Con gran gusto estoy de vuelta, mi querido lector. En esta ocasión para compartir uno de los paradigmas que me han parecido más interesantes en mi carrera como innovador y generador de ideas
disruptivas, ambas denominaciones ampliamente usadas hoy pero que simplemente describen el enfoque según el cual se debe utilizar la creatividad para resolver problemas o desafíos, lo que en realidad no es nada nuevo, pues innovar es y ha sido una constante en los negocios y en la vida misma de nuestra sociedad desde tiempos inmemoriales.
Creo que podemos comenzar por mostrar un ejemplo del funcionamiento del paradigma y posteriormente encuadrarlo en el marco teórico.
Pienso que prácticamente nadie es ajeno a un personaje del cine que ha permanecido en el gusto del público por varias generaciones. Si no me equivoco, su franquicia es, por mucho, la más larga de la
historia. Incluso ahora mismo, cuando pienso en la descripción del personaje, debo elegir muy bien las palabras para mencionar sus características, pues el significado de éstas ha ido cambiando a lo largo de más de cinco décadas.
Me refiero al comandante James Bond, miembro de MI6, la agencia de inteligencia británica. Es un agente secreto cuya carrera se inició en la era de la posguerra y quien cuenta con la denominada “licencia para matar”, lo que se identifica por el doble cero que precede a su número de identificación, el 7 (007).
La ilustración del paradigma ocurre cuando observamos que este personaje ha sido interpretado en el cine por siete actores, seis de ellos en lo que se considera la saga oficial de películas.
¿Quién puede ser James Bond?
Cada vez que ocurre un cambio de intérprete toma lugar un fenómeno peculiar, que se inicia con la evaluación de los candidatos que podrían desempeñar el rol. Las opiniones son diversas, e incluso
a veces están polarizadas. Ahora mismo, cuando el actor Daniel Craig deja el personaje, hay listas que circulan por todas partes, desde la red hasta las revistas de entretenimiento, que mencionan candidatos absolutamente disímbolos. Varios ni siquiera son británicos, característica obvia del personaje. Las nacionalidades van desde estadounidenses hasta australianos. Incluso alguno de raza negra.
Cada uno de nosotros podría tener una opinión distinta. Ése no es el punto que debemos destacar. Se dice, cuando hablamos de futbol por ejemplo, que en España podría haber millones de listas de seleccionados para su equipo nacional. Tantas listas como ciudadanos españoles, pues cada uno tiene su propia visión y, por lo tanto, su lista particular de seleccionados. Eso es totalmente humano y común.
El fenómeno interesante viene después, cuando la película protagonizada por el elegido es finalmente exhibida. El primer paso da lugar cuando una pequeña minoría aprueba al nuevo intérprete, o incluso “escandalosamente” expresa que lo hace mejor que el anterior. A otros eso les parecerá un auténtico sacrilegio, pues el intérprete saliente, aquel que se ha retirado, “era James Bond”. Ocurre ahí un choque de visiones, que es el punto medular del paradigma. Ningún actor es James Bond. Todos son intérpretes, pero grupos dentro del público han llegado a aceptar a alguno de ellos como el intérprete correcto.
Y lo que viene a continuación resulta sorprendente.
El paradigma se presenta cuando el nuevo intérprete hace suyas las frases, la manera de pensar y las actitudes del personaje y aparece una y otra vez en nuevas películas. En una palabra, hace suyo el rol, y finalmente se lo acepta de forma generalizada. Se convierte en el personaje. Lo encarna.
La aceptación popular no puede ocurrir si el público no va cambiando de grupo. Ocurre si quienes inicialmente no aceptaban a un actor como el adecuado acaban dando su aprobación o su admiración.
La primera y más importante conclusión, a efectos de aclarar el mensaje que quiero transmitirte, es que esto sucede gradualmente. Es un proceso que indefectiblemente toma tiempo.
Hay una segunda conclusión, en la cual no abundaré, que se puede inferir fácilmente. Cualquiera que haya visto algunas películas con diferentes intérpretes tendrá su opinión sobre quién lo ha hecho mejor. ¿Mejor? ¿Cómo alguien podría dar esa calificación si no ha leído una sola novela sobre el personaje? Lo que ocurre en una inmensa mayoría del público es que cada persona juzga bajo su propio criterio, es decir, desde sus propias creencias personales sobre el personaje; según su propio entendimiento de “cómo debería ser”, y nada más. Algo bastante subjetivo.
Pues bien, mi querido lector, ocurre algo muy similar con la innovación.
Un camino gradual
Hablé de un caso práctico, tomado de la vida común, y ahora me voy al otro extremo, al marco teórico. Ken Blanchard, un prestigioso autor que hace un par de décadas revolucionó el management en Estados Unidos y el mundo, explica en su libro Know can do! los seis pasos que se requieren para transitar del rechazo a la asimilación, un marco teórico que podría explicarnos cómo sucede el efecto Bond.
Blanchard afirma que para que se acepte una idea nueva debemos exponerla repetidamente, una y otra y otra vez, sabiendo que es la repetición la clave para que finalmente obtenga un lugar. Indica que la repetición lleva un ritmo, algo que a veces en el mundo moderno parece que hemos olvidado. No funciona la repetición incesante. Hay que dar espacio entre cada repetición para permitir que el público asimile gradualmente la nueva idea.
Así, la primera exposición muy probablemente nos traerá rechazo. Frecuentemente, la nueva idea entrará en conflicto con ideas preconcebidas en el público, cosas como lo que “debe ser”.
La segunda exposición suele causar resistencia, algo como “estoy de acuerdo, pero no la puedo aceptar”.
En la tercera comienza una aceptación parcial; aunque pueden presentarse reservas, prejuicios o preocupación.
La cuarta exposición es probablemente la más divertida, pues el público frecuentemente la expresa indicando cosas como “siempre lo pensé así” o “estuve de acuerdo desde el principio”; aunque eso no
sea necesariamente verdad. En ese momento se logra la aceptación completa.
La quinta y sexta exposiciones son etapas en las que parcialmente, y luego totalmente, el público asimila y aplica la idea. Literalmente, “la han hecho suya”.
Innovar implica ser paciente
Curiosa ironía resulta entonces que el innovador requiere ser paciente. No en su lucha, que a veces es casi una cruzada para transformar algo, sino en el proceso de que lo escuchen y se logre la adopción de lo que propone.
En esta época que vivimos, en la que todo lo queremos “láser”, como dicen algunos; en la que deseamos que las cosas se materialicen inmediatamente después de que las pensamos, debemos tener muy en cuenta que, si deseamos alcanzar un cambio verdadero, no podemos eludir ser pacientes.
Pacientes para que se nos escuche, pacientes para recibir respuestas y pacientes para ver que nuestras ideas se aceptan y finalmente se asimilan.
Muy seguramente ese mismo reto tendrá que enfrentar el nuevo actor del 007 mucho tiempo antes de escuchar: “Siempre me gustó cómo lo hacía este chico”.
Y, si tú eres innovador, también habrá mucho trabajo y paciencia antes de que alguien pronuncie palabras similares y tú esboces una sonrisa sabiendo que hubo que escuchar muchos no antes de ese momento sublime en el que tal vez hasta tu mayor detractor diga que “siempre estuvo de acuerdo con esa gran idea”.
“Q: La edad no es garantía de eficiencia.
007: Y la juventud no es garantía de innovación” (Skyfall).