Hace poco, una persona me solicitó apoyo terapéutico queriendo resolver cómo convertirse en un hombre feliz: “Quiero anular de mi vida el sufrimiento; después del último episodio amoroso que viví, me prometí que nunca más sufriría y quiero saber cómo puedo hacerlo”.
Me conmovieron sus palabras, pero a su vez me hizo cuestionarme qué tan factible era lograr este objetivo. Le respondí: “Yo no puedo ayudarte a que te conviertas en una persona feliz; te puedo ayudar a encontrar recursos para afrontar adversidades, y a transitarlas de una forma más amable, incluso aceptando que éstas son parte de la vida misma”.
Nadie, por supuesto, quiere instalarse en el sufrimiento. Lo más natural y humano es querer salir corriendo de una situación difícil. Pero si salimos corriendo al enfrentarnos con un león, ¿no cabe la posibilidad de que más adelante nos encontremos con una culebra?
La solicitud de esta persona me permitió reflexionar sobre tres aspectos:
1. Hoy existe un discurso continuo en la sociedad actual: “Quiero ser feliz, a eso venimos a este mundo”; “aleja de ti todo lo malo, no tienes por qué tolerarlo”.
Considero que este adoctrinamiento fragmentado nos va formando como seres alérgicos al sufrimiento e incapaces de enfrentarlo.
El primer paso que podemos intentar es cambiar el verbo “SER” por el verbo “ESTAR”, es decir: “Ser” vs “Estar”. Nadie es feliz en su totalidad, como tampoco nadie es desgraciado a todas horas y en todo momento. La vida siempre nos concederá momentos para estar felices e incluso para que se conviertan en momentos imborrables que pueden dar sentido a la existencia misma.
2. Por otro lado, si la meta cotidiana es sólo buscar el placer, la ausencia de problemas, el gozo… estaríamos construyendo una máquina de Karma que no tardaría en hacerse presente. Me pregunto: Si la premisa es que sólo venimos a disfrutar, ¿dónde quedaría el papel del heroísmo? ¿De saber autogobernarse, por ejemplo? ¿No podemos sentir placer y gozo al saber que superamos una situación difícil?
¡Qué ironía! A lo mejor, inconscientemente, estamos buscando convertirnos en zombies existenciales. Y me atrevo a bautizarlo así porque la figura es una persona muerta en vida, incapaz de gestionar su voluntad.
3. Decir “no quiero volver a vivir lo mismo que ya pasé” nos proyectaría como personas que consideran que las situaciones son capaces de repetirse una y otra vez, tal cual como las vivimos en un pasado que ya no existe. En esta vida no se puede repetir absolutamente nada, aunque a veces, nos confundamos y creamos que sí. De hecho, podemos decir que vivimos “experiencias primúltimas”, es decir, todo acontecimiento que vivimos es, al mismo tiempo, la primera y última vez que lo viviremos.
Un agente me decía: “Ya sé que el cliente no me va a aceptar una cita, la última vez así fue”. Y le respondí: “¿Y si te dieras un número de intentos? Te aseguro que el intento 2 no será igual al 4. Que el cadáver de la experiencia pasada no te límite en tus siguientes intentos”.
Si evadimos realidades que nos desagradan, creo que no desarrollamos recursos ni estrategias de afrontamiento. En nuestra vida nos vamos a encontrar con frustraciones maduracionales que son entendidas como situaciones que nos incomodan, pero nos forjan; si es que somos capaces de hacer una lectura más fina de por qué y para qué se hará presente ese evento o persona.
Ante una situación adversa, sería útil preguntarnos: “¿En qué tipo de persona me convertiré si soy capaz de superar este dolor o incomodidad? ¿Hasta dónde me llevará este sufrimiento?”.
Y es que no se puede encontrar paz, evitando la vida.