Las menciones a la clase media en las conferencias matutinas del presidente se han convertido en una tribuna para intentar denostar y satanizar a ese sector de la población que, dependiendo de a quién se consulte, puede arrojar entre 50 y 80 millones de habitantes.
Los adjetivos utilizados por el presidente son, desde la mirada de tal vez tres cuartas partes de la población, una muestra de intolerancia, rencor, revanchismo, incapacidad, enojo, enajenación mental e ideologización demencial. El presidente se ensaña contra la clase media por algo que, desde su interior, emerge para distraer y enfrentar a los menos favorecidos con aquellos que han elegido el camino del trabajo inteligente y arduo para alcanzar una mejor versión de la vida que sus antepasados en una sociedad consumista, racista y clasista.
No dejo de subrayar que el primero que divide a la sociedad en clases es el propio presidente en sus discursos; aunque en su vida privada y familiar las cosas sean diametralmente opuestas. No soy partidario de dividir a la población; menos de enfrentarla, como lo hace el mandatario para su disfrute. Sin embargo, es preciso jerarquizar algunas conductas que propician cambios sustanciales en las preferencias de consumo, conductas que contundentemente hacen la diferencia entre distintos sectores de la población.
Quien nació en la pobreza tiene el estímulo perverso de permanecer ahí si el entorno lo asfixia. Las prácticas de consumo de dicho segmento se han defendido para presentarlas como fuentes de felicidad efímera ante la imposibilidad de escalar mejores niveles en la sociedad. Quien, por el contrario, nació y vive en la clase media tiene resueltos algunos consumos que en el segmento anterior representan un verdadero logro, como comer.
Lamentablemente, en ambos segmentos brilla por su ausencia la práctica de consumo de métodos o instrumentos de previsión, que se deja de lado por favorecer otros consumos que, de no hacerse, sólo causan malestares al ego y la vanidad, no a la economía y el patrimonio.
Eso que diferencia a la clase aspiracionista, egoísta y muy poco previsora es la cultura que puedan demostrar sus miembros ante la alternativa de un consumo superficial, frívolo y pueril contra aquel que prevenga pérdidas cuando éstas todavía no ocurren. Ahí, precisamente en esas elecciones, está el seguro en todas sus versiones. Desde el seguro social hasta el privado. Desde la pertenencia a una mutualidad específica hasta el ingreso a una comunidad ancestral que, por evidentes causas, no promueve el ingreso a ella haciendo proselitismo ni difusión de sus beneficios.
Debido a la existencia de esas prácticas, y ante la ausencia de un “manual del perfecto aspiracionista”, cuya escritura, de ser posible, demoraría décadas, me atrevo en esta columna a proponer un “decálogo del clasemediero aspiracionista”, cuyo origen está en la actitud de buscar ser solución en vez de problema, actitud interpretada como egoísmo desde la alterada visión del presidente. Evidentemente, el decálogo se fundamenta en prácticas asentadas en la cultura de previsión, origen y sustento de esta columna. La propuesta es la siguiente:
1.- Soy responsable de la casa que compré con un crédito hipotecario; por lo tanto, la tengo asegurada para evitar depender de un Fonden, que ya ni existe, ni del parloteo sin sustento de cualquier político.
2.- Soy responsable del auto que compré con un crédito automotriz; por lo tanto, lo tengo asegurado para evitar depender de una autoridad que ni me cuida ni me protege ni me repone el auto si me lo roban.
3.- Soy responsable de los daños que origine con motivo del uso de mi casa o mi auto, por lo que los seguros que tengo prevén capital suficiente para poder hacer frente a esos daños.
4.- Soy responsable del cuidado y atención de mi salud; por lo tanto, tengo un seguro médico para evitar hacer uso de los servicios de salud estatales, politizados e insuficientes, de que el Gobierno presume.
5.- Soy responsable de mi jubilación a partir de que el Gobierno me lo delegó en 1997 con la cuenta individual, que siempre ha tenido un cajón para el ahorro voluntario. Por eso tengo un seguro privado para complementar los fondos que necesitaré para jubilarme y no depender de las raquíticas pensiones universales.
6.- Soy responsable de la manutención, educación y cuidado de mi familia; por lo tanto, tengo un seguro de Vida suficiente para evitar que ellos terminen dependiendo de ayudas públicas a cambio de su voluntad, dignidad e ideología.
7.- Soy responsable de la educación académica de mis hijos; por lo tanto, tengo un seguro que garantizará contar con el capital que me permita pagar su preparación profesional en el lugar que ellos elijan, sin necesidad de forzarlos a un color, una marca o una filiación.
8.- Soy responsable de mi propio funeral; por lo tanto, tengo un seguro de servicios funerarios que se encargará de mis restos y de las gestiones necesarias para que mi familia sólo tenga que ocuparse de atender sus sentimientos.
9.- Soy responsable de cuidar, mantener y educar a mis mascotas; por lo tanto, tengo un seguro que me permitirá pagar los daños que ellas ocasionen a otras mascotas, a personas o bienes, así como los gastos que se deriven de su propia atención.
10.- Soy responsable de mi vida, de mi presente y de mi futuro; por lo tanto, cuento con los mecanismos financieros propios que me permiten dejar de culpar a mis antepasados, a mis coetáneos o a un gobierno que exige a aquellos a los que atiende que le rindan pleitesía.
Evidentemente, el decálogo propuesto se centra en los contratos de seguros como mecanismo ideal para soportar las pérdidas anticipándolas, liberando recursos que puedan estar destinados a objetivos distintos. Seguramente habrá otros aspectos conductuales, e incluso financieros, que puedan formar parte de decálogos adicionales o incrementar el propuesto a niveles mucho mayores que los estrictos 10 puntos evocados en el título.
La conducta responsable de hacerse cargo de sus propiedades queda de manifiesto en eventos que, con la contundencia de una explosión o de una imprudencia en dos ruedas, exhiben la importancia de prever pérdidas que son posibles. La conducta responsable de hacerse cargo de su atención médica queda de manifiesto en los estragos financieros o humanos que deja esta pandemia en las familias, enlutadas y empobrecidas ante las despreciables prácticas de instituciones públicas que resguardan con celo republicano la práctica de la corrupción y el maltrato a los enfermos y a su familia.
Con la aspiración de ser clasemedieros podemos iniciar la práctica del decálogo en el propio sector a partir de impulsar seguros obligatorios e inclusivos. Tal vez en el tema patrimonial y de sustitución económica la mejor forma de hacerlos inclusivos esté en hacerlos obligatorios con los mecanismos ofrecidos a las autoridades desde el siglo pasado para provocar una transformación verdadera, auténtica e irreversible alejada de ideologías alteradas cuyo resultado será mayor pobreza y desigualdad.