- REFLEXIONES
Por: Carlos Molinar / carlos@molinar.com
Nosotros tenemos el poder de sentir y de manifestar lo que brote desde nuestro interior. Si nos invade un sentimiento negativo hacia algo o hacia alguien, no es ese algo o alguien el culpable, porque, por más que alguien haga algo que nos genere un sentimiento, al final del día no somos víctimas, somos cómplices, porque, después de todo, la decisión es nuestra.
Trataré de explicarme con algunos ejemplos:
Este año acabo de pasar mi cumpleaños en Estados Unidos; no obstante, me había prometido no viajar a ese país por los ataques de su presidente Trump a México y nuestros compatriotas. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo lo veo hoy?
Desde entonces he procurado (y lo he cumplido) elegir destinos nacionales para vacacionar, y de alguna manera debo agradecer a Trump que haya actuado yo así, ya que gracias a su actitud medité mucho más mis decisiones para viajar y le he dado marcada preferencia a destinos de México para ello.
Sí he realizado un par de viajes, y en este momento escribo desde una vacación en Estados Unidos, porque aproveché un compromiso de mi hijo Emilio para jugar un torneo de hockey e hicimos extensión de viaje; y debo decir que la he pasado formidable y que he recibido muestras de cariño de gente estadounidense maravillosa que nada tiene que ver con su presidente, el cual sigue siendo un individuo que no me agrada, aunque lo importante es que ya no logra hacer que brote en mí un sentimiento negativo. Él solo cosechará aquello que siembre, y así debemos verlo.
He pasado una fabulosa vacación sin amargarme la existencia, en lugar de perderme este viaje quedándome en México a causa de un tercero, amargándome la vida y refunfuñando contra ese personaje.
Lo mismo ocurre ahora en México con motivo de las elecciones. He escuchado a mucha gente decir que el que encabeza las encuestas, digamos el ave de las tempestades para muchos o el salvador para otros, está dividiendo a las familias mexicanas al sembrar su odio.
Es tal la animadversión y repugnancia que nos causa a algunos, y es tal la fe que le tienen otros que, en efecto, hasta en las familias más cariñosas como la mía ya se dieron varios raspones entre madre e hijas, sobrinos, tíos y demás.
Incluso respecto a un post que subí a Facebook señalando desde mi visión su extremada incongruencia, un sobrino, quizás tratando de mostrar empatía conmigo comentó: “Lo odio”. Eso me puso a reflexionar y aproveché entonces para decirle de corazón: “Que nadie tenga el poder de generar odio en ti”.
Y en verdad lo creo: este sujeto no es el culpable de generar odio y separar a nuestras familias. No importando si lo amamos o lo aborrecemos; si confiamos en él, o si creemos que es un ignorante, mentiroso, aprovechado y engañador de incautos; los sentimientos que broten de nosotros no son culpa de él; tampoco de los demás políticos, que tanto desprecio causan.
Nuestros sentimientos son nuestros. Son nuestra decisión y nuestra responsabilidad. No culpemos a nadie más de ellos: somos los únicos responsables de sentirlos y, si permitimos que nuestras creencias políticas o visiones de lo que es bueno o malo para México nos contrapongan con nuestra gente querida, no busquemos culpables, pues somos nosotros los causantes de ello y los que lo permitimos.
Esas personas a las que culpamos sembrarán lo que ellos decidan, y cosecharán el fruto de sus acciones, y eso será su problema y su responsabilidad. Y lo mismo ocurrirá con nosotros. Pero no permitamos que lo que hagan terceros nos afecte.
Seamos libres de creer y actuar como mejor nos convenga y como mejor nos plazca. Seamos conscientes de que según sea la semilla que sembremos será el fruto que cosecharemos y que ello será solo nuestra responsabilidad. Lo que sentimos y expresamos nos compete sólo a nosotros.
Repito: “En esta vida no hay víctimas; hay cómplices, y todos podemos ser cómplices”.
Otro ejemplo es la gente que se apasiona por un equipo y es fuente de verdaderas animadversiones, tanto por el equipo rival como por sus seguidores. He visto terminar amistades y a gente que llega a los golpes por ese tipo de situaciones. Y, otra vez, utilizando el ejemplo más actual para aquellos que somos futboleros, ¿son Messi o CR 7 los culpables? Por supuesto que no: somos nosotros mismos los que permitimos abrigar sentimientos negativos. Es solo nuestra responsabilidad.
Así que, la próxima vez que sientas que te hierve la sangre por cualquier situación que consideras que te afecta a ti o a tus intereses, llámese Trump, el Mesías de Macuspana o las estrellas del fútbol que sientes que les hacen sombra a las de tu equipo, tómalo con calma, ve las cosas con perspectiva, respira profundo y piensa que enojarte solamente te daña a ti en tu salud y en tus relaciones con gente querida.
Así que me gustaría decir de entrada que requerimos tolerancia; pero, más que esa palabra -la cual nunca me ha gustado mucho porque me parece que tiene un dejo de superioridad (siempre me ha parecido que tolerar implica tener la perspectiva de que yo estoy bien y tolero a los otros pobres, equivocados) prefiero utilizar la palabra respeto.
Sí, la palabra respeto es la indicada. Respetemos a aquel que cree que Trump tiene razón, respetemos a aquel que pensamos que está cegado por el Mesías Tropical, respetemos a aquel que piensa que el mejor jugador del mundo es ese que pensamos que tiene sus limitaciones y nos cae francamente mal.
Y, si perdemos la calma y perdemos una amistad o a un familiar, no culpemos a nadie: es solo nuestra culpa, de nadie más.