De cara al final del corcholatón morenista y al destape del candidato presidencial del Frente Amplio por México, es claro que nuestro país se ha polarizado. Algunos dicen que por el discurso del Presidente, pero la causa es otra: la distribución del ingreso se ha deteriorado en los últimos treinta años. Ya andamos cerca del 0.45 del índice GINI, el cual mide el grado de equilibrio o desequilibrio del reparto del producto nacional: entre más cerca de cero estés, mejor distribución tienes.
Islandia es el país con el menor índice GINI del mundo con 0.245, o todos congelados o todos con calefacción, mientras México ocupa el lugar 37, acompañado de otros países de Latinoamérica y también por varias naciones africanas. Para ubicar la posición de nuestro país, pensemos en dos cifras: Somos la economía número 14 por tamaño de Producto Interno Bruto, pero cuando se trata de la repartición de ese producto, nos desplomamos al 37; la otra cifra es el producto interno per cápita, es decir, de a cuánto nos tocaría si se repartiera el producto nacional entre el número de habitantes: alrededor de 9,000 dólares por persona.
Lo anterior significa que una familia de cuatro personas tendría un ingreso mensual superior a cincuenta mil pesos. ¿Se imaginan? Muchos de los problemas de inseguridad, pobreza y personas sin lo mínimo para vivir estarían resueltos. Evidentemente es una utopía, pero lo alejada que está la gran mayoría de los mexicanos de esa cifra nos indica el grado de acumulación del ingreso en las manos de quienes tienen más.
En lo que respecta al cuidado del planeta, nos topamos con una situación contradictoria, como muchas que caracterizan a nuestro país. Observamos dos abundantes elementos en cualquier puesto callejero de tacos, tortas, jugos, licuados y similares, donde buscan su desayuno o comida muchísimas personas, sin posibilidad de ir a casa a comer: el plástico y la espuma de poliestireno. Los tacos son servidos en un plato de plástico, como ha sido la práctica durante muchos años, pero más recientemente, esos platos, de un plástico duradero, son envueltos en una bolsa de plástico desechable. ¿Para qué? Para no lavar.
El procedimiento es sencillo: el taquero sirve los platos envueltos con una bolsa de plástico y cuando el marchante termina de comer, simplemente despoja al plato de su cubierta y la arroja al enorme bote de basura, donde ha colocado una bolsa negra de, adivinaron, plástico.
Al llegar el momento de servir las aguas frescas, los jugos o los licuados, el microempresario pregunta si quiere uno de a litro o de medio litro, toma un vaso de espuma de poliestireno de una torre colocada muy a la mano y entrega el vaso al consumidor, quien disfruta su bebida. Cuando la termina arroja el vaso desechable al mismo bote. Si no tiene que regresar de inmediato a trabajar, probablemente utilice el vaso unos diez minutos, equivalente a seiscientos segundos de existencia. El material se degradará después de seiscientos años. Un segundo de uso por cada año de existencia como material de desecho.
¿Cuál es el límite de la estupidez humana? Llegó la Inteligencia Artificial, supuestamente a reemplazar a la inteligencia natural, pero en el caso de nuestra especie, más bien parece un salto cuántico de la total inopia a la dependencia de máquinas fabricadas por unos cuantos iluminados para sustituir a millones instalados en la comunicación permanente con su celular para decir, las más de las veces, absolutamente nada.
La ventaja de vivir en un país pobre es la disponibilidad de mano de obra barata, la mayoría empleada en la economía informal, sin salario fijo ni seguridad social de ningún tipo. Hay muchas personas dispuestas a barrer, levantar, acumular, clasificar y transportar la basura, un bien preciado.
Vivo en un condominio contiguo al hospital Darío Fernández del ISSSTE. Diariamente veo al camión de la basura, puntual, recoger la basura del nosocomio: cartón, plástico y otros desechablesutilizados en abundancia para cumplir con las medidas sanitarias. La basura es cuidadosamente clasificada por los operarios, quienes doblan las cajas de cartón, las flejan, juntan las botellas de pet y otros desechos plásticos y, posteriormente, suben todo al camión. Desde el balcón del octavo piso es fácil identificar la productiva labor, alguien compra todos esos materiales y los utiliza para algo. Se reciclan pues, no por convicción, sino por un beneficio económico. De otra manera sería inexplicable el empeño de quienes manejan la basura.
La espuma de poliestireno (EPS) puede convertirse en poliestireno calentando el material, por encima de su temperatura de fusión, de vasos, platos, charolas y otros utilizados en los puestos callejeros y en la entrega de comida a domicilio.. El poliestireno será entonces utilizado en procesos de inyección o extrusión para fabricar otros productos. Si se decide depositar los contenedores desechados en basureros o rellenos sanitarios, es necesario reducirlos previamente a pequeños pedazos. Mucho esfuerzo para diez minutos de gloria.
Pedir comida a domicilio o un agua fresca en La Michoacana se convierte así en un acto de conciencia. La incomodidad generada por las charolas y vasos de EPS entregados por el dependiente en una bolsa de plástico, con cucharas y tenedores de plástico, forma una pequeña montaña de material desechable, difícil de reciclar. Además, todavía es un bicho raro quien solicita le sirvan su agua fresca en el contenedor entregado al dependiente, quien, frecuentemente, primero llenará el vaso de EPS y después lo vaciará en el vaso de plástico de uso duradero. De nada sirvió la conciencia y el esfuerzo. “Por favor, sírvalo directamente en mi vaso”, solicita desesperado el miembro de la ONG denominada Por un mundo con menos basura. “Es que no puedo calcular la medida y el jefe me regaña”, es la explicación del dependiente. La toma (literal) o la deja. Al contemplar el agua de limón con chía, helada, posponemos nuestra acción ecológica para la siguiente ocasión. No vuelvo, nos prometemos.
¿En qué puede contribuir el sector asegurador a convertir el seguro en un producto verde?
Los primeros pasos ya han sido ejecutados: mnos pólizas de papel y menos portapólizas de plástico. Es poco, pero contribuye.
¿Qué más puede hacerse? Dejemos volar la imaginación.
Vasos de plástico de uso duradero con una tapa segura para evitar derramar el líquido. Pueden llevar impreso un slogan atractivo, motivando al usuario a dejar de utilizar vasos de espuma de poliestireno. Por un consumo que asegure el futuro de nuestros hijos, podría rezar el mensaje. Mejor eso que llaveros o nada. El regalo puede salir del derecho de póliza, algo así como un asegurador de autos arrepentido, devolviendo al cliente algo del absurdo cargo por emitir una póliza.
¿Podrán las empresas del sector trabajar por un seguro verde?
El correo electrónico de Antonio Contreras es acontrerasberumen hotmail.com