Fue el abogado francés del siglo XIX Maurice Joly quien escribió Diálogos en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, una obra que cayó en mis manos hace ya algunos años, cuando estudiaba periodismo.
Se dice que el libro se publicó en 1864, en Bélgica, y que llegó a Francia de contrabando. La Policía lo incautó y más tarde arrestó al autor, manteniéndolo encarcelado durante los dos años que duró el proceso.
Cuando estudiante, el contenido de la obra me asombró; me resultó incluso un tanto perturbador.
¿Perturbador un texto que habla sobre un diálogo, eso que, según el diccionario, es “la discusión sobre un asunto o sobre un problema con la intención de llegar a un acuerdo o de encontrar una solución”?
De entrada, debemos entender que no siempre las intenciones llegan a buen término, y menos cuando ese diálogo, esas conversaciones, se llevan a cabo entre partes tan antagónicas, como un gobernante con poder cuasiabsoluto y un gobernado.
Es obvio que hay climas en los que esos diálogos se realizan con una posibilidad mayor de alcanzar resultados fructíferos para todos, aunque los encuentros estén preñados de obstáculos para el entendimiento.
Por el contrario, también existen épocas en las que esas conversaciones se sostienen en un ambiente de elevada incertidumbre, en el que todo acuerdo puede caer por tierra y desmoronarse por la orden o “línea” de un solo hombre.
No obstante, no es raro que se compruebe la existencia de personas que son más papistas que el papa; que, con el ánimo de quedar bien con los jefes, dan hasta miedo; gente, en fin, que actúa como los extremistas de ciertas religiones.
Parece que estos tiempos exigen de estar atentos, incluso cuando se habla de “diálogos fructíferos”. Hay una dosis muy alta de incertidumbre; el optimismo se ha visto reducido, y la confianza ha bajado.
Quizás por ello sea tan necesario que hoy en día exista un sector asegurador más fuerte que nunca para buscar las mejores soluciones a los problemas y desafíos que enfrenta la institución del seguro.
En ese contexto, no es menor el reto que enfrenta la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS), sobre todo porque sus miembros son, en su mayoría, empresas con capital extranjero.
No es menor ese reto, insistimos, porque de antemano se conoce la percepción que se tiene del seguro privado en las esferas más altas del Gobierno.
Y nadie parece escapar de la sospecha ni de las acciones para ejercer un control debidamente fundamentado.
Tomemos, por ejemplo, el periodismo, ahora que los nombres de varias personas que ejercen este oficio han sido ventilados públicamente por el Gobierno, algo que va más allá de un diálogo y que parece más una estrategia de enfrentamiento que rebasa lo aparente.
En la obra citada, Montesquieu —quien en El espíritu de las leyes había escrito que “la libertad es el derecho de hacer aquello que está permitido por las leyes”— le comenta a Maquiavelo: “No me disgustaría saber ante todo cómo os defenderéis frente a la prensa”.
Maquiavelo simplemente responde: “En verdad, ponéis el dedo en la parte más delicada de mi tarea. El sistema que a este respecto he concebido es tan vasto como múltiple en cuanto a sus aplicaciones. Felizmente, en este caso tengo el campo libre; puedo hacer y deshacer con plenas garantías y, casi diría, sin suscitar recriminación alguna”.
¿Por qué piensa eso Maquiavelo? Explica: “Porque en la gran mayoría de los países parlamentarios la prensa tiene el talento de hacerse aborrecer; porque solo está siempre al servicio de pasiones violentas, egoístas y exclusivas; porque denigra por conveniencia; porque es venal e injusta; porque carece de generosidad y patriotismo; por último, porque jamás haréis comprender a la gran masa de qué puede servir”.
¿Diálogos?
¿Enfrentamientos?
¿En privado?
¿Públicamente?
¿Es solo cosa de semántica?
¿Quizá de escenario?
Con frecuencia se habla acerca de la importancia de lo que está pasando en otros países para comprender la actualidad y sensibilizarse ante el futuro.
Seguros, periodismo, ciencia, educación, justicia, economía… Es larga la lista de actividades que hoy enfrentan el desafío de conocer lo que está ocurriendo en otros lados para lograr esa comprensión, esa sensibilización, y obrar en consecuencia.
Abiertos o cerrados, esos diálogos, esas conversaciones, con estandartes de diferente insignia, intenciones divergentes y un uso asimétrico del poder, no pueden dejar de observar el entorno, ir más allá de lo “evidente”.
No es fácil, ciertamente, constituir la parte pasiva a la cual se le aplican leyes que moldea, pone y quita a discreción el interlocutor.
Es la hora de la audacia, del valor.
El primer desafío: no ser la víctima que padece esa antiquísima arma contenida en el “Divide y vencerás”.
Como quiera que sea, habrá que cerrar filas tanto como sea posible.
Hasta la próxima.