtuvimos.Pensemos que un recurso existencial a revisar este año radicaría en colocarnos en una postura de saber esperar, de estar abiertos a lo próximo, así como de afinar nuestros anteojos existenciales para tener una lectura más fina de la vida y comprender lo que sí se tiene, antes de lo que no logramos.Edith Eger, albacea intelectual de Víctor Frankl, afirma que la esperanza es sólo una oda a la curiosidad, es reconocer que, si hay rendición, nunca se será testigo de lo que pudo suceder después.El niño, más tarde, regresó a revisar el regalo que había despreciado y encontró una nueva posibilidad que lo hizo sonreír.