Search
Close this search box.

El animal racional

Charlemos seguros

El asegurador

Aristóteles, sin duda un hombre optimista, acuñó la frase: “El hombre es un animal racional”. Casi 2400 años después de su muerte, el hombre se ha convertido en depredador de los animales “irracionales”, con acciones sistemáticas  de destrucción e invasión de su hábitat: ya ha desaparecido 58 por ciento de los vertebrados, empujados al abismo por el irascible animal que ocupa la cima de la cadena alimentaria, ufano de su cerebro y su pulgar en oposición que le permiten todo y nada le limitan.

La humanidad se vanagloria de su progreso: tecnologías para comunicarnos y transportarnos, así como para producir más alimentos y “satisfactores de  una vida feliz”. Es una pena reconocer que la aspiración mundial, demostrada por los miles de migrantes que intentan llegar a pie a la frontera entre México y Estados Unidos, es el “American way of life”: casa  en los suburbios, uno o dos coches a la puerta, refrigerador de gran capacidad, la despensa repleta y un clóset con una muda para cada día del mes. Y digo que es una pena porque, si los más de 7000 millones de seres humanos que convivimos en este globo alcanzaran ese nivel de vida, el planeta no soportaría 20 años más, abrumado por las emisiones y la basura de una sociedad  con ese alto grado de “desarrollo”.

Como evidencia de la estupidez humana, el plástico acumulado en los mares, ingerido alguna vez por 90 por ciento  de peces y mamíferos marinos, forma paulatinamente un continente adicional, con una dimensión actual equiparable a la del territorio mexicano. Mientras tanto, intentamos tranquilizar nuestra conciencia evitando  el uso de un popote cuando tomamos alguna bebida; pero no dejamos de adquirir productos empaquetados con plástico, en todas las presentaciones imaginables, y utilizamos tantas bolsas como sea necesario para transportar cómodamente víveres o comida. Cuando observo en el elevador a algún repartidor con varias bolsas de plástico,  donde transporta platos y vasos de unicel que contienen si acaso un pedazo de pizza y un refresco, me cuesta mucho trabajo evitar un pensamiento fatal: estamos irremisiblemente condenados.

Según el Estagirita,  la razón se manifiesta en el lenguaje; dicho de otra manera, en la palabra, la cual nos permite “manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto”. Ahora sí, me cuesta trabajo levantar la cabeza  al constatar la cada vez más absurda manera en que utilizamos la palabra, que debería convertirnos, según el concepto aristotélico, en racionales. Arrastrados por las redes sociales y el whatsapp, los humanos actuales utilizan su capacidad lingüística de una forma indigna. Ambos    medios, con su avalancha de mensajes frívolos, imágenes baladíes y videos inútiles, ya norman nuestra manera de pensar.

¿Qué opinaría un suscriptor si la Madre Naturaleza solicitara un seguro contra las consecuencias de las acciones del “animal racional”?  

Nuestro hipotético suscriptor, al analizar la situación del planeta Tierra, y sin considerar las tendencias actuales como irreversibles; y, por supuesto, aplicando a rajatabla un enfoque estrictamente racional,   seguramente aventuraría  la posibilidad de un futuro promisorio para este planeta, sin entender bien a bien las razones de la solicitante.    

 ¡Cómo es esto? ¿Promisorio, después de la cascada de pesimismo que acaba  de caernos encima?

La Tierra es un planeta con poco menos de 150 millones de kilómetros cuadrados de superficie emergida; algo así como 75  territorios como el de México. Si hacemos la cuenta, nos tocarían más de dos hectáreas por habitante, más o menos lo que le  toca actualmente a cada mexicano, aunque en Ciudad de México nos apretujamos 3,000 chilangos por kilómetro cuadrado. Entonces, según nuestro cálculo, 47 habitantes por kilómetro cuadrado, lo cual es muy poco. Esto llevaría a nuestro suscriptor imaginario  a una primera conclusión: problema de espacio no hay.

¿Entonces será  un tema de alimentación? Basándose en la evidencia histórica, el suscriptor de nuestra ficción  concluye que no. Tampoco.

Thomas Malthus, clérigo y erudito inglés del siglo XIX, sostenía en su época que la población crece geométricamente, mientras que los alimentos lo hacen aritméticamente y con rendimientos decrecientes de la tierra. Por lo tanto, concluía sombrío, si la restricción moral en forma de castidad y el retraso del matrimonio no logran imponerse a los vicios de la condición humana, llámense  libertinaje o uniones irregulares, el crecimiento de la población será tarde o temprano limitado por el hambre, implacable jinete del apocalipsis.

Es evidente que el buen clérigo no podía adivinar las tendencias que hoy se han consolidado: el número de hijos puede decidirse, y lo puede hacer   el hombre respetuoso de los principios morales más estrictos o el más radical de los promiscuos.

Hoy los británicos  suman 60 millones, en un territorio ocho  veces más pequeño que México. Su población ha dejado de crecer por una razón completamente opuesta a la sostenida por su famoso ancestro: el  ingreso per cápita del Reino Unido es de 40,000 dólares, y la distribución del ingreso permite la existencia de una clase media mayoritaria. Sin embargo, la abundancia de recursos no fomenta el crecimiento poblacional, sino todo lo contrario: la  juventud, hedonista, busca el mayor bienestar personal, sin pensar en la reproducción como un medio de realización, ni como la puntera de sus preferencias.

En el otro extremo del espectro, los países más pobres exhiben las tasas de natalidad más altas. De racional tenemos poco, y la contradicción de la correlación negativa entre recursos y deseos de reproducción lo demuestra  en forma incontestable. Es la educación, entonces, el factor que limita el crecimiento poblacional. Éste es un hecho sin debate; es la conclusión extraída de la mera observación de lo innegable.

Un  factor que compromete seriamente la permanencia del invencible “animal racional” es el consumo de bienes necesarios y superfluos, producidos a muchos kilómetros del lugar donde son consumidos, por una línea industrial generadora de basura y contaminación a gran escala.

La evolución de la tecnología puede hacer quedar mal nuevamente al pesimista augurio. Sin embargo, el imparable  crecimiento de la economía mundial, remolcada por las impresionantes cifras de los dos países más poblados del mundo,  China e India, aunado al florecimiento de patrones de consumo que sin duda serían aceptables en un planeta tres o cinco veces más grande,  nos obligan a pensar en la única alternativa, planteada ya en 1972 por el Club de Roma: crecimiento cero de la población; o, dicho en otras palabras, un estado estacionario, caracterizado por un perfil poblacional equilibrado, de rectángulo, y una nivelación    entre nacimientos y decesos. Ya Europa muestra este comportamiento. Utópico lo que se dice utópico, entonces, no es.

El otro factor indispensable es, aunque parezca increíble, mucho más difícil de alcanzar. A punto de plantearlo como un requisito para aceptar el riesgo, el suscriptor que escucha a la Madre Naturaleza  vuelve a dudar…

El patrón de consumo actual hará necesaria, tarde o temprano, una mudanza a otro planeta. Ya en 2018 consumimos 1.7 veces lo que la Tierra puede soportar. Si el “progreso” continúa bajo el ejemplo de Estados Unidos, la catástrofe ambiental llegará   en menos de 100 años; eso sí, con varios avisos previos.

Lo malo de la opción  de la mudanza es la ubicación de nuestro potencial nuevo hogar:   Próxima Centauri, la estrella más cercana al Sistema Solar, está a más de cuatro años luz. Con la tecnología actual, serían necesarios más de 100 000  años de travesía; y lo más probable, después del largo viaje, es que encontremos planetas inhabitables. ¿Para qué ir tan lejos si tenemos a Marte a la vuelta de la esquina?    

La otra opción es viajar hasta   Ross 128 b, un planeta ubicado a 11  años luz que gira alrededor de una enana blanca.   

Lo malo es que no nos queda en la ruta de   Próxima Centauri. Sería como ir de Monterrey a Chihuahua pasando necesariamente por   Ciudad de México: hay que regresar a la Tierra (otros 120,000 años) y después invertir otros 300,000 para llegar al planeta que, probablemente, pueda albergarnos después de haber acabado con la habitabilidad de la Tierra.

La Madre Naturaleza se desespera porque el suscriptor  no acierta a darle, por lo menos, un indicativo de la cotización. Habrá que encontrar una solución comercial o, de plano, cambiar nuestros hábitos de consumo.

Antonio Contreras tiene más de 25 años de experiencia en el sector asegurador mexicano.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

Califica este artículo

Calificación promedio 0 / 5. Totales 0

Se él primero en calificar este artículo