Houston, tenemos un problema…  

                                                                                                               Tripulación del Apollo XIII

Casi todos los días escuchamos noticias  acerca de los retos que plantea el uso masivo e intensivo de las tecnologías digitales de comunicación e información;  incluso algunos los denominan peligros  de la inteligencia artificial (IA)   porque creen que  ésta puede ir evolucionando  hasta que se materialicen escenarios catastróficos, como los de las películas de  ciencia ficción.

Hay muchos otros campos de la evolución tecnológica que también llaman la atención,   como la robótica o blockchain; pero quizá la IA suscita los mayores temores porque se presume que en algún momento puede rebasarnos; que  podría incluso ser una amenaza para la humanidad.

Seamos   optimistas ingenuos  o pesimistas extremos, lo que yo, querido lector,  personalmente quiero traer a colación en estos párrafos es que, sin duda, hay un elemento de la construcción de los grandes sistemas automatizados y de la  IA en el cual los seres humanos (y en especial los aseguradores) no estamos trabajando: la conectividad.

Yuval Noah Harari, uno de los autores más leídos actualmente, lo explica muy bien en su libro   Veintiuna lecciones para el siglo XXI:     la IA permite a los equipos que trabajan en conjunto estar conectados permanentemente y   recibir información relevante en tiempo real, más allá de las limitaciones de su ubicación, por remota que ésta   sea.

Un sistema que actúa distribuyendo sus redes en lugares muy distantes entre sí puede entonces recoger datos de muy diferentes ubicaciones, procesarlos y generar una respuesta orquestada.

No deseamos  abundar más en los pormenores de tan   notable habilidad cibernética, puesto que entrar en detalles de este tipo excede el propósito de nuestra nota, pero diremos   que en la actualidad ése es el gran reto para los aseguradores. Procederé a poner algunos ejemplos de las ventajas que puede brindar el hecho de contar con sistemas automatizados:

Estas tareas y muchas más podrían realizarse con ayuda de equipo  tecnológico. Ya existen desde hace tiempo las capacidades suficientes de procesamiento y velocidad en el manejo de los datos. Ya tenemos las comunicaciones y la  interconexión.

¿Qué ocurre entonces? Tenemos una barrera de índole no tecnológica. Una barrera humana psíquica:  no estamos dispuestos a compartir. Nuestro pensamiento competitivo tradicional nos lleva a pensar que, si todos tenemos la misma información, terminará  la magia; ¡cuando en realidad es al revés!: la magia nace de la colaboración.

Estamos lejos aún de la humildad para poder identificar que nuestra fuerza como humanidad radica en el conjunto, y no en la individualidad. Desde los consejos de administración hasta los círculos de calidad se puede  hablar de apertura, claro, siempre y cuando la percepción sea que tenemos algo que los demás no poseen; que llevamos “la delantera”.

Ahí está el verdadero enemigo, no en los computadores, no  en la IA. La barrera está en nuestra propia inseguridad para cooperar abierta y francamente.

Tengamos cuidado. No sea que esa limitante autoimpuesta sea lo que verdaderamente lleve al “triunfo de las máquinas”.

Óscar González Legorreta es asegurador de carrera, consultor y coach

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