Desperté al amanecer. No sé si me quedé dormido o el despertador no sonó…
Mi esposa me dijo: “Hoy no trabajas”.
Me alegré…
A través de las ventanas se veía llegar el amanecer.
Salí al balcón a verlo.
El destello de luz vencía poco a poco al último vestigio de oscuridad, para finalmente imponerse.
Y se hizo la luz.
El Sol emergía lentamente en el horizonte para después imponerse con su luz cálida.
De pronto vi un gran pájaro de acero avanzando por el horizonte, sostenido únicamente por el viento…
En esos momentos me acordé de los barcos en que he navegado…
Ese mar azul, infinito, inquieto, de olas incansables.
Vino a mi mente la imagen de la Tierra: la madre tierra que de sus entrañas nos alimenta, pródigamente y siempre. Sus fluidos brotan de las profundidades, y con ellos se logra movilizar las máquinas y motores de todo tipo.
Desde mi balcón pensé:
“Para un hombre simple, como yo, sin más explicación, son hechos que afirman la existencia de un Ser Superior”.