La obesidad es una enfermedad crónica de origen multifactorial pero prevenible. El sobrepeso y la obesidad son el quinto factor de riesgo de mortalidad en el mundo.
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), desde 2017 México es el segundo país con más obesidad a escala global, con 34 por ciento de su población afectada por este mal. Se estima que para el año 2030 ese índice llegue a 39 por ciento. Chiapas es la región del mundo donde más se consume refresco, según un estudio del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (Cimsur), que revela que parte del aumento de esta nociva práctica fue ocasionada por una modificación profunda de la vida social (incluyendo, claro está, los hábitos alimentarios).
En México, siete de cada 10 adultos tienen sobrepeso. El índice de niños y adolescentes con sobrepeso y obesidad es el más alto en el mundo, ya que esta condición se presenta en tres de cada 10, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, 2016 (Ensanut, 2016).
El Gobierno ha tomado desde hace años algunas medidas para prevenir y controlar este problema de salud, sin que se hayan obtenido resultados positivos. En enero de 2014 se implementó el impuesto de 10 por ciento a las bebidas con alto contenido calórico, lo cual no se reflejó en un consumo menor. Quienes impulsaron la medida dejaron de lado los alimentos con alto contenido calórico. En noviembre de 2016 se declaró emergencia epidemiológica nacional por el problema de obesidad y diabetes. Desafortunadamente, las campañas no incidieron en la población.
Desde hace décadas se juntó la necesidad de vender con la necesidad de comer. Desgraciadamente, la industria alimentaria optó por ofrecer masivamente alimentos y brebajes con alto contenido calórico y nulos elementos nutritivos, rápidos de producir y lucrativos, buscando lo que más agradara al paladar de los consumidores. Esto en buena medida logró cambiar las preferencias de la población por esos productos, acertadamente calificados de chatarra.
El cambio de hábitos de vida trajo como consecuencia la necesidad de encontrar rápido alimentos ya preparados, industrializados, por el poco tiempo que se tiene para producir uno mismo su propia comida debido a las exigencias laborales.
Desde hace años, los alimentos y bebidas no alcohólicas informan mediante una tabla sobre el contenido nutricional y calórico. Esta información está muy detallada, pues presenta el porcentaje de cada elemento de la composición respecto a la necesidad personal diaria. Desafortunadamente, el consumidor no está informado sobre sus necesidades diarias nutricionales, de manera que esto dificulta su comprensión para seleccionar adecuadamente los alimentos y bebidas.
Recientemente fue aprobado por el Congreso de la Unión un etiquetado nuevo para los alimentos y bebidas no alcohólicas que informará y advertirá de una manera más clara sobre los contenidos nutricionales y calóricos de cada producto.
El nuevo etiquetado destacará los contenidos nutricionales y calóricos mediante símbolos octogonales de color negro y borde blanco, en cuyo interior debe figurar el texto “ALTO EN:”, ya sea grasa saturada, sodio, azúcares o calorías, en uno o más símbolos independientes, según corresponda. Esta información deberá aparecer en la parte frontal, independiente de la tabla de ingredientes e información nutricional que proporcione el productor. Dicha tabla quedará en la parte posterior del empaque. Este nuevo etiquetado entrará en vigor a mediados de 2020.
Es una herramienta, pero no una solución
El Gobierno Federal por medio del Sistema Nacional de Salud debería desarrollar proyectos para educar y concientizar a la población sobre la urgente necesidad de acceder a mejores alimentos y bebidas, productos con menos contenido calórico y más alto aporte nutricional. También se debería restringir la publicidad de los productos chatarra con alto contenido calórico. Es perentorio desarrollar políticas públicas que sean impulsadas por las organizaciones sociales y el Gobierno encaminadas a educar sobre las necesidades nutricionales de la población, respaldadas con buenas campañas de difusión.
La industria debería asumir su responsabilidad en este grave problema de salud pública ofreciendo alimentos y bebidas más saludables.
El factor más importante en este problema es la responsabilidad de cada persona respecto a su estado de salud, ya que cada quien es responsable de seleccionar los alimentos y bebidas que consume. Los padres de familia, que son los que definen los hábitos alimentarios en el hogar, deben optar por consumir alimentos más saludables y adecuados e insistirles a sus hijos en ello. La mejor enseñanza es el ejemplo.
Así que tomemos seriamente conciencia de nuestra responsabilidad personal, familiar y social para mitigar este grave problema de salud pública.
Arturo Martínez es expresidente de la Federación Mexicana de Diabetes.