La primera vez que escuché la frase que forma el epígrafe de esta colaboración quedé encantado; pero, como todo en esta vida, hay que profundizar y cuestionar todo cuanto llama nuestra atención, y no aceptar las cosas como verdad absoluta.
De cierta manera, me agrada el pensamiento de no darles todo a nuestros hijos. ¿Por qué? Porque como adultos es fácil decir: “Yo quiero darles a mis hijos todo lo que no tuve”, y creo que no hay mejor forma de echarlos a perder que dándoles todo, y la intención de la frase quizá sea que un poquito de sufrimiento no viene mal a nadie para formarlo mejor y que aprenda a enfrentar las vicisitudes de la vida.
Por supuesto que a los hijos hay que enseñarlos a ser resilientes, pero quizá haya mejores formas de hacer que aprendan esto que aplicarles un poco de sufrimiento o acostumbrarlos a que en su vida haya un poco de escasez.
De hecho, justamente como dice esta frase educaron a sus hijos muchas familias en la época de mi niñez y en el medio en que me desenvolví —clase media urbana en México—, y quizá lo hicieron así no porque lo hubieran deseado, sino porque los recursos eran limitados.
Pero creo que no necesariamente debe ser de esa manera. Cuanto más profundizamos en esta vida, más intensamente nos damos cuenta de que las cosas no son precisamente como las aprendimos y de que siempre hay espacio para mejorar y extender nuestro aprendizaje.
Si desde mi visión actual de la vida tratara de interpretar el mensaje que aquella frase pretende llevar, intentaría expresarlo de una manera muy diferente:
Empezaría por decir esto: A los hijos hay que educarlos con ejemplos, no con palabras; hay que educarlos para el aprendizaje, en la cultura del esfuerzo, y enseñarlos a ser agradecidos.
Trataré de explicarme desmenuzando la frase.
Ejemplos; no palabras: con ello quiero decir que los hijos pueden escuchar de nuestra parte los mejores discursos y los más acres regaños, que, como decía mi madre, “les entran por un oído y les salen por el otro”, pero no los van a asimilar. En cambio, lo que sí van a emular y les va a quedar bien grabado en la mente es la forma en que nosotros actuemos. Recuerdo cierta frase que leí en la caricatura de un león que va caminando con su pequeño hijo y le dice: “Ten cuidado por dónde caminas…”, y el pequeño león le responde: “Ten cuidado tú, porque yo sólo vengo siguiendo tus pasos”.
Educarlos para el aprendizaje: implica enseñarlos a ser humildes, mostrarles que “la vida es un eterno aprendizaje”; que siempre debemos estar dispuestos a aprender y que nunca debemos ser soberbios, porque la vida siempre nos perfecciona; y que más nos vale una actitud dócil para aprender —como dicen coloquialmente por ahí, “flojitos y cooperando”— porque la vida nos va a encaminar sí o sí; y cuanto más soberbios y arrogantes seamos, más fácilmente encontrará la vida formas de doblegarnos para darnos una lección de humildad.
He visto a mucha gente soberbia luchar contra la vida, y a la fecha no me he percatado de que alguien salga airoso y triunfante. La vida puede ser un maestro amable y cariñoso, o el más duro e implacable: todo depende de nuestra visión, nuestra filosofía y nuestra disposición al aprendizaje. Por ello siempre trataré de ser un “eterno aprendiz”.
En alguna ocasión escribí un artículo titulado “Educar a los hijos en el esfuerzo”, y cada vez me convenzo más del contenido de aquel texto. El esfuerzo implica actitud e incremento de actividad, y ello lleva necesariamente al crecimiento. Nos han enseñado una acepción errónea de los conceptos esfuerzo y trabajo, y éstos, en su recto significado, son excelentes vehículos de enseñanza que nos llevan con paso seguro al desarrollo.
Tenemos que enseñar a nuestros hijos que hay muchas maneras de ver el trabajo, y la mejor manera de entender el sentido de esta palabra es pensarla como un gran vehículo de enseñanza y una de las formas de purificar el alma. En definitiva, tenemos que enseñarles que el trabajo es bueno; y, si queremos enseñarlos a ser felices, este camino es muy importante, porque hay quien ama el trabajo y quien lo sufre, y eso determina una gran diferencia en la felicidad de las personas.
En cuanto a la escasez, es una palabra que no me gusta; en definitiva, pienso que inculcarla es uno de los grandes errores de enseñanza que hemos tenido, y en gran parte viene desde las religiones, que han imbuido en la mentalidad de los individuos que la escasez es una realidad, que es una ley de vida, cuando la realidad es justo lo contrario: “Todo individuo tiene derecho a la abundancia”.
Todos tenemos el derecho a la abundancia y a la felicidad. Nadie debería aceptar la escasez en su vida. Hay que buscar la abundancia en todos los sentidos, no sólo en el material; y, entendiendo bien cómo funcionan las leyes naturales de la vida, tenemos que saber que está a nuestro alcance.
Agradecimiento es una palabra maravillosa porque es un sentimiento puro y que conlleva la intención de corresponder. Y la mejor manera de interactuar con este mundo, al cual todos pertenecemos y del cual todos somos parte, formando una maravillosa unidad, es participar y corresponder, entendiendo que a esta vida venimos a amar, a aprender, a disfrutar; y la mejor manera de transitar por ella es vivir agradecido.